Los funerales tienen su liturgia. Si hay lloros, si la pena se grita con desgarro, es que el finado era joven. 24 años tenía RTVV. Si hay insultos en el entierro es que no falleció por causas naturales. Fue asesinada. El cuerpo de la víctima presenta 1.300 millones de deuda, una manipulación que provocó descrédito y desafección ciudadana hacia su televisión pública y algunas puñaladas de corrupción, como el contrato con Gürtel para la cobertura audiovisual de la visita del Papa.

El sepelio se ofició ayer en las Corts, uno de los tres teatros de la Generalitat (junto al Principal y el Rialto), que por algo Canal 9 se dedicaba al espectáculo. El local tiene puertas traseras que dan a la calle Libertad y Salvador, ironías de la muerte. Por la fachada principal fueron llegando, desde una hora antes los hijos un centenar de trabajadores, liderados por el comité de empresa, los conocidos y «olvidados» diputados de la oposición, incluidos los padres socialistas que la alumbraron, y los padrinos: los jefes que tuvo en sus últimos 18 años representados por Alberto Fabra y el grupo popular.

El presidente del comité de empresa, Vicent Mifsud, lamentaba que la «disponibilidad [de los trabajadores] a realizar sacrificios para salvarla» no fue correspondida por una sola llamada del Consell. «Un acto más de sadismo», apostilló Albert Vicent, también sindicalista.

¿Por qué dieron ustedes esperanzas si no iban a estudiar la oferta de los trabajadores? Esta pregunta les corresponde contestarla «al vice» y «a Paula» [Messeguer, secretaria de comunicación]. La respuesta la dio la secretaria autonómica Esther Pastor, en la antesala del pasillo que da a la tribuna de invitados.

Un trabajador entregó en la puerta un escrito a los populares en el que, con foto de sus cuatro hijos, les instó a «levantar la cabeza» y «decir no». «Yo he bajado la cabeza durante años y miren las consecuencias», fue su amarga llamada a la conciencia. En la segunda planta, representantes de los sindicatos de clase CC OO, Intersindical o UGT (Mifsud, Salut Alcover, Natxo Ángel o José Manuel Alcañiz) lograron que les dejaran seguir el pleno desde la tribuna de invitados, previo compromiso de no alborotar el gallinero. Habían sido vetados la tarde anterior. Luego llegaron los del sindicato «con clase» CSI·F. Los condenaban también a seguir las exequias por pantalla de plasma en la sala Vinatea. Al final, accedieron igualmente a la tribuna.

«Usted señor Fabra, usted señor Císcar, son culpables del asesinato de RTVV», gritaba el diputado Ignacio Blanco, perfectamente enlutado. «Ustedes, hoy, no están escribiendo la crónica de la muerte anunciada de RTVV, sino la de su propia muerte», insistió Mònica Oltra (Compromís). «Usted está muerto políticamente», le soltó el socialista Josep Moreno al presidente Fabra.

Por los pasillos merodeaba, con andar nervioso, agitado, incómodo, como de sospechoso, Francisco Camps, quien entraba, votaba y salía para no escuchar a la oposición remover sus fantasmas. En medio del ajetreo, uno se topa a solas con el expresidente y le pregunta: «¿Cómo ha sido posible una gestión tan desastrosa? ¿Era inevitable el cierre? ¿Para usted hoy también es un día triste?».

El expresidente detuvo su huida, se giró, abrió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba, dispuso el cuerpo en posición simétrica como de rezo budista, cerró los ojos y ladeó la cabeza. Traducido en palabras que no pronunció: Pues sí, ¿qué quiere que le diga en este momento? El gesto desencajado lo llevó de serie toda la mañana. Minutos después, esperaba el ascensor en el ala oeste: «President, ¿cómo le sienta que Fabra reniegue de su gestión y critique los errores cometidos en el pasado?». «Se referirá a Lerma», fue su respuesta. Un par de veces más evitó a este diario. En una de ellas la cámara de Canal 9 lo siguió por el desván: «¿La cierran por disciplina de partido?». «Luego hablaré, luego», despejó Camps.

Se acercaba el momento de la agonía y una periodista de Canal 9 ofrecía una de sus últimas conexiones en directo: «Todos los diputados del PP han huido de nuestras cámaras. Han huido de esta casa, donde siempre han tenido los micrófonos a su disposición». Y tanto, pensaba un colega.

«Tenemos derecho a llorarla»

A las 14.09, arrojaron tierra sobre RTVV. En concreto, 49 paladas. Entre gritos y lágrimas más de impotencia que de dolor. «Gobierno dimisión, gobierno dimisión», «lacayos, chorizos», gritaban en la calle, literalmente en la calle, los trabajadores que siguieron el pleno hasta desde los bares aledaños.

«Negaos a cumplir órdenes, no defendáis a ladrones. El día que os toque a vosotros, yo defenderé vuestros derechos», clamaba la periodista Reis Juan a los uniformados del cordón policial. Finalmente se retiraron y dejaron que todos juntos, diputados de la oposición y trabajadores, anestesiaran el dolor a base de abrazoterapia, la única medicina a salvo del copago. Y así fue como el duelo ejerció el «derecho a llorarla». A llorar por la joven y maltratada RTVV, que en paz descanse.