El 27 de enero de 1993, dos apicultores valencianos subieron a la montaña para trabajar en sus colmenas y en el camino descubrieron el brazo semienterrado de una joven en avanzado estado de descomposición. El viento, la lluvia y los animales habían revelado una fosa con los cadáveres de las tres niñas de Alcàsser.

Este domingo se cumplen veinte años del terrible hallazgo que truncó la vida de tres familias y desencadenó veinticuatro horas de desconcierto, conmoción y drama en toda España, todo ello bajo una gran expectación mediática y especialmente con la incesante mirada de las cadenas de televisión.

Ningún pariente cercano de Miriam, Toñi y Desirée quiere hablar ahora sobre aquel día ni del resto. Sus abogados, aún en lucha para evitar que el desaparecido Antonio Anglés quede impune por prescripción de la pena, piden comprensión: "Recordar lo que le sucedió a sus hijas les provoca un dolor descomunal", apunta uno de ellos.

Eran las seis de una tarde corriente para estos dos apicultores que se adentraron en el paraje de La Romana, una zona de difícil acceso situada entre los términos municipales de Catadau y Tous por la que "no pasan ni los lobos", recuerda un testigo.

Uno de ellos, Gabriel Aquino, que por entonces tenía 66 años, divisó entre la tierra removida el brazo de un cuerpo joven con un reloj en su muñeca que marcaba las 11.10 horas, y regresó a toda prisa para alertar a la Guardia Civil.

Poco después, los agentes destaparon una fosa de un metro y medio por dos. En su interior había tres adolescentes envueltas en una alfombra cuyas características coincidían con las tres chicas de Alcàsser que habían desaparecido 75 días atrás mientras caminaban hacia una discoteca. Los indicios era "fiables", pero nadie se atrevía, ni quería, confirmarlo.

La noticia se extendió inmediatamente por el pequeño pueblo valenciano, donde sus vecinos comenzaron a concentrarse de forma silenciosa en la puerta del Ayuntamiento en espera de noticias.

Caras de abatimiento, conversaciones en voz baja y temor a la constatación de la tragedia. "Me tiemblan las piernas", reconocía entonces a EFE Marisa, amiga de las tres jóvenes.

Espectáculo televisivo

Extraídos los cadáveres, comenzó un trasiego de féretros con primera parada en el cuartel de la Guardia Civil en Llombay, donde se agolpaban decenas de medios de comunicación auspiciados por una nueva audiencia, la que acuñó el programa "¿Quién sabe dónde?" de Paco Lobatón.

Los platós de las diferentes cadenas comerciales abandonaron sus estudios y se trasladaron, literalmente, hasta Alcàsser, un pequeño pueblo de 7.500 habitantes que aquella noche, según numerosos analistas, dio luz al fenómeno de la "telebasura".

Finalmente, los cuerpos de las tres niñas fueron trasladados al Instituto Anatómico Forense de Valencia, el laboratorio con mejores medios de identificación, donde llegaron pasada la medianoche.

La autopsia comenzó sobre las nueve de la mañana con la participación de multitud de expertos -traídos incluso de otras ciudades españolas- sin margen para el error, ya que hasta el propio presidente del Gobierno, Felipe González, había llamado para conocer la situación.

Sobre las 09.30 horas, los familiares entraron al Instituto para el reconocimiento de los cadáveres, y un hora y media después el personal médico oficializaba una verdad que nadie quería escuchar: eran los cuerpos de Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez.

La noticia desató conmoción e indignación en toda España. En Alcásser, la reacción fue visceral: "Que los maten", "Que cuelguen a los asesinos", "Como los pillemos los matamos", gritaban los vecinos, nuevamente concentrados en la plaza del pueblo.

El padre de Miriam, Fernando García, que sucumbió al circo mediático de la mano del criminólogo Ignacio Blanco hasta ser condenado por calumniar públicamente a los responsables de la investigación, aún tuvo fuerzas para reclamar ante los periodistas un cambio legislativo que permitiera el castigo de los asesinos.

La autopsia concluyó a las cinco de la tarde. Su escabroso resultado no se filtró con detalle hasta días después, pero el entonces fiscal jefe de la Comunidad Valenciana, Enrique Beltrán, lo definió como el "más asqueroso" de cuantos había leído, un crimen que sólo unos "desalmados" podrían haber perpetrado.

El abatimiento llegó hasta la Casa Real, desde la que los monarcas remitieron sendos telegramas expresando su "consternación" por la tragedia y su "pésame afectuoso". A este mensaje se sumaron los de la presidencia del Gobierno y otras instituciones públicas.

Veinticuatro horas después del estupor de los dos apicultores quedó fijada una fecha para el triple funeral, el sábado 30 de enero al mediodía. Todo lo que trascendió después, durante la investigación y el posterior juicio a Miguel Ricart, deja una historia tan oscura y confusa como los autores de este crimen.