La gran novedad de este curso es una práctica habitual en el colegio Escolapios desde hace casi veinte años. Unos sesenta alumnos acuden a diario con la fiambrera para almorzar en el comedor escolar con total normalidad. «Nunca ha habido ningún tipo de problema, de nada», afirmaba el rector del centro de la calle Carniceros en Valencia, Javier Brines.

Las familias de estos alumnos, quienes comparten el espacio con los más de 500 niños apuntados al comedor escolar del colegio en distintas tandas, pagan una cuota diaria de dos euros -superior a la aprobada este viernes por el Consell-. Es el coste del llamado «ticket de bocadillo» que les permite hacer uso de dos microondas comprados exprofeso para calentar los alimentos que traen en la tartera de casa, siempre bajo la atenta mirada de una monitora, así como del servicio de cuidadores durante los recreos. También están incluidos los cubiertos, el agua y la servilleta además de la limpieza de las mesas.

El rector explicó a Levante-EMV que la iniciativa surgió «de forma espontánea y naturalmente. Es la mentalidad de los escolapios. Hay familias en este centro, y en el barrio en el que estamos, de menos recursos económicos; se planteó esta posibilidad y ¿por qué no? Así se empezó. Al principio, los chavales venían con un bocadillo. ¿Por qué no ofrecerles el comedor, aguas, servilletas? Y así ha estado funcionando. Luego, los padres comentaron la posibilidad de meterles en una fiambrera la comida hecha en casa. Pues, sin ningún problema».

Eso sí, la dirección del centro tiene muy claro que « la alimentación que traen es bajo la responsabilidad de los padres. Pero, gracias a Dios, nunca hemos tenido ningún tipo de problema», comenta el responsable. El «ticket de bocadillo» es a partir de tercero de Primaria; en ningún caso es para los más pequeños que no deben manipular ni alimentos ni aparatos.

Una advertencia a las familias es que tiene que ser una alimentación que aguante, no perecedera, que se mantenga en buen estado las cuatro horas desde que la llevan al colegio por la mañana hasta que se la comen. De hecho, esta opción se permite de octubre a mayo, y no en los meses de más calor. En algún caso, el niño pide al cocinero que meta la tartera en la nevera, pero no es lo habitual. En las fiambreras, predominan las pastas, sobre todo macarrones, y el arroz, pero llevan poca verdura y fruta. «Y si hace falta, lo facilitamos desde el centro», añade Javier Brines.

«Siempre se ha hecho muy natural, sin ningún tipo de dificultad o conflicto», insiste el rector quien se muestra sorprendido por la polémica que saltó este verano en los medios, tras el anuncio de la conselleria. Sin embargo, matiza que entiende que se deba prevenir. «Lo que no sabemos es si ahora saldrá una legislación —por las instrucciones— que nos lo complicará. Si no pudiéramos cumplir la normativa, lo comunicaríamos a los padres y suspenderíamos el servicio», manifestó, aunque hasta el momento, su consejo escolar respalda la citada oferta.

En el comedor están los alumnos que usan bandeja y menú del colegio con los que llevan fiambrera, a los que se les reserva una hilera de mesas, cerca del microondas. Hace dos años, por efecto de la crisis, se notó un aumento de niños que recurrían a esta opción, por lo que se compró un segunda máquina para que no se hicieran colas largas. Brines comenta que «si a los monitores les llama la atención un alimento que no está bien, se lo quitan y se le da algo de lo que hay aquí. Se atiende a los niños según sus necesidades».

«Buscamos un equilibrio saludable entre buena alimentación y deporte. D 12 a 15 horas se realizan actividades deportivas y les viene muy bien quedarse a comer para esta práctica» concluye el rector.