En la turística el Perelló, entre el mar y el parque natural de la Albufera, el plástico de los invernaderos refulge bajo el implacable sol de julio. Dos de ellos los dirigen mujeres, que han logrado abrirse paso en el complicado mundo de la producción agrícola, tradicionalmente un coto vetado para ellas.

Alicia Nicola lo tuvo claro. En 2000, con 30 años, decidió que quería dedicarse al campo y dirigir su propia explotación. Pero no parecía trabajo para una mujer. Ni su padre ni su marido lo veían claro. "Mi familia siempre ha vivido del campo ¿por qué no iba a hacerlo yo?", se preguntaba. "Encontré muchos problemas por ser mujer; la diferencia con un hombre es que la gente no cree que tú puedas hacerlo, tienes que demostrarlo. Mi padre me decía que a dónde iba yo, pero yo no tenía dudas. Tenía una niña y necesitaba trabajar para mí, ser dueña de mi tiempo, me había criado en el campo desde niña y me gustaba", reflexiona.

Hoy tiene 43 años y su marido ya hace tiempo que trabaja con ella. Cada temporada reinvertía los beneficios y ampliaba la plantación. "Él se dio cuenta de que podíamos vivir del campo y cuando vio que yo tenía que contratar gente porque no podía con todo decidió dejar su trabajo", recuerda. Hoy, Alicia dirige invernaderos valorados en 250.000 euros y ha sido directiva de la cooperativa local, convertida en un modelo de gestión económica que acaba de recibir un premio de la federación valenciana de cooperativas agrarias.

"Esto te tiene que gustar, porque es pesado. Yo me levanto a las seis de la mañana y tienes que estar siempre pendiente. Cuando hace aire yo no puedo dormir. Vives pendiente de la meteorología, somos patidors profesionales", cuenta. Y este ha sido un año en el que viento ha soplado y mucho. "Llevamos cuatro roturas de plástico", explica mientras muestra los afamados tomates del Perelló, la cosecha de verano. La de verduras llegará en invierno porque la cooperativa impone un sistema de rotación que asegura la rentabilidad de la explotación con varias producciones al año. "Éste no está siendo un buen año, pero el negocio da para pagar la hipoteca", sonríe esta mujer, hoy empresaria del campo.

"Es un trabajo de sol a sol, en el que no puedes tener ni dos días seguidos de vacaciones, es pesado y yo no me veo con 65 años en este trabajo", apostilla Gema Bau, que a sus 37 años y dos hijos hace lo propio en el invernadero justo al lado del de Alicia. "Somos vecinas y nos llevamos muy bien", lanzan.

De la construcción al campo

El caso de Gema no es muy diferente. Hace hace cuatro años decidió que su vida estaba en el campo. Su marido se dedicaba a la construcción, tenía una empresa y el sector empezaba a mostrar signos de debilidad. "Aunque cuando él vendió la empresa aún funcionaba, lo cierto es que visto lo que ha venido después no nos arrepentimos", asevera. Decidieron poner en marcha un invernadero en El Perelló, la cuna del tomate y la verdura en la Ribera. "No sabíamos ni plantar. La suerte es que teníamos tierra, que era de mis abuelos, pero estaba abandonada porque el naranjo ya no tenía salida. Plantamos patatas, pero no se ganaba dinero. Probamos suerte con el tomate y la verdura -la cooperativa del Perelló es la principal potencia de verdura china en Europa- y aunque unos años mejor y otros peor se puede vivir del campo", señala Bau, aunque rápidamente explica que le deben unos 24.000 euros en subvenciones.

"Mismo trabajo que un hombre"

"Aquí, una mujer hace el mismo trabajo que un hombre: plantar, recoger, lo que haga falta"."Hay que trabajar mucho, porque es duro. Ahora en verano vienes por la mañana y después a media tarde cuando sopla un poco más la brisa". Gema dirige sus siete hanegadas, ahora de tomate y pepino. En invierno llegará el turno para la verdura y vuelta empezar por ese sistema rotatorio impuesto por la cooperativa. Para todos por igual, siempre en el camino a la igualdad.