Pasados los años de la postguerra, en Valera de Abajo (Cuenca) sólo había trabajo en el campo. Goya Segovia acababa la escuela y tenía que ponerse a trabajar. Se lo imponían su familia y las circunstancias. Pero ella no quería dedicarse a la agricultura así que se marchó dos años a Madrid, a trabajar de niñera. Extrañaba a su gente y tramó otra salida con su madre. «Pensamos que podría ir a Alaquàs, donde vivía una tía, trabajar un tiempo en alguna fábrica y ganar dinero para comprarme una tricotosa con la que volver al pueblo a hacer prendas de ropa. En aquel tiempo una se ganaba un jornal con aquello», recuerda esta mujer. Pero en las primeras horas que pisó territorio de l´Horta conoció a un chico que acabaría siendo su marido. «Era del grupo de pascueros de mi prima. Aunque me había dejado un medio novio en el pueblo y al de Alaquàs le decía que yo en un año me volvía a Valera, al final me quedé», recuerda divertida.

Su historia es similar a la de muchas familias que llegaron a Alaquàs en los 50, en los 60 y en los 70 del pasado siglo. Convirtieron aquel pueblo agrícola que tenía algunos talleres artesanales en una pequeña ciudad. Poblaron los nuevos barrios e introdujeron algunas de sus costumbres.

Hoy Goya ya está en edad de jubilación y asiste dos días a la semana a clase de valencià en la escuela de adultos, situada en el Castell. Con ella comparten aula vecinas y vecinos que nacieron en Azuaga (Badajoz), Casas Simarro (Cuenca), Villacarrillo (Jaén) o Villar de Cañas (Cuenca). En la mayoría de los casos, no aprendieron el valenciano cuando llegaron. «La gente de Alaquàs a nosotros nos hablaba en castellano y no tuvimos necesidad de aprenderlo. Si nos hubieran hablado en valenciano, lo habríamos aprendido más fácilmente», coinciden muchos.

La principal motivación que les ha llevado al aula ahora son sus nietos. «Mis tres hijos hablan valenciano porque lo aprendieron en clase. Y mi primer nieto en edad escolar, Álex, estudia en línea en valenciano en el colegio González Gallarza. Como yo lo cuido, vengo a clase para hablarle en su idioma», explica Pepi Morillo. Un caso similar es el de María Jesús Pardo, cuyos nietos mellizos estudian en la Nostra Escola Comarcal. Y también el de Goya. «Iaia, tu no tens rentaplats?», cuenta que le dice su nieto que «al principio no entendía lo que yo le hablaba». Victoria Álvarez le dice a su nieto que aprende valenciano por él y para Pilar López, ir a esas clases era como una asignatura pendiente. «Mis tres hijas lo hablan y la pequeña está estudiando en línea valenciana porque yo vi que era lo natural», reflexiona. «Vamos a cantar villancicos pero no en tu idioma, iaia», les dicen en más de una ocasión los pequeños.

También está el caso de quienes estudian valencià por «satisfacción personal». Carmen Moles tuvo una tienda 25 años en pleno centro histórico de Alaquàs. Sus hijos aprendieron valenciano «muy rápido» e incluso «tienen titulaciones». E Inma Poveda, valenciana de nacimiento pero criada en el «cap i casal» recuerda que «hablar valenciano estaba mal visto y no pude aprenderlo, por eso estoy aquí ahora».

Procedentes de ambientes rurales donde «no había trabajo para todos en la familia y tuvimos que emigrar», la mayoría de estas mujeres encontraron empleo en Alaquàs en fábricas de madera, de panderetas, de lámparas, de castañuelas o «trabajando en casa cosiendo pantalones para Lois». A pesar de los actuales tiempos difíciles, miran atrás y coinciden en la evolución positiva de la población. «En este pueblo se ha hecho muchísimo. Se ha embellecido con los parques», valoran.