Dos años, cuatro meses y 21 días de condena. Esquivando periodistas, cámaras, micrófonos, diputados de la oposición, líneas rojas de Fabra, fiscales, jueces, manifestantes... El Molt Honorable Francisco Camps Ortiz, cuyo nombre se imprimía en tarjetones de esos que sirven de cobijo contra la peor de las tormentas, murió para la política quizás por reincidir como promotor de pufos travestidos de eventos y regados con Moët & Chandon y malas compañías. Después de arruinar su vida pública, intoxicado por su adicción a los canapés más sofisticados, ayer recibió el calor de la tortilla de patatas, el fiambre y el plato de plástico. 875 días después, se le dispensó el único homenaje al que puede aspirar hoy: no ser tratado como un apestado.

Se lo tributaron los alrededor de 80 afiliados de la agrupación de Abastos, en Valencia, que ayer acudieron a un acto que ni siquiera podía gritarse a los cuatro vientos como un homenaje. «¿Homenaje? Es la cena habitual de sobaquillo que celebramos una vez al mes y Paco viene porque milita aquí», explicaba la presidenta local, Mercedes Moreno, como para no molestar a las alturas del PP. Una reunión gastronómica, sin ningún famoso del partido (ni Rita, ni Cotino, ni, por supuesto, Fabra) que tampoco era la cena de Navidad, que se hará en los próximos días. La de ayer era sencilla, «cada uno nos traemos el bocadillo, aquí hay fiambres, tortillas... que compramos con los 10 euros que pagamos», explicaba Mercedes en el corrillo en la puerta del local mientras esperaban al compañero Paco. Que llegó tarde. En un taxi, acompañado por su esposa, Isabel Bas, que hizo de guardaespaldas del marido, al que ayudó a ganar la posición para entrar en la agrupación y bloquear a la prensa.

Llegar tarde y no responder a las preguntas son dos tics presidenciales que conserva. «No sé exactamente sobre qué está preguntando», despejó cuando se le inquirió por el veto del PP a la petición de EU de que comparezca en las Corts para explicar su relación con el caso Nóos. «Voy a cenar con mis compañeros, que milito aquí desde hace 31 años», respondió cuando se le preguntó por el antenicidio de Canal 9. En realidad «Paco» no llegó tarde. Diez minutos antes de las nueve, la hora de la cita, se acercó en coche oficial y se perdió en una calle adyacente. Hacia allí se dirigió la presidenta de la agrupación, que pocos minutos después regresó. Al cuarto de hora, Camps y su esposa llegaron en taxi, una forma más apropiada de aterrizar en el mundo de los ex.

Una salva de aplausos y un retrato suyo le dieron la bienvenida a un local con la puerta entreabierta y sellado con persiana contra miradas de periodistas, a los que se les ofreció a una «cervecita». Pero en la calle. El acto tuvo cierto aroma a prohibido. «Paco» se sintió cómodo. No en balde hace dos años y medio que se mudó al barrio de la clandestinidad.