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"Tomaset", un repartidor de libros de teatro

En la primera mitad del pasado siglo, el teatro en Valencia era una afición encendida; y no sólo a efectos de espectadores -había seis teatros profesionales con sesiones diarias tarde y noche- sino por compañías de aficionados que actuaban de vez en cuando -pero muy a menudo- en diferentes barriadas de la ciudad. Además de muchas comisiones falleras que montaban sus comedias, estaban la Casa de los Obreros -solamente fines de semana- el Patronato, la Protectora y otras varias.

Pero había un problema para las actrices y actores aficionados: encontrar los libros para cada uno, lo que suponía una dificultad -tanto económica como de localización- y no estaba divulgada la fotocopiadora para poder hacer reproducciones de las obras más en candelero entonces, piezas de Arniches, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Pemán, los hermanos Álvarez Quintero, y tantos dramaturgos españoles en boga entonces.

Y así surgió un valenciano, Tomás Martínez Badenes, conocido popular y artísticamente como «Tomaset», que si bien trabajó en compañías de aficionados, igual que su esposa, Pilar Peñarrubia, pronto encontró la solución para abastecer a todos los actores y actrices valencianos de los papeles que debían estudiar e interpretar.

¿Cómo lo hizo? Muy sencillo: con copias a máquina. Pero no copiaba las obras enteras para cada intérprete, pues ello hubiera supuesto un trabajo excesivo y un coste elevado. Y la solución fue solamente escribir a máquina cada uno de los papeles por separado.

Naturalmente, el actor, cuando recibía su texto, tenía que saber cada párrafo o cada frase cuándo debía pronunciarlo y «Tomaset» lo resolvió con un truco excepcional: a cada actriz o actor le copiaba sus frases, pero ante cada una de ellas le escribía las últimas de su interlocutor, con lo que el estudioso sabía cuándo en los ensayos debía hablar, al oír y escuchar las tres o cuatro palabras anteriores. Ello facilitaba las pruebas previas y se iba montando el diálogo.

Nuestro personaje montó su negocio en la calle de Quevedo, pero con la ampliación por la avenida del Oeste hubo de trasladarse al número 23 de la calle de Balmes.

Cuando «Tomaset» falleció en 1953, con setenta y dos años de edad, su hijo continuó la empresa «copiadora», que se mantuvo hasta 1982, en que una tormenta entró en el taller y destrozó buena parte del contenido. Lo que quedó fue adquirido por el Ayuntamiento de Valencia y depositado en la biblioteca de la plaza de Maguncia.

¡Por si no lo sabían los aficionados más jóvenes?!

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