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Dos ex conselleras procesadas

"Don Vito" y sus doce apóstoles

Al contrario que en la causa de los trajes, ni una sola persona se concentra en la calle y solo diez estudiantes y curiosos siguen el juicio

"Don Vito" y sus doce apóstoles

El miedo escénico es una psicopatología hija del excesivo sentido de la responsabilidad, de la vergüenza y de la falta de aclimatación al medio. La primera vez que se recibe una citación judicial, a uno le tiembla la uña del dedo gordo del pie. Cuando se pasan 40 meses en prisión, se afronta una petición de 154 años de cárcel y se tienen media docena de causas penales pendientes, entonces uno entra en una majestuosa sala de vistas y se siente como un esquimal en Groenlandia o un masái a los pies del Kilimanjaro. En su medio natural. Francisco Correa Sánchez, que se hacía llamar «Don Vito», y Pablo Crespo, el uno y el dos de la trama Gürtel, exhibieron ayer oficio,control del riesgo y mutua complicidad desde el momento en que tomaron asiento, a las 9.47 horas, en el banquillo de los acusados.

En la misma sala en la que juzgaron a Camps y a Blasco. Un escenario imponente, con catorce letrados a la derecha, por las defensas, y cuatro a la izquierda, fiscales y abogados de la acusación popular (PSPV). Veinticinco tochos apilados coronaban el altar mayor, en el que asomaba la cabeza de Pilar de la Oliva, magistrada oficiante, sepultada por carpetas y legajos.

Desde una punta del banquillo, Pablo Crespo oteaba el panorama recostado sobre la pared, sonreía y comentaba con Paco, el otro Paco, cada afirmación de la fiscal. La pareja lucía serenidad y mosqueo, un tanto impostado, ante las circunstancias. Cabrearse no es mala estrategia para vender presunta inocencia. A la derecha de Correa aparcó Mónica Magariños, administradora de empresas de la trama, y, a continuación, las exconselleras de Turisme Milagrosa Martínez y Angélica Such. Se sentaron y quedaron clavadas en el banquillo, como Jesús en la cruz.

El primer contacto entre la Generalitat y la trama, como para recordar viejos tiempos, se produjo a las 11.52 horas. Milagrosa cruzó dos palabras y una sonrisa con Mónica y Paco. La fiscal acababa de hablar del «pendrive» de José Luis Izquierdo, el contable. El «arma» decomisada por la policía y que contenía todos los pecados en negro. Pablo y Paco se miraban y sonreían. Mientras el letrado defensor de Correa, desgranaba sus motivos para impugnar el proceso: violación del derecho a la defensa, de la intimidad y secreto de las comunicaciones... ¡Ah! y Garzón se saltó la ley en las detenciones y registros. Los acusados asentían y se retorcían en el banquillo. Como ese entrenador inquieto a punto de gritar «sal que entro yo». Correa, embutido en una americana color crema, se mesaba los cabellos con cadencia. Un hombre que registraba en Excel el último céntimo ingresado en B de Barcelona no puede permitir que un pelo de su melena empañe esa percha de bailarín de tango con aire milonguero. Y un punto decadente. Muy atrás quedó la alfombra de El Escorial cuando fue testigo en la boda de Anita Aznar.

Tres pelotones de fusilamiento a base de flashes y objetivos subieron al estrado antes de arrancar la vista para inmortalizar a «Don Vito» y sus doce apóstoles procesados por el presunto expolio de 5,3 millones de Turisme a través del supuesto amaño de contratos en Fitur. «Uno de vosotros, que come conmigo, me traicionará», dijo el Señor a sus discípulos. Correa nunca parafraseó al hijo de Dios, pero una de las que comía de Gürtel, Isabel Jordán, ha colaborado en cavar la tumba de la cúpula de la organización. Aunque, en puridad, la omertá la rompió Pepe Peñas, el concejal que grabó y delató a la trama. Fue una «vendetta», clamó el abogado de Correa ayer, mientras su cliente asentía y seguía acariciando su pelo huérfano de gomina.

Correa, Crespo, Álvaro Pérez «El Bigotes», que se pasó a la barba antes de la ola hipsteriana... Todos han acabado en el banquillo acusados de reventar la banca de la Generalitat. En julio de 2003, trasladaron a Valencia la capital Gürtel. Como si fueran indianos del espectáculo, decidieron hacer las Américas en zona de burbuja inmobiliaria a base de especular con eventos y mítines del PP. Imbuidos por el espíritu del 68 „cuestión generacional„ pensaron que debajo de los maletines había arena de playa valenciana. Y montaron el tenderete de Fitur.

A eso de las ocho de la mañana ya era constatable que el circo Gürtel ha evolucionado en su plasticidad. La puesta en escena clásica, con cañas con bigotes colgados y pancartas en la puerta del Palacio de Justicia esperando a Camps en 2009 ha mutado a espectáculo estrictamente televisivo. Sea porque no hay presidente procesado, porque la protesta ya está catalizada vía Podemos o porque la sociedad civil entera se ha enrolado en listas electorales, el caso es que ni una sola persona esperaba a la puerta para soltar un «cachis en la mar». Ni siquiera cuando llegaron las ex conselleras.

Por la tarde, un señor del público, supuestamente damnificado por Crespo, fue expulsado. Nada más entrar se sentó detrás del acusado. «¿Tú qué haces aquí?», preguntó el procesado. «He venido a ver cómo vas a la cárcel», le respondió el otro, según explicó a este diario. La Guardia Civil amonestó al ciudadano y lo conminó a no hacer comentarios. El letrado de Crespo se quejó a la presidenta por una presencia supuestamente amenazante y De la Oliva lo expulsó.

En la calle no había nadie. En la sala, diez personas siguieron el juicio. Incluidos cinco estudiantes de Derecho en prácticas. Crespo abrió el desfile a las 8.05. Acusó a la UDEF, esa sección de la policía con una producción de informes más prolífica que Corín Tellado, de mentir. A la salida, denunció una conspiración política contra la trama Gürtel «organizada desde el despacho de Rubalcaba». Crespo llegó acompañado de El Bigotes, con quien tropezó camino del TSJ. El comercial de la trama en Valencia guardó silencio. Se le veía cohibido, la viva imagen del escaso peso político de la C. Valenciana. El 99% del dinero negro de Orange Market, matriz de la factoría de Correa, llegaba del PP valenciano, según la UDEF. Pero da lo mismo lo que se aporte al PIB. Viene el jefe de Madrid, da igual que sea Paco Correa que Mariano Rajoy o Pedro Sánchez, y eclipsa a su encargado de zona.

Llegada de La Perla

«La Perla, viene La Perla». Milagrosa Martínez asomaba al fondo por el Parterre con traje chaqueta oscuro. Encaró los últimos metros flanqueada por sus abogados y con paso firme al estilo Ocean's Eleven. En la mano izquierda arrastraba un bolso en el que cabe todo el avituallamiento que necesitaría si cumple los 11 años de prisión que le piden. «Confío en la Justicia» y «estoy tranquila» fueron sus dos aportaciones a la prensa. ¿Dimitirá de alcaldesa de Novelda? «No». Rotundamente.

Su excompañera Angélica Such no habló. Antes de que pasaran lista para que letrados y procesados ocuparan sus asientos, permaneció pegada a la puerta sin gesticular. Allá en el rincón del fondo, Correa, Crespo y El Bigotes conversaban amistosamente. Las exconselleras marcaban distancias. Como si nunca se hubieran visto. Como si fueran un grupo de japoneses y unos estudiantes de Irlanda esperando a que abriera el Palacio del Marqués de Dos Aguas.

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