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Abriendo foco

El Consell echa el freno

El Gobierno descubre que la realidad está dando al traste con las grandes promesas de campaña.

Grezzi y Ribó, durante la presentación esta semana del cambio de velocidad máxima en el centro. eduardo ripoll

Valencia será ciudad refugio para los sirios mientras se estudia si se penaliza a los concejales por desfilar en las procesiones. En la agenda conviven dramas humanos con atentados al sentido común y a la libertad personal porque cada cual debería gestionar sus principios de forma libre. No obstante a los gobernantes les gusta regular nuestras vidas y tenernos distraídos. Antes de que la foto del niño Aylan convulsionara las conciencias de medio mundo aquí estábamos debatiendo sobre el pezón de Nuria Roca o soportando la murga sobre De Gea. En el contexto actual se detecta mucha fruslería. No se gobierna, se cuestiona lo heredado. Hay que cambiar cosas, prohibir el patinaje sobre hielo o si me pones el «reggaeton».

Meter pausa, ganar tiempo. Sin embargo el alcalde Ribó ha conseguido una gran visibilidad con una medida blanca. Con el loable fin de ganar paz y buen rollo ha recortado la velocidad máxima en el centro histórico. Se trata de ir más despacio, a 30 km/h. El poder actual está haciendo lo imposible por ralentizar la marcha y en algún caso incluso dando marcha atrás „RTVV o los cierres del comercio dominical„. La política del camaleón pretende que no les atropelle ni la utopía de sus promesas, ni la tozuda realidad, ni el ADN intervencionista que les identifica. Es lógico que a un gobierno púber se incline hacia la revolución pero están obligados a moderar su ímpetu normativo porque hay a la vuelta de la esquina unas elecciones.

Imaginación. El alcalde Ribó quiere „y lo consigue„ ir más despacio. Con cuatro señales, un balcón para selfies, un puñado de bicis y sin gastar un euro obtiene cada día titulares positivos. Nadie „ni los más conspicuos cronistas„ ha logrado todavía afearle un exceso. Ni siquiera su negativa a entrar con la senyera en la catedral el 9 d'Octubre durante la procesión cívica ha logrado conmover al gallinero más conservador. Y es que, a diferencia de otros nacionalismos, el de Compromís no juega entre sotanas. Arana y Cambó construyeron el clasicismo diferencial ibérico al abrigo de los templos. La curia vasca o catalana siempre han blanqueado el sepulcro de las ansias patrióticas. Arzallus olía a incienso y Convergència sembró con éxito en el excursionismo católico y gobernó a la sombra de Montserrat. Nuestros nacionalistas no son mesiánicos. Quizás un poco adanistas, pero de poca misa.

El cardenal. Aquí el nacionalismo „«serà d'esquerres o no serà, que decía Fuster„ orilla la pila bautismal. Los curas ni observan el misal de la AVL y hay que remontarse al obispo Sanus para hallar una sensibilidad genuina. No es baladí que la Conferencia Episcopal envíe a foráneos a pastorear esta grey descarriada y la actual excepción „el cardenal Cañizares„ completa el sermón con los peligros que acechan a la unidad de España. Enric Morera fue a los Escolapios, sí, pero los vestigios de Saó demuestran la levedad de un nacionalismo parroquial. A Ribó, pues, que no le esperen en el Tedeum.

Los primeros reveses del gobierno. No es su laicismo sino su ecumenismo lo que oxida a este Consell. Tres son los problemas esenciales que acucian a este gobierno mixto. El primer asunto que ha obligado al ejecutivo a enfundar el revólver ha sido la financiación. El discurso que se mantenía para judicializar la marginación valenciana suena ahora con falsete. Después de pisar varios callos de otros tantos presidentes autonómicos socialistas, aquí también se reduce la velocidad y la vehemencia. El segundo problema que afronta Puig son los trasvases. El fragor de la polémica hídrica sólo se apaciguaría con una gota fría, que no es descartable. Y luego vuelta a empezar. El tercero es la tele.

Fractura audiovisual. La reapertura televisiva ha quebrado la unidad del Botànic. La tele la cerró el PPCV y lo pagó en las urnas. «Causa finita, Roma locuta». Ahora el problema es del actual gobierno. Se trata de una promesa electoral que no podrán cumplir. La primera. El Consell ha conseguido cabrear a todos con el pastiche pretendido. Ni el sector, ni los sindicatos, ni los extrabajadores y la clave, ni Podemos, han tragado con la fórmula. Ahora tendrán que hallar la figura para hacerse perdonar la ilusión alimentada, asumir el desgaste y buscar soluciones a medio y largo plazo. Lo paradójico en esta historia es el papel de Podemos. Su trayectoria errática define la difícil papeleta de Antonio Montiel. Vive en la sala de máquinas del poder y comparte los secretos de mesa camilla pero no obtiene ni visibilidad ni la iguala del sueldo público. Su capacidad para huir de su crisis existencial está en función de la cantidad de planes tripartitos que logre descarrilar. Todo podría cambiar si tras las generales „si se confirma su coalición con Compromís„ exigen formar parte del Consell. Atentos.

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