Existe un cáliz de la cena de Jesucristo en Valencia que disputa su valor con otros vasos sagrados que supuestamente reposaron sobre la mesa del Cenáculo; o unos lienzos de la Pasión -en Turín y Oviedo-, que afirman su preeminencia entre otras reliquias textiles de la muerte del Galileo. ¿Cómo discernir? Varios miles de reliquias repartidas por toda la cristiandad han obligado a confeccionar clasificaciones y jerarquías para no perderse en el bosque. Una de esas clasificaciones es la contemplada por la Iglesia católica en sus libros sobre liturgia, y dice que son reliquias "de primer grado" los cuerpos de personas santas o cualquiera de sus partes o vestigios, como miembros, huesos y cenizas.

De "segundo grado" son los objetos que han estado en contacto físico con santos en vida y que de ese modo han santificado la materia de un rosario, de un crucifijo, de una Biblia (se incluyen instrumentos de tortura de un mártir o cadenas de su reclusión). El "tercer grado" abarca vestimentas o pedazos de tela que han tocado a una reliquia de primer grado (reliquias textiles), así como la tumba del santo.

Sin embargo, esta clasificación nada dice de las reliquias terrenales de Jesucristo. De hecho, las pocas referencias, vigentes y doctrinales, a las reliquias son las que se recogen, por ejemplo, en el Concilio de Trento, que en el siglo XVI aprobó la veneración de reliquias, pero de las "auténticas" (clara reacción eclesiástica al tráfico de reliquias falsas, iniciado siglos atrás y con sórdidas ganancias). Por su lado, el Código de Derecho Canónico advierte de que "las reliquias insignes, así como aquellas otras que gozan de gran veneración del pueblo, no pueden en modo alguno enajenarse válidamente o trasladarse a perpetuidad sin licencia de la Sede Apostólica". Lo contrario es delito de simonía: compra-venta de lo que es espiritual (cargos eclesiásticos, sacramentos, promesas de oración, reliquias...).

La Iglesia categoriza por tanto las reliquias en las de los santos (mejor si están certificadas), las insignes y las de especial veneración. En consecuencia, las reliquias de Jesucristo se enmarcan entre las insignes o las venerables y se ha de acudir a clasificaciones extraoficiales para catalogarlas. Por ejemplo, reliquias animales (plumas o huevos del Espíritu Santo); vegetales (fragmentos de la cruz o la corona de espinas); metálicas (clavos o lanza del centurión Longinos); alimenticias (el pan o las 13 lentejas -una por apóstol- de la Última Cena, conservadas en el Vaticano), etcétera.

Las reliquias cerámicas -a las que pertenecen el cáliz de Valencia y otros-, o las textiles -varios paños de la Pasión-, constituyen los dos grupos más reseñables, pues objetos de ambas categorías han pasado por las manos o ante la mirada de los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Porque, en definitiva, hecho acopio de los especímenes dentro de cada clase de reliquias, el paso siguiente ha de ser su jerarquización según el valor que idealmente se les atribuye.

En dicha valoración también influyen otros dos factores. Uno, el orden de su supuesto uso en su tiempo (que no puede implicar contrasentidos, es decir, sólo puede existir un único cáliz); y dos, que, además de la veneración popular, la Iglesia jerárquica haya dado relevancia al objeto. Jerarquizarlas de este modo es una forma de que haya paz entre las reliquias y los lugares que las custodian.

En el caso del cáliz de Valencia, Levante-EMV recogía el domingo pasado la lista de vasos sagrados que en diferente nivel compiten con el valor del Grial depositado en la Catedral de la Ciudad del Turia. La Copa de Antioquía (Nueva York), el Sacro Catino (Génova), la Copa de Hawstone Park (Inglaterra), el Vaso de los Nanteos (Gales), o el Cuenco de Ágata (Viena), forman la lista de rivales, pero uno tras otro se han ido descartando, o por dataciones del Carbono-14, o por documentos que fijan su origen en siglos muy posteriores al I de la Era Cristiana.

Tal vez la copa de Antioquía pudiera hacerle algo de sombra al cáliz valenciano, ya que su vasija externa guarda una tosca copa mucho más antigua. No obstante, el timbre particular del Grial de Valencia consiste en que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI lo utilizaron en sendas misas durante sus visitas.

En el caso de las reliquias textiles, la enumeración de las existentes se hace interminable. En Francia están -o estuvieron- la de Cadouin (Dordoña), -declarada falsa-, la Cofia de Cahors, o la de San Cornelio, en Compiégne, desparecida a causa de que Francia fue tierra ingrata para las sábanas santas, ya que la Revolución Francesa hizo de ellas cenizas o vendas de hospital.

En Italia se localizan dos, y una en Portugal, aunque es España, sin Revolución Francesa, la que más registra: Silos (Burgos), Laguna de Cameros (Logroño), Valladolid, Escamilla (Guadalajara)..., y así hasta una decena, aproximadamente. Los fragmentos de sábana multiplicarían la lista. Pero de todas las existentes destacan cinco cuyo uso no habría tropezado históricamente, según los expertos en paños sagrados. En el descendimiento se habría utilizado el Sudario de Oviedo, y después la Santa Cofia de Cahors (ocho capas de gasa). A continuación, el cuerpo se envolvió en la Sábana Santa de Turín. Y, si acaso, el Sudario de Manoppello o el de Kornelimünster se utilizaron en algún momento del enterramiento (aunque ambos carecen de rastros de sangre y en el de Kornelimünster no hay representación humana). Todo encaja. Todos los paños pudieron ser útiles. Sin embargo, sólo ante la Sábana de Turín se han arrodillado el Papa Ratzinger y el Papa Wojtyla, y este último también lo hizo ante el Sudario de Oviedo en 1989. La jerarquía de las reliquias ha quedado definida.