Dejó escrito un cuaderno testimonial con el que pretendía saldar cuentas con ese pueblo que lo recibió en 1949 con los brazos abiertos y del que acabó hasta el gorro, envuelto en «leyendas» (negocios urbanísticos que hoy se llamarían pelotazos) que «es fácil levantar contra antiguas figuras de un régimen caído». Los últimos días en Xàbia de Mariano Navarro-Rubio, fallecido el 3 de noviembre de 2001 en Madrid, no fueron precisamente felices. Con el fin de la dictadura, vio declinar sus privilegios y su prestigio. En su relato, casi se convierte en un trasunto de aquel Don Frabrizio de El Gatopardo que ve cómo su viejo mundo se muere.

Estos apuntes, dirigidos «especialmente a los hijos y nietos», tratan de justificar los pleitos del ya entonces exministro (los cuadernos los redactó a finales de los 80) con un ayuntamiento que se le volvió hostil. La historia de su casa, construida sobre un yacimiento y en dominio público marítimo-terrestre, es conocida. El ayuntamiento le vendió la parcela pegada al mar de la Punta de l´Arenal (luego «por la amenaza terrorista» se cerró incluso la playa de piedra tosca) por diez mil pesetas. «A simple vista esta parcela del primer Montañar producía el mayor de los desencantos», escribe Mariano Navarro-Rubio. «Se había convertido en una especie de basurero y daba la impresión de que allí nunca sería posible plantar ni una mala hierba».

Casi intenta justificar que aquel terreno no valía ni las diez mil pesetas que pagó. Pero se sabía de antiguo que allí había un yacimiento. «Elegimos la parcela no por razones urbanísticas, sino preferentemente por la afición arqueológica de mi mujer, María Dolores Serres Sena», reconoce el exministro. Antes de las obras, excavaron «metro a metro y palmo a palmo». Y salieron a la luz cientos de hallazgos, entre ellos «más de 50 piezas mayores» de basas, fustes y capiteles romanos

El exministro insiste en que el chalé no era de lujo. Pero la valiosa colección arqueológica y el jardín, diseñado por un jardinero que recomendó el entonces ministro de Agricultura, Rafael Cabestany, y para el que se trajeron palmeras y plantas de Elx, Albatera y Tenerife, le daban, sin duda, un toque suntuario. Esa finca de San Rafael fue más que un lugar de veraneo y descanso. «Se celebraron reuniones de trabajo con los altos cargos del Ministerio de Hacienda preparando leyes como la de Bases de Ordenación Bancaria, que allí prácticamente se concibió y redactó».

Pero menos conocidas son otras operaciones urbanísticas. A la familia, la finca de San Rafael se le quedó pequeña y compró al ayuntamiento terrenos privilegiados en el cabo de Sant Antoni (ahora parque natural del Montgó). «Bien es cierto que en la primera adjudicación figuró el precio simbólico de dos mil pesetas, pero tan pronto como llegó a mi conocimiento este exceso de celo de nuestro representante en la escritura, me apresuré a exigir al Ayuntamiento la fijación del precio que estimase más justo». Fue de 24.000 pesetas, tampoco mucho para unos terrenos que lindan con el faro y bajan por la ladera. No se llegó a construir.

Navarro-Rubio incluso muestra un punto de megalomanía urbanística. Se lanzó en los años 70 a un proyecto de urbanización de lujo en la Plana Justa del Montgó que acabó en fracaso estrepitoso. El hijo mayor de la familia compró terrenos y acordó con el ayuntamiento arrendar cien hectáreas. En total, el proyecto ocupaba 300.000 metros cuadrados. La urbanización sería «muy superior a todas las que existían en Jávea y sus alrededores, incluyendo el Tosalet». Incluía un aeródromo porque interesaba el «enlace aéreo con Ibiza». Tendría un campo de golf y «un club de gran categoría». El nuevo ayuntamiento socialista cambió la calificación de los terrenos de urbanos a rústicos no urbanizables. El Banco de Occidente, que avalaba el proyecto frustrado, reclamó los préstamos e intereses. La familia, para saldar la deuda, tuvo que vender una finca del Montgó de 60.000 metros cuadrados.

Pero estos cuadernos testimoniales, más que por la visión de parte de esos negocios urbanísticos, tienen valor por las anécdotas. Cada línea destila nostalgia. El exministro añora sus primeros años en Xàbia y dibuja un presente en el que su familia se siente perseguida, despojada de sus antiguas prebendas.

Los Navarro-Rubio veraneaban a finales de los años 50 en Benidorm, un pueblo «incapaz de proporcionar los más elementales medios de acomodo turístico». Las villas turísticas no tenían agua potable, sino aljibes. Tres de las hijas del entonces procurador en Cortes y miembro destacado del Opus Dei y Acción Católica, enfermaron de fiebres.

El 25 de junio de 1949 la familia llegó a Xàbia por un «ramal polvoriento» (la carretera de Gata). «Daba la impresión de que Jávea se resistía a estar bien comunicada con el resto del mundo». El ministro ayudó, sin duda, al despegue turístico de «su pueblo de adopción». Cuenta de los primeros años que un «grupo de pioneros» compartía toldo en «una desierta playa del Arenal». «Si se hubiese quedado olvidada una máquina fotográfica, no nos hubiésemos tomado la molestia de correr a recogerla, porque teníamos la absoluta seguridad de que se encontraría en el mismo sitio al día siguiente».

Pero esa tranquilidad se desvaneció con el tiempo. Escribe Navarro-Rubio que el periodista Tico Medina quiso visitar su chalé, «pensando que sería una especie de palacio». Quedó «desilusionado», pero le llamó la atención un fusil ametrallador CETME «regalo del ministro Barroso a su compañero de Hacienda por si un día podía necesitarlo». «Hubo una vez, al poco tiempo de la muerte de Franco, en la que hubimos de soportar ataques inesperados. Un día se nos destrozó por completo la puerta de entrada de la finca y continuamente aparecían rotas las vallas provisionales que hubimos de montar apresuradamente para nuestra protección. Durante varias noches aparecían cortando las alambradas personas extrañas. No hablo de fantasmas. Y temeroso de que algún día alguno de nosotros tuviese que emplear el CETME, lo devolví rápidamente al ministerio del Ejército para evitar mayores complicaciones».

Finca de San Rafael «El chalé del ministro»

El ayuntamiento vendió por diez mil pesetas la parcela de la Punta de l´Arenal donde ya se sabía que había un yacimiento arqueológico. Navarro-Rubio justifica que fue su mujer, María Dolores Serres, «una buena aficionada a la arqueología», la que se empeñó en comprar el terreno. Dice que la Ley Chapaprieta permitía que el consistorio vendiera las fincas del dominio público litoral. La familia aún hoy mantiene la concesión del conocido como «chalé del ministro».

La visita de Franco en 1961 «El culmen del prestigio de la villa»

El 27 de junio de 1961 Francisco Franco llegó a Xàbia a bordo del Azor. «No era normal que D. Francisco Franco visitase la casa de un ministro de una manera tan ostensible», indica Navarro-Rubio, que dice que ese guiño «constituyó a no dudarlo una buena sorpresa en el mundillo político». Recuerda que el empresario Juan Porsellanes le comentó que esa visita «señala el momento culminante del prestigio de nuestra villa, porque sólo entonces alcanzó más predicamento que Denia». El ministro, sin embargo, lanza un reproche: «No se comprende cómo puede ser ignorada por los encargados de hacer los anales de Jávea cuando señalan como acontecimiento destacado la compra de un molino de viento o los desfiles de una majorets». Franco no mostró interés por las «ruinas romanas», pero sí le preocupó la falta de seguridad de la finca. «Ya entonces su ministro de Hacienda se encontraba bajo una amenaza terrorista».