Los caprichos del calendario parlamentario brindaron ayer una de esas «conjunciones planetarias», que diría Leire Pajín. Porque cuando el siete veces conseller con cuatro gobiernos y dos partidos entró sobre las 10.40 horas en el hemiciclo de las Corts, estrenando su condición de diputado no adscrito tras su abandono forzado del grupo popular, se debatía la creación del Colegio Oficial de Criminólogos. En la tribuna intervenía Serafín Castellano, conseller de Gobernación y, como secretario general del PPCV, ejecutor de la defunción política de Rafael Blasco.

Casi todos los protagonistas del drama estaban presentes. Faltaba el presidente Alberto Fabra, que había asistido a la reunión previa al pleno del grupo popular pero luego no fue a la sesión.

La entrada de Blasco mostró una soledad clamorosa. El exconseller fue ubicado en la última fila de la parte del hemiciclo que ocupa la oposición, detrás de los escaños de EU. Cuando cruzó la puerta nadie en el PP, ni en el resto de grupos, se giró, como si temieran el castigo bíblico de la mujer de Lot. Su nueva residencia, el escaño número 92, lo heredó ayer del popular Manuel Bustamante. La salida de Blasco permitió que Bustamante y Elisa Díaz pasaran al lado de hemiciclo ocupado por todos los diputados del PP. La hija de Alperi fue ubicada provisionalmente en el sillón de Blasco, en la segunda fila popular. De modo que el exconseller quedó ahí solo. Para acrecentar la sensación de soledad, se habían retirado todos los escaños a su izquierda y a su derecha. Si alguien quiere hablar con el exsíndic del PP, no le queda otra que permanecer de pie.

Precisamente Bustamante, quien se situó al otro lado del pasillo, fue el único que se acercó inicialmente. Lo saludó y lo ayudó sin éxito a adaptar el butacón. No pudo y un ujier remató la faena. Luego entró el titular de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, aliado de Blasco. Lo saludó, aunque guardando las formas, sin efusividad. Como si fuera una señal, los populares se fueron soltando. Ahí empezó un singular besamanos o, según se mire, el duelo, aunque en este caso el agasajado era también el difunto. En un lento goteo, más de una decena de diputados del PP lo fueron visitando para trasladarle su consideración más distinguida, consolarle, animarle y algunos, como la expresidenta de las Corts, Milagrosa Martínez, imputada en Gürtel, o el extitular de la Diputación de Valencia, Fernando Giner, brindarle sendos calurosos abrazos. César Sánchez (a quien se oyó cómo Blasco le decía «estoy jodido»), Rafael Maluenda, Vicente Betoret, Alicia de Miguel, David Serra, Andrés Ballester, Maritina Hernández («qué consellera se ha perdido, qué diferencia», la piropeó) o Marisol Linares son algunos de los que pasaron. A ésta última hay hasta quien le escuchó apuntarle que, tranquilo, que volverás al grupo.

Blasco, hierático en su escaño, votó todo con el PP. También pasó por la cafetería, donde se sumó a una mesa con Rus y periodistas. La anécdota se produjo ahí. Sonaba el timbre que avisa de la votación y la viceportavoz Linares, encargada de recoger a los rezagados, pasó por el lado y, mirando hacia Blasco y Rus, les hizo el gesto de apretar el botón, de «a votar». Como el líder provincial se encontraba hablando, ni siquiera se percató. Pero Blasco sí la estaba mirando. Y no salía de su asombro. Momentos después, se levantó y comentó en broma: «Tendré que ir [a votar], a ver si me expedientan». De forma que el PP comenzó la sesión marcando distancias con el exsíndic... y acabó casi tratándolo casi como uno más.