Llevaba gorra y en vez de blusa negra, camiseta gris. Eso sí, la «faixa morellana» no faltaba. Pere Gil, jubilado de 70 años, no venía de la Pobla, sino de Morella, localidad natal de Ximo Puig. Viajó ayer a Valencia en una de las pocas ocasiones que lo ha hecho en su vida. Al igual que el Tio Canya, protagonista de la canción de Al Tall que dejó de viajar a Valencia porque no le entendían cuando hablaba valenciano, Gil no baja mucho a la capital. Ayer lo hizo para ver a su vecino convertirse en presidente, lo «más grande que le ha pasado a nuestro pueblo desde Vinatea», en referencia al caballero que se enfrentó al rey Alfonso IV de Aragón para defender los fueros valencianos.

«Igual que él, Puig se enfrentará a Madrid y a los poderosos para dar la cara por los valencianos», explicaba José Miguel, otro de los 60 vecinos de Morella que con un autobús y 20 coches particulares se acercaron a Valencia para el momento histórico. «Conozco a Ximo desde que era pequeño. Dios quiera 20 más como él», explicaba Pere Gil, garrote en mano. «Allá arriba también hacía calor, pero he querido venir con la boina y la faixa. Para nosotros es un gran orgullo», añadía el pensionista morellano.

Pero el Tio Canya no volvió solo en forma de Pere Gil. El jubilado no se sintió fuera de lugar por hablar valenciano, como ocurría en la canción. Ayer, Ximo Puig leyó buena parte de su discurso en su lengua materna, Pep el Botifarra cantó albaes en valenciano, y muchos de los asistentes a la fiesta, como los reporteros de tele y radio de las comarcas del norte, provenían de localidades donde el valenciano es la lengua vehicular, comarcas que ahora se sienten más cercanas al «cap i casal».

El aire de cambio no se notó solo en la vuelta a la esfera pública de la lengua propia. Más allá de los militantes de los partidos que formarán gobierno, los ciudadanos «de a pie» que ayer se reunían en la plaza Manises auguraban una «transformación de la manera de hacer política». «Tenemos ganas de ver hacer las cosas de manera diferente», contaba Carmen Jofre.

«Seguro que lo tiene muy difícil, a saber cómo lo han dejado todo. Pero sabemos que al menos lo intentará», apostillaba Sofía Brión, otra asistente al acto festivo de ayer. Entre los temas que los ciudadanos creen que el presidente va a focalizar su atención se encuentra educación, sanidad o dependencia. O al menos esperan ver una forma diferente de llevar esas carteras.

«Felicidad absoluta»

Una de las palabras más repetidas ayer entre quienes se encontraban en la puerta de las Corts esperando a que el nuevo presidente saliera era «felicidad». «Llevo mucho tiempo esperando ver esto. Estoy muy emocionado. Pensaba que no volvería a pasar», señalaba Antonio García, móvil en mano dispuesto a captar una instantánea de Puig (que ayer consiguió arrebatar el protagonismo al hiperretratado Pedro Sánchez).

«Estoy muy feliz, es un día histórico. No sé qué más decir», decía emocionada Sari Pérez. La misma emoción que, seguramente, sentiría el Tio Canya de verse en el Palau de la Generalitat, como hicieron muchos ayer por primera vez en su vida.