La estampa en blanco y negro retrata a dos hermanos pequeños vestidos en pantalón corto a la entrada de Campos de Arenoso. Al fondo se ve alguna casa destartalada con presagios de abandono y una estrecha carretera a cuyo margen resiste la señal con el nombre de este pueblo, de l'Alt Millars, que llegó a tener 859 habitantes en el año 1877. La foto es de 1970 y evoca el calmo gorjeo de los pájaros. Pero ahora son los peces los que nadan por aquel lugar, porque en la misma década de la fotoCampos de Arenoso fue derrocado y luego cubierto por las aguas del embalse de Arenoso. El agua se ha engullido la población. Sólo queda la memoria y el silencio. Y esos dos términos son los que impregnan el libro Pobles valencians abandonats. La memòria del silenci, escrito por el periodista Agustí Hernández y que se presenta hoy en Alboraia (Auditorio Municipal, 19 h.).

El libro continuación del primer volumen sobre pueblos abandonados publicado en 2006 junto a José Manuel Almerich recorre decenas de pueblos abandonados. Unos sufrieron el adiós de su último habitante por la construcción de embalses que los enterraron, como los núcleos históricos de Campos de Arenoso, Tous, Domeño, Loriguilla, Benagéber o parte de Guadasséquies.

Otros quedaron desiertos tras sufrir catástrofes naturales como la pantanada de Tous, en 1982, que obligó a dejar en el olvido los núcleos históricos de Gavarda, Tous o Beneixida; el alud de piedras tras fuertes lluvias que en 1957 dejó en el olvido a Marines Vell; o la inundación por una tromba de agua mal drenada en 1884 que, junto con la epidemia de malaria desatada, supuso el fin del pueblo de Sant Francesc d'Assís (el Baix Vinalopó).

Entre las principales causas de despoblación también figura la expulsión de los moriscos en 1609. Pueblos como l'Alcúdia o Benimasorc, en la Vall de Gallinera, se quedaron vacíos tras el destierro de sus habitantes moriscos, aunque más tarde serían reactivados para volver a morir.

Ahora bien: la gran mayoría de los pueblos abandonados que recorre y retrata Agustí Hernández fueron devorados por el éxodo rural vivido desde finales del siglo XIX hasta los años setenta del siglo XX. «Donde más impacto ha tenido y ha provocado más núcleos deshabitados explica el autor es en las comarcas dels Ports, l'Alt Maestrat, l'Alcalatén y l'Alt Millars, zonas de confluencia con la montaña de las comarcas de Gúdar-Javalambre, el Maestrat o el Matarraña en Teruel; e igualmente la parte interior del Baix Maestrat y la Plana Alta. También el Racó d'Ademús y casi toda la comarca dels Serrans, y en menor medida se han visto afectadas la Plana d'Utiel-Requena, la Vall de Cofrents-Aiora, la Canal de Navarrés o algunas áreas de la montaña de las comarcas centrales».

Olmedilla, Jinquer, l'Atzuvieta, los Mores, Benicalaf, Campos de Arenoso, Suera Alta, la Granella, Xivert, Vizcota, les Alberedes, la Salvassòria, Bibioj, la Fonseca, El Reatillo, Miravet, Barchel, Cortes, Pardines? Son nombres evocadores de antiguos municipios, masos o aldeas valencianas ya desaparecidos o despoblados. Hernández los ha recorrido durante la última década. Ha recopilado más de 150.000 imágenes del mundo rural valenciano hasta inmortalizar «un escaparate de paisajes silenciosos y a la vez bellos que forman parte de la memoria colectiva valenciana».

Él reivindica el paisaje y el patrimonio valenciano como una parte de la identidad. Aunque esté sepultada bajo escombros y ruinas como las del Chorrico, una aldea abandonada en el siglo XX en l'Alt Millars y que hoy, rodeada de pinos y montañas, languidece con todas las casas en ruina excepto una, reformada hace muchos años, y con los restos de la fuente y el lavadero. Las imágenes remiten a un escenario postbélico. Pero la guerra que ha azotado a la aldea del Chorrico, como a tantas otras poblaciones abandonadas, es el paso del tiempo y la soledad, que se ha enseñoreado de estos lares al compás de la lluvia amarilla que como escribió Julio Llamazares amontona las hojas muertas cada otoño. Y que ya nadie ve.