Vicenta Prior, de 56 años, tiene un hombro operado y el otro cascado. No extraña: ha levantado en brazos a los más de 40 niños criados en su casa. Dos han sido hijos biológicos, los otros cuarenta y pico „la cuenta la ha perdido„ han sido niños de acogida. Hijos de toxicómanos, de maltratadores o de padres que abandonaron a la sangre de su sangre en el hospital para que la Administración se hiciera cargo de los pequeños. El número exacto lo ha olvidado, pero la retahíla de nombres de los niños la recuerda de carrerilla: «Primero fue José Luis, luego Rebeca, después vino Carlos, luego Aurora?». Vicenta lleva desde 1999 acogiendo a niños tutelados por la Generalitat. Ahora tiene a dos «bichitos»: un niño de tres años y una niña de año y medio. Tierna carne de cañón que en su casa de Valencia han encontrado un hogar pasajero para escapar de las residencias de menores, que en la actualidad albergan a 1.074 niños cuya guarda o tutela ha sido arrebatada a los padres y traspasada a la Conselleria de Justicia y Bienestar Social. Son los menores que, tras ser abandonados o arrancados de sus padres biológicos por orden de un juez debido a su incapacidad para criarlos, no han podido ser reubicados en una solución más familiar.

De los pequeños desamparados que han pasado por los brazos de Vicenta, unos han estado unos meses en su casa y la estancia de otros se ha alargado hasta los dos años y medio. El tiempo necesario hasta que los niños puedan volver con sus padres, con su familia extensa „tíos o abuelos„, con un acogimiento simple o permanente, o con una familia de adopción. Pero todos se han marchado por la puerta de esta casa sin dejar nada más que el recuerdo. Ella está acostumbrada. Es una veterana del acogimiento de Urgencia y Diagnóstico que ha hecho muchos viajes al hospital para recoger a niños al tercer día de nacer para llevárselos a casa como si hubiera dado a luz. «Hasta niños de dos kilitos he sacado adelante», cuenta.

El álbum de Consuelo.

Ahora, con más edad de ser abuela que de ejercer como madre, dice que «ya es hora de ir bajando la guardia». Como Consuelo Barrocal, otra madre-récord de 65 años que ha criado a 46 niños de acogida en su casa de Sedaví „y a cuatro hijos biológicos„ hasta que el año pasado la operaron del corazón y tuvo que parar. Ahora se consuela viendo el álbum donde guarda todas las fotografías de los niños que ha cuidado y esperando los correos electrónicos que le llegan de los más atentos. «No acabo de hacerme a la idea de no acoger a más niños», dice Consuelo. Lo mismo le ocurre a «mamá Vicen», como la llaman muchos de sus niños acogidos para distinguirla de su otra madre biológica, a la que ven periódicamente en los puntos de encuentro. «Siempre me digo que tengo que ir dejándolo porque me hago mayor. Pero no puede ser, porque esto engancha. Aunque todos me alaben el bien que hago a los niños, la verdad es que el bien nos lo hacen ellos a nosotros. A mí me mantiene con ilusión de vivir», confiesa Vicenta.

Retraso en las ayudas.

Entre Consuelo y Vicenta suman más de 90 niños criados. Son, en compañía de casi 600 familias educadoras más, las que están ayudando a la Generalitat a sacar adelante a sus hijos. Pero la Administración no está respondiendo a la altura, según denuncia la Asociación de Voluntarios de Acogimiento Familiar (AVAF). El año pasado llegaron a estar siete meses sin recibir las subvenciones, que rondan los 250 0 300 euros al mes. El retraso actual ronda las dos o tres mensualidades. Sobra decir que nadie lo hace por dinero; que los ocho o diez euros al día que reciben la mayoría no da para la comida, la ropa, la escolarización, las gafas, el dentista, las actividades extraescolares y los apoyos (psicólogos, terapeutas, etc.) que necesitan los menores.

Pero la queja va más allá del trato dispensado a los padres acogedores, voluntarios al fin y al cabo. «La Generalitat „sostiene Ángela Torres, presidenta de la asociación de acogimiento familiar„ podría estar desamparando a los menores tutelados». Ella denuncia que se está enquistando la residencia como primera solución para los niños cuando, en realidad, «la familia educadora es el recurso óptimo cuando la familia biológica no puede atender las funciones del menor».

Menos acogimientos.

En cambio, en la Comunitat Valenciana «se están dando acogimientos familiares con cuentagotas», critica. «La conselleria tarda muchísimo en hacer los cursos de formación necesarios para ser voluntario y luego pueden pasar meses y meses para que a las familias les den un niño en acogimiento, con la cantidad de niños que hay», lamenta. Y lanza una revelación: respecto al elevado número de menores que siguen en residencias „más de un millar„, la directora general del Menor le dijo en la última reunión mantenida: «¡Es que yo no puedo cerrar las residencias! Ahí trabaja mucha gente y muchas empresas, y no puedo dejarlos sin trabajo y sin ingresos. Y recibo muchas presiones de ellos».

Ángela Torres lanza la voz de alerta: «Las residencias son guetos que, por muy buen cuidados que estén „que no siempre es el caso, como yo mismo he comprobado„, no son el lugar idóneo para un niño. Allí faltan pilares fundamentales como los afectos, la ayuda en el desarrollo emocional, psicológico, personal y social. Y si se prorroga la estancia de un niño en una residencia de menores, se está perdiendo un tiempo sagrado. Porque a un niño de diez años nadie lo quiere adoptar, así que se está hipotecando su futuro».

Una pareja gay modélica.

Tal vez la excepción sea el caso de Ricard Fornás y Pedro Rodríguez, de l´Eliana. Son un matrimonio homosexual de 51 y 52 años. Cuando la ley les permitió casarse, enseguida se lanzaron a ser familia de acogida. Por un lado, para cumplir su sueño de ser padres. Y por otro, como dice Ricard, «para dar una oportunidad solidaria y un futuro a quien las circunstancias de la vida se lo habían negado».

Empezaron con un reto difícil: un niño de 12 años con sida, parálisis cerebral y en silla de ruedas al que su madre había abandonado nada más parir al ver que le había contagiado el virus. Estuvo ocho meses

„en los que la pareja tuvo que adaptar la casa„ y luego marchó.

Pero en 2007 llegó Juanvi. Sus padres perdieron la custodia por ser negligentes; luego, su abuela devolvió el niño a la conselleria porque no lo quería; y al final, Ricard y Pedro lo acogieron con siete años. Detrás de la humildad y la bonhomía de su voz, a Ricard se le nota el orgullo de padre seis años después. En mayúsculas, además: «Sus hermanos mayores „que viven con sus padres„ han repetido y abandonado los estudios. En cambio, Juanvi ha acabado la primaria con sobresalientes en todas las asignaturas, y en el instituto va muy bien. Eso demuestra que la genética no lo es todo. Un ambiente de educación, de estudio y de valores hace que luego, cuando lo envías a casa de un amigo, la madre nos envíe mensajes felicitándonos por lo educado y lo trabajador que es Juanvi y los modales que tiene».

Del horror a los mimos.

Como Ricard se llevaría a todos los niños de la residencia, luego llegó Héctor, con siete años. No tenía padre; la madre lo ataba por las noches porque era hiperactivo; un tío chatarrero, que asumió su tutela, le metió un clavo en la cabeza; y al final acabó «arrinconado en una residencia» sin saber leer ni escribir en segundo de primaria. Con Héctor han realizado todos los esfuerzos posibles: hasta terapia con caballo y campamentos especiales. En lo conductual, mejoran lentamente. En lo académico, nunca repitió curso y ha acabado quinto curso con un sobresaliente, cinco notables y tres bienes. Son una factoría de buenos estudiantes.

Otro esforzado convencido

„aquí todos son pequeños héroes que tienen anestesiado el egoísmo contemporáneo„ es Nacho Tarazona. Amante de los proyectos sociales, con solo 29 años se lanzó él solo al acogimiento familiar. Le tocó un niño de cinco años abandonado en la calle y que llevaba un año en la residencia de Alboraia.

Han pasado casi doce años y aquel niño que ni hablaba ni controlaba esfínteres ni tenía ningún modal, ya es un chaval de 17 que va a empezar un módulo. Con mucho esfuerzo y con «momentos difíciles» por parte de su padre de acogida. Él es muy crítico con la actitud de la conselleria. «Es de vergüenza que todavía haya niños en residencias. Dicen que no hay bastantes familias, pero si van puteando a las familias de acogida y no hacen promoción del recurso del acogimiento, la situación continuará igual o peor». Seguirá habiendo un millar de niños valencianos sin familia, en residencias de menores, mientras esperan que alguien les dé una segunda oportunidad.