No sé si la señora Carolina Punset, líder del partido Ciudadanos en la Comunitat Valenciana, era consciente del alcance de sus pullas contra la recuperación del valenciano. Un servidor, valenciano y valenciano-hablante por la gracia de sus antepasados, le quisiera hacer notar algunas cosas al respecto por si le son de utilidad. Así podría ahorrarse el despropósito de continuar menospreciando la seña de identidad más importante que tenemos los cinco millones de valencianos, sean o no valenciano-hablantes. La señora Punset entiende, quizá, que el aprendizaje de los idiomas suma cero, es decir, que el aprendizaje de unos se hace a costa de otros, muy lejos del refranero popular que sostiene que «el saber no ocupa lugar». Y de los psicolingüistas que defienden que el bilingüismo de pequeños hace más fácil el aprendizaje de otros idiomas a lo largo de la vida. O de la lógica de los negocios internacionales que hace del inglés un idioma imprescindible y de los idiomas «locales» —y esto hay que subrayarlo— una ventaja para entablar más confianza con quien tratas, si lo haces en su propio idioma. Por eso, el castellano es tan importante, porque es un idioma «local» que hablan varios cientos de millones de personas. O el alemán, unos cien.

La señora Punset dijo lo que dijo en Valencia pero no sé si lo hubiese dicho en Estocolmo, Copenhague, Oslo, Helsinki o incluso Ámsterdam, cuyos idiomas «locales» se hablan igual o menos que el valenciano. De hecho, el valenciano lo hablamos más gente que la mitad de los idiomas oficiales de la Unión Europea. Naturalmente, considerando, como no puede ser de otra manera, que el valenciano se habla también en Barcelona, en Palma o en Elx.

La señora Punset yerra, a mi modesto entender, al enjuiciar las causas del poco nivel de inglés en España, porque el problema tiene otras causas y viene de lejos. Viene de haber practicado un monolingüismo castellano excluyente: hacia adentro, tratando de laminar las lenguas españolas no castellanas y hacia fuera, menospreciando las lenguas extranjeras porque se suponía que con el castellano ibas donde querías.

Mi generación aun tuvo que enseñarse el francés (entonces era aun el francés y no el inglés) como una asignatura prácticamente «maría», es decir, de puro trámite. Eso también pasó en Francia con el inglés hasta hace bien poco. ¿Sabe la señora Punset donde se tiene menor dominio del inglés en España según el English Proficiency Index for companies? Pues en Andalucía, Castilla-La Mancha, Murcia y Extremadura donde por cierto no existen lenguas «aldeanas».

Pero ese bajo nivel de inglés no pasa ni ha pasado en los países con lenguas propias «pequeñas». En Suecia, Dinamarca, Holanda, Islandia o Finlandia, el inglés es de dominio público. Todo el mundo lo puede hablar, pero nadie renuncia a su lengua propia. Uno puede estar trabajando en inglés todo el día (aquellas economías son muy abiertas) pero nadie renuncia a crear complicidades con los suyos con su lengua singular.

También es verdad que es un problema de autoestima. Quizá, la señora Punset pone sus prejuicios diglósicos (el castellano es lengua fina frente al valenciano que es de patanes o aldeanos) por encima de las evidencias sobre los idiomas de los negocios. Quizá, la señora Punset pone sus prejuicios identitarios (en «España se habla español», es decir, castellano) por encima de las evidencias sobre el idioma propio como vertebrador de los valencianos como pueblo. También es verdad que en ciertos ambientes sociales —como los que debe frecuentar la señora Punset— no pueden hacerse cargo del hecho de que, a pesar de los atropellos que ha sufrido el valenciano, aun hay más de dos millones de valencianos y valencianas que lo hablan asiduamente.

Como no es el único creador de opinión que piensa así (sin ir más lejos, Amadeo Salvo, empresario y aguerrido presidente del Valencia en momentos difíciles dijo cosas parecidas hace unos meses en sede universitaria), permítaseme recordar cuan de condicionante es la lengua —la pérdida del uso de la lengua propia, singular— para la geoestrategia económica, social y política valenciana. Y para la cohesión de los cinco millones de valencianos. ¿Por qué no pintamos nada en Madrid? ¿Porque somos sus perritos falderos? De verdad que el poco respecto por nuestra seña de identidad básica ¿no es percibido desde fuera como una muestra de nuestra debilidad como pueblo, como sociedad? Ya sé que incomoda poner al respecto el ejemplo catalán, pero ahí está para quien lo quiera ver.

Además, ¿Por qué, por ejemplo, nuestros empresarios no hablan más con los empresarios catalanes, nuestros principales socios comerciales? ¿Por qué no hacemos frente común con ellos en el tema de la infrafinanciación y de infraestructuras básicas como el Corredor Mediterráneo? ¿Seguro que eso no tiene nada que ver con la incapacidad por actuar «en valenciano» en todos los sentidos?

Miren, esta actitud contraria al uso del valenciano viene también de largo. Porque se hizo bastante preponderante entre la burguesía valenciana emergente del siglo XIX bajo la égida de José Campo, el Marqués de Campo con el argumento que era ya entonces una lengua «aldeana», «muerta».

Ante tamaña estupidez autolegitimadora del proceso de castellanización (entonces la inmensa mayoría de la población, incluidas la de las grandes ciudades, usaba el valenciano), saltó el fundador de Lo Rat Penat, Constantí Llombart, con un opúsculo titulado «Los fills de la morta viva». De eso hace la friolera de 136 años. Tome nota señora Punset.