El móvil de Gregorio Sebastián tiene memorizado en el número 1 el teléfono de la Guardia Civil, y en el número 2 figura el de la Policía Local. Hace poco se cambió el coche y pidió en el concesionario el vehículo más común y con el color que menos llamara la atención para pasar desapercibido y no dejar rastro, porque se sabe vigilado. Además, su negocio está vallado, defendido por cuatro perros, protegido por un sistema de alarma, y es rara la semana que los agentes de la benemérita -que incluso tienen la llave de la empresa- no pasan por allí para supervisar cómo anda el patio. A veces, en plena noche, ha llegado a llamar a su mujer para pedirle que, si en cinco minutos no volvía a recibir una llamada suya, avisara a la Guardia Civil y a la policía porque podría encontrarse en una situación de peligro. La desasosegante descripción parece responder a la vida de un empresario de postín acosado por grupos terroristas o bandas mafiosas en busca de rescate. Nada más lejos de la realidad.

Gregorio es un humilde granjero de Real (la Ribera) que desde 1986 se dedica a la cría de conejos en una nave de Montroi. Y si su vida ha desembocado en todas estas anomalías es porque, desde 2006, le han entrado a robar en su granja en 61 ocasiones. Ha sufrido más robos que años tiene este pobre hombre de 53. En total, y según el exhaustivo registro por fechas que Gregorio lleva de todos los latrocinios sufridos, le han sustraído 1.062 conejas reproductoras. A razón de unos 30 euros por cabeza, el daño en género supera los 30.000 euros. Tiene seguro, sí. Pero la compañía le paga 20 euros por animal y él no denuncia todos los robos. "¡Si lo hubiera denunciado todo me hubieran encerrado, y la prima del seguro se me hubiera disparado!", apunta Gregorio, socio de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja).

Hay aspectos de su vida que ilustran cómo vive este caso extremo de la inseguridad agraria, un debate latente que se ha impuesto en la opinión pública después de que unos ladrones asesinaran el domingo a un vigilante de una finca de naranjos de Cheste en la que habían entrado a robar. Por ejemplo: Gregorio es músico, pero ya hace tiempo que no sale a tocar con su banda. "No voy a tocar porque a mí me controlan, y si saben que tengo pasacalle o procesión, saben que en la granja no hay nadie y los pajaritos lo aprovechan. Porque creo que es gente de mi pueblo", desliza.

Por norma general, eso sí, suelen entrarle de madrugada. Él, a veces, ha estado muy cerca de los ladrones. Como aquella noche de invierno en la que llegó a la granja y vio un coche aparcado al borde de la carretera. "No había nadie dentro del coche y los perros no estaban como siempre. Intuí que podían estar dentro. Y pensé: "Más vale mi vida que la de los conejos". Así que me fui. Al día siguiente volví y, efectivamente, me habían robado. Y me alegró de haberme ido, porque si entras y te pillas a los rateros dentro, puede ser que pierdas más. Hasta la vida, como ha perdido ese hombre de Cheste", sostiene.

La última vez, 3 días seguidos

El último robo lo sufrió a finales de enero. Bueno, fue una oleada. Le entraron cuatro días en una semana, tres de ellos seguidos (sábado, domingo y lunes) y se llevaron 108 conejas. "Eso -dice Gregorio- te crea impotencia e inseguridad. ¿Qué haces? ¿Entras a tu granja, no entras, llamas a la Guardia Civil? Entonces, ¿para entrar en mi casa tengo que llamar a la Guardia Civil? Es una impotencia que, por momentos, te da asco hasta trabajar. Pero una cosa u otra tenemos que hacer, y yo tengo 53 años. Si tuviera fácil cambiarme de trabajo y conseguir otro, lo haría. Pero no es así. Y tienes que sobrevivir". Mientras, Gregorio seguirá recogiendo las pieles de conejo que los ladrones arrojan cerca de la granja tras llevarse el botín y amargar una vida.