El cardenal Antonio Cañizares (Utiel, 15 de octubre de 1945) vuelve como arzobispo a la tierra que le vio nacer hace casi 69 años. Regresa a casa tras cinco años y seis meses como uno de los nueve ministros de la Santa Sede, donde el anterior papa Benedicto XVI fue su gran valedor. De hecho muchos le llamaban el «pequeño Ratzinger» por su afinidad y proximidad ideológica con el expontífice alemán.

Guardián de la tradición y de la ortodoxia, en noviembre de 1995 el entonces cardenal germano vio en Cañizares a la sazón obispo de Ávila un valor a seguir y lo reclutó para la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio) que él presidía.

La conexión entre Ratzinger y el prelado valenciano fue inmediata, pues ambos son grandes teólogos, puristas de la tradición y conservadores. Así que a nadie extrañó que cuando el alemán fue elegido en 2005 para ocupar la silla de San Pedro convirtiera en cardenal a su amigo de Utiel en el primer consistorio público (marzo de 2006) de su pontificado. Entonces desde octubre de 2002 ya era arzobispo de Toledo.

Pero Benedicto XVI quería tener más cerca al primado de España y en diciembre de 2008 lo nombró prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Es decir, titular de uno de los nueve ministerios vaticanos.

Aunque a priori se trata de ministerio menor. No lo era así para ambos, pues Benedicto XVI, obsesionado con las formas encomendó a Cañizares una reforma litúrgica destinada a reconducir algunas desviaciones posteriores al Concilio Vaticano II.

Y que mejor arquitecto para esta tarea que un amante del antiguo rito tridentino, del latín y la misa de espaldas a los fieles. Un ferviente defensor de, según sus propias palabras, de recuperar en la liturgia «la adoración, el respeto, la veneración, la contemplación, la oración, la alabanza, la acción de gracias y muchas otras cosas que corren el riesgo de diluirse».

Papable valenciano

A la sombra de Ratzinger, Cañizares también fue uno de los cinco príncipes de la Iglesia españoles candidato a relevar a Benedicto XVI tras su renuncia por motivos de salud de 2013. Entró en el cónclave que convirtió al cardenal Bergoglio en el papa Francisco como el único «papable» valenciano. Aunque escasas, por su fidelidad a Ratzinger y sus 68 años, tenía opciones de convertirse en pontífice 510 años después de la muerte del segundo y último papa valenciano de la historia, el setabense Alejandro VI.

En diciembre del año pasado concluyó su mandato de cinco años como guardián de la liturgia al frente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Aún así ha pasado más de ocho meses ocupando la prefectura de forma interina hasta que Francisco lo nombró ayer arzobispo de Valencia. De hecho era el único de los 9 ministros de la Santa Sede que Bergoglio aún no había ratificado ni renovado. Se dice que siempre quiso liderar la Conferencia Episcopal Española (CEE). Sin embargo, el nuevo talante conciliador del papa Francisco ha alejado al «pequeño Ratzinger», un cardenal de la línea dura como el jubilado Rouco Varela, de la presidencia del episcopado. No hay que olvidar que Cañizares, como vicepresidente de la CEE (2005-2008) fue uno de los representantes de la curia española más crítico con iniciativas del Gobierno de Zapatero como la asignatura de Educación para la Ciudadanía, el matrimonio homosexual y el divorcio «exprés».