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Los traumas psíquicos que dejó la Guerra Civil

La Nau acoge hoy la presentación de la primera investigación empírica dentro del campo del psicoanálisis y la salud mental que analiza los efectos, aún latentes, en los derrotados de 1936

Hay silencios cuyo eco no acalla el tiempo. Uno de esos silencios ensordecedores es el de los vencidos y represaliados en la Guerra Civil. Labios prietos y ojos húmedos, palabras tragadas o entredichas, emociones apenas insinuadas tras la pesada coraza. El año que viene se cumplen 80 años del estallido de aquel trauma colectivo que fue la contienda fratricida. Y las consecuencias psíquicas siguen latiendo en la sociedad. Es lo que defiende el ensayo Trauma y transmisión. Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la Transición en la subjetividad de los ciudadanos (Xoroi Edicions), que hoy se presenta en La Nau de la Universitat de València (19 h.) en el marco de las «Jornades sobre memòria històrica».

El libro, compilado por las psicólogas Anna Miñarro y Teresa Morandi, es la primera investigación empírica cualitativa dentro del campo del psicoanálisis y la salud mental que analiza los efectos psíquicos de la guerra y la posguerra en la subjetividad de los españoles. Ahí quedan claros los efectos perniciosos de aquel silencio de los vencidos. «La imposibilidad de hablar, de pensar, de expresarse a nivel ideológico, e incluso en relación a los afectos, a las vivencias, profundizó las heridas psíquicas heredadas de la guerra, e impidió la elaboración de duelos, y la psi(ci)catrización de las heridas».

Ésa es la tesis del ensayo que hoy se presenta: los traumas vividos a raíz de la guerra y la posguerra no se agotan en la generación que sufrió directamente la experiencia, sino que se han transmitido a sus descendientes hasta afectar a segundas, terceras y cuartas generaciones.

Del silencio al deber de memoria

Tras realizar alrededor de 200 entrevistas durante siete años y limitar el estudio a las víctimas del franquismo, el volumen recoge las distintas repercusiones psíquicas que «el trauma» ha tenido. En la primera generación y parte de la segunda, el horror de la guerra y la posguerra y las huellas indelebles de la represión han producido, según los testimonios recogidos, «un silencio lleno de palabras imposibles de decir, y un gran desmantelamiento psíquico y afectivo que se ha transmitido a las generaciones siguientes».

De hecho, los testimonios de segunda generación „niños y adolescentes en la guerra y posguerra y en la actualidad abuelos„ reflejan que han heredado parte de aquel silencio y del desmantelamiento que produce el trauma por el duelo inacabado. Es como si arrastraran «un fantasma» en su interior que afecta a su inconsciente. «Hemos escuchado mucho dolor en personas de esta generación, quizás la que menos pudo romper el silencio, porque sobre ella cayó todo el peso de lo traumático» durante el franquismo, destaca la psicóloga Teresa Morandi.

El trauma ha mutado en la tercera generación „nietos de abuelos fusilados o desaparecidos„, que asume ese duelo inconcluso que arrastra su familia para reconducirlo por una senda reivindicativa. Es el llamado «deber de memoria», que fructifica en la voluntad de dar sepultura digna del familiar o ampliar el conocimiento de todo aquello que antes era hermetismo. Ese mismo espíritu asume la cuarta generación. Aunque es pronto para radiografiar a este nuevo grupo, sobre él también pesan, según las investigadoras, «síntomas o actuaciones que pueden relacionarse con el trauma transmitido».

Tres afectados por cada víctima

El análisis psicoanalítico llevado a cabo en esta obra „que recopila distintos artículos„ calcula que «por cada sujeto expuesto a heridas, torturas, fusilamiento y/o desaparición, al menos tres personas, en las diferentes generaciones, pueden estar afectadas en su salud física y mental». Reacciones emocionales diferidas, incluso serias descompensaciones psíquicas. Pero todo aquello fue sepultado durante la dictadura. Incluso más allá, explica a este periódico Teresa Morandi. «Se ha silenciado y cubierto de opacidad y olvido. Pero la gente no olvida por decreto. La gente siente. Y al sentir, sufre. No todo el mundo sufre una enfermedad o secuelas. Pero sí que hay situaciones terribles. Gente con grandes dificultades en sus lazos de amor y socialización», constata. Miles de vencidos vivieron con miedo, con vergüenza, con un sentimiento de culpa. Un exilio interior. Una doble estigmatización. Y, demasiadas veces, con el silencio como compañero.

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