­Dejaron su terreta para subirse en el puerto de Valencia a un barco de vapor que en quince días atracaba en el Nueva York de principios del siglo XX. Viajaban en tercera clase, con pasajes que costaban de 300 a 400 pesetas, y buscaban materializar su humilde sueño americano: hacer dinero rápido y despojarse de la pobreza que dejaban atrás por la filoxera que arrasó la viña, la escasez de jornales en el campo y en la dura montaña, la ausencia de una industria local emergente y otras inclemencias que siempre se abaten sobre los mismos.

La memoria de su odisea migratoria pasó de generación en generación. Pero en muchos casos se perdió y nunca hubo una conciencia global de este fenómeno norteamericano. Ahora, un proyecto titánico pilotado por Info TV —a caballo entre el periodismo y la Historia y que se plasmará este verano en un documental y un libro— documenta aquella emigración apenas estudiada, mucho menos conocida que la de los valencianos rumbo a Argelia o Sudamérica, y rescata la memoria de los descendientes de aquellos valientes emigrantes.

Después de revisar durante ocho meses la lista de pasajeros de todos los barcos, uno por uno, que habían entrado a Estados Unidos por la isla neoyorquina de Ellis, el equipo dirigido por el periodista Juli Esteve fue confeccionando la relación de valencianos que emigraron a la América rica entre 1906 y 1920, año en que fueron modificadas las leyes migratorias estadounidenses y el éxodo valenciano se frenó. En ese periodo, y a falta de ajustar las cifras, cerca de 14.000 valencianos de 262 pueblos distintos emigraron a Nueva York, según desvela el trabajo todavía en proceso de Info TV.

El título del proyecto es esclarecedor: Del Montgó a Manhattan. Valencians a Nova York. El rocoso macizo que domina la Marina Alta fue el epicentro simbólico de aquella emigración que se inició con la partida de diez personas de Orba. La Marina Alta, el norte de la Marina Baixa, el sur de la Safor, las zonas orientales de l’Alcoià y el Comtat y el sur de la Vall d’Albaida absorbieron el grueso. Pego encabeza la lista con mayor número de emigrantes —más de 900— enviados a Estados Unidos y Canadá. De Pedreguer marcharon cerca de 700 cuando el municipio contaba con poco más de 4.600 vecinos. De Orba salieron más de 500. Y así, casi uno de cada dos pueblos de la Comunitat Valenciana vieron marchar a algún paisano rumbo a Nueva York. Todos los datos de los aventureros por necesidad —nombres, edad, sexo, procedencia— figurarán en el libro que prepara el proyecto en el que colaboran la Diputación de Valencia, unos treinta ayuntamientos, la Universitat d’Alacant, el Institut d’Estudis Comarcals de la Marina Alta y la empresa Rolser.

800 personas han hablado

Pero el trabajo no se ha conformado con detallar un fenómeno migratorio poco estudiado cuyo único precedente era el libro de la profesora Teresa Morell Valencians a Nova York, el cas de la Marina Alta. También ha querido revivir las historias de estos emigrantes, que en su mayoría regresaban al pueblo un año o dos después de su partida, según Juli Esteve. Para ello, con la lista en la mano, se pusieron en contacto con los ayuntamientos de los municipios con más de veinte emigrantes americanos para localizar a sus descendientes: hijos, sobrinos, nietos, biznietos… Con este propósito, los autores han recorrido unos 70 pueblos valencianos y han hablado con unas 800 personas para recopilar la información y catalogar la documentación relacionada con la experiencia de 1.500 emigrantes.

Se encontraron muchas veces con reacciones como la de don Francisco, el alcalde de la Vall de Laguar que, al enterarse de que su pequeño pueblo de 940 habitantes había tenido 294 emigrantes a Nueva York en el primer cuarto del siglo XX, exclamó. «Què em dius?». La envergadura de los datos superaba las expectativas. Pero la realidad hallada sobre el terreno también sobrepasó las perspectivas de los investigadores. Encontraron, por ejemplo, a una superviviente de aquella emigración. Es una mujer de Gata de Gorgos que hoy tiene 98 años y que marchó a Nueva York cuando tenía seis. «Recuerda muy poco, pero aún retiene en la memoria cómo separaban a hombre y mujeres a la llegada a Ellis Island y cómo los revisaban médicos de bata blanca», relata Juli Esteve.

En las visitas a los descendientes han logrado fotografiar y catalogar 500 objetos y escanear más de 10.000 documentos y fotografías relacionadas con aquella emigración. Pasaportes, nóminas de empresas, cartillas de bancos americanos, duplicados de cheques, giros postales, documentos de las fondas en las que residían, cartas a la familia, permisos del consulado, cartillas de emigrante, certificados de buena conducta o farolillos de minero que funcionaban con carburo, monedas americanas de curso legal, electrodomésticos made in USA que se trajeron, ropa, joyas para las mujeres, baúles…

Pero hay un hecho curiosisímo que mueve a la reflexión. Entre los miles de documentos conseguidos y los numerosos archivos consultados, no han podido localizar ninguna fotografía del embarque de emigrantes en el puerto de Valencia. Sí que hay fotos, a montones, de exportación de naranja. Ésa era la cara de la riqueza valenciana. La cara B, de gente pobre y con ecos muy actuales, daba vergüenza.