No hay mejor manera de conocer la idiosincrasia de un pueblo y la salud de su bolsillo que pasear por la plaza mayor el día del patrón. La fiesta del natalicio de la Comunitat Valenciana que cada año se celebra en el Palau evidenció ayer que a golpe de motosierra los recortes se están somatizando para pasar de práctica a cultura. Que es la diferencia entre lo impuesto y lo asumido. El presidente Fabra ya ahorra hasta en palabras. No es tradición en los jefes del Consell platicar 12 horas como Fidel Castro en aquel discurso en la ONU en el 68, ni 9, como Chávez el pasado enero, pero es que Fabra liquidó su "Viva España, viva la Constitución y a ver si llega más financiación" en 14 minutos y 55 segundos.

Olivas entró raudo. Era el segundo año de ayuno carmelita en el acto institucional. Dos ediciones sin que el canapé activase el mecanismo Paulov, el efecto llamada. No es habitual la imagen de sillas vacías que ayer se vio. Un desnudo integral de las mil desafecciones y protestas. Empezando por el expresidente Francisco Camps, que no acudió, como sí lo hicieron sus antecesores. El primero, Joan Lerma. Camps, el único expresidente que no tiene la Alta Distinción de la Generalitat, estuvo ausente. Sigue atrapado por su pasado. Diez minutos antes de empezar el acto entró José Luis Olivas huidizo, atrapado por Bankia. Y antes que él, a menos cuarto, llegó Zaplana, al que las sospechas variadas y alguna certeza, como los pagos bajo mano a Julio Iglesias, jamás le han alterado el paseíllo.

Una presencia muy molesta. Con las ausencias de parlamentarios imputados, el PP perdería la mayoría absoluta. Ni el transversal Rafael Blasco, ni Milagrosa Martínez, ni David Serra, ni Yolanda García, ni Luis Díaz Alperi, ni Pedro Hernández Mateo, ni siquiera Angélica Such, de la Mesa de las Corts, asistieron al discurso de quien declaró la guerra al imputado. Tres de los diputados judicialmente en apuros sí se personaron: la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo; Vicente Rambla y Ricardo Costa. Su presencia resulta incómoda como una epidemia. No estuvo Esteban González Pons, el político que hace tres años fue enviado por Rajoy a ejecutar políticamente a Costa por sus flirteos Gürtel, el hombre que hace quince días recibió en su casa la visita de una culebra de herradura. Por el Gobierno acudió el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo. Si hubiera traido escrito el guión soñado por Moncloa para que lo leyera Fabra se habría parecido bastante al discurso que se escuchó.

Problemas de himnos y letras. "Seguramente cerrará el acto el Molt Honorable president", avanzó el vicepresidente José Císcar, como si recordara al auditorio que en estos tiempos de incertidumbre el único funcionario blindado es la muerte. Como para trasladar que todos, desde el presidente, están expuestos a un ERE. En lugar preferente, no perdían comba los mandatarios de las tres diputaciones (Luisa Pastor, Alfonso Rus y Javier Moliner), mientras que cinco filas más atrás relegaron a los síndics: Antonio Torres, Enric Morera, Marga Sanz y Jorge Bellver. La entrega de premios transcurrió, según la tónica general. Con recorte de tiempo. José Císcar ejercía de maestro de ceremonias a buen ritmo. Con el actor Pepe Sancho, que lucía sombrero, se explayó. De su fértil carrera destacó la manera como bordó los personajes de Sorolla o del cardenal Tarancón. No mentó su papel en la serie "Crematorio", basada en el libro de Rafael Chirbés. Un tratado sobre corrupción y especulación del suelo. Quizás fue un gesto hacia el presidente de AVE, Vicente Boluda, hipersensible a los "chorizos".

El acto se cerró con el himno regional y el de España. Ambos dieron que hablar. La Marcha Real porque sonó. Lo hace desde hace cinco o seis años. Y el de la Comunitat Valenciana, porque sonó con letra de Maximilià Thous entonada por Francisco y por Fabra en "play back". El público, al menos la izquierda, estaba más por cantar a capela. Lo dicho, la austeridad se ha incorporado a la esencia identitaria.

El actor Pepe Sancho, la Banda Primitiva de Llíria y la organización de las Festes de la Mare de Déu de la Salut, de Algemesí, tienen menos motivos para celebrar la Distinción al Mérito Cultural que si hubieran sido condecorados el año pasado. Tienen 12.020,24 razones menos. Los euros que recibían hasta ahora como dotación económica las entidades galardonadas. En el caso de las personas físicas, como el actor de Manises, esa cantidad se asignaba como pensión vitalicia. Una paga de 1.000 euros al mes de por vida, cuyos últimos beneficiarios fueron el fotógrafo Francisco Cano y el escultor y miembro del Consell Valencià de Cultura, Ramón de Soto, agraciados en 2011. La Sociedad Filarmónica de Valencia y la Banda Municipal de Valencia fueron las últimas entidades premiadas que recibieron esa suma de dinero. En el marco de la política de recortes, la Generalitat decidió el pasado mes de diciembre quitar la asignación económica a la única modalidad de los galardones que concede el presidente el Nou d'Octubre que llevan aparejada una remuneración. Son 20 los premiados de los diferentes años que cobran la pensión vitalicia por la distinción cultural, lo que supone a la Generalitat un desembolso anual de 264.450 euros. La dotación económica la instauró Lerma como forma de ayudar a personas destacadas de la cultura que contaban con escasos recursos. Luego se desvirtuó el sentido.f. a./j. g. g. valencia