Acaba de llegar de Serbia, de estar dos semanas trabajando con los miles de refugiados que, hasta ahora, utilizaban este país como una zona de paso hacia Europa, como Grecia o Macedonia. Se llama Tania Montesinos, es responsable de ayuda humanitaria de la ONG Farmacéuticos Mundi y ha visto a miles de familias, jóvenes y niños, unos acompañados y otros no, que llegaban exhaustos a Serbia tras un mes de viaje.

Allí, Tania ha estado trabajando en identificar a los refugiados, en realizar un seguimiento, sobre todo, de los menores que viajaban solos y en proporcionarle a los desplazados artículos básicos. Desde «kits» de higiene para adultos y niños hasta chubasqueros o botas de agua. «No van bien equipados. Llevan un mes de viaje y las temperaturas van a bajar», apunta Tania, tras regresar a Valencia con la preocupación propia de quin ha visto con sus propios ojos la dramática situación en la que se encuentran miles de personas.

El problema, además, lejos de mejorar, empeora. Y es que la zona de la que acaba de regresar Tania ha dejado de ser un lugar de paso. El cierre de la frontera con Hungría ya es oficial desde hace días y las entre 3.000 y 5.000 personas que entraban a diario, y continuaban el viaje días después, se han quedado «atascadas».

Una valla de cien kilómetros con concertinas les impide el paso. Y allí, en una zona «donde no hay mucha presencia internacional y las ONG que hay tiene muy pocos recursos» el drama de miles de personas aumenta cada día. «Esta semana, en dos puntos fronterizos, se espera la llegada de 20.000 personas que no van a poder continuar el viaje. Es un interrogante lo que va a ocurrir. El gobierno Serbio no da soluciones a largo plazo porque tampoco tiene recursos. Hungría ha gaseado a los refugiados que intentan atravesar la frontera y a mis propios compañeros», afirma Tania.

La joven cooperante explica que ayudar a los refugiados sirios «no es algo solidario, es una obligación». «Son gente normal, como tu y como yo. Son personas que tenían un trabajo y vivían sus vidas con normalidad. Médicos, profesores, dependientas, camareros... que no están acostumbrados a las penurias que están pasando. Son víctimas de guerra. El viaje en barco es lo que más les traumatiza. Las mafias se intentan aprovechar de la situación, algo incomprensible para ellos. No entienden el idioma... La gente está desesperada y se aferra a lo que puede», explica la joven cooperante.

Servicios mínimos

Mientras la Unión Europea decide cómo y de qué manera va a intervenir en esta crisis humanitaria «en reuniones que se convocan con plazos de dos semanas», las ONG que trabajan en el terreno se centran en reunir todos los recursos posibles. Empezaron a trabajar con fondos propios y ahora recibirán los 490.000 euros que ha destinado el Consell.

«Hay que darles los mínimos servicios para garantizar su condición de ser humano», explica Tania, mientras relata el «infierno» en el que viven miles de familias que «no hablan inglés, no entienden el idioma y no pueden comprender ni lo qué les está pasando ni cómo no reciben ayuda humanitaria. Ellos vivieron una situación similar en el guerra de los Balcanes y fueron y son un pueblo solidario», relata la joven.

Las ONG necesitan, sobre todo, dinero. «Puede parecer frívolo, pero es así. Unas botas viejas para ti, son viejas para ellos. No sirven. Enviar comida, mantas, tiendas de campaña... cuesta muchísimo dinero. Nosotros compramos todo lo necesario allí mismo, en Serbia. Es más económico que comprarlo en España y enviarlo allí. Así, además, puede ofrecerles productos frescos. No tienen ni para comer. Por eso, si hay que hacer un llamamiento a la sociedad de lo que precisan las ONG que trabajan en el terreno es, sobre todo, dinero», explica Tania Montesinos.

Mientras habla, en ocasiones, se le corta la voz. Recuerda la mirada de aquellos que sufren y se estremece. Trabajó seis años en la guerra de los Balcanes, vio la miseria de la guerra y el sufrimiento de quienes la padecen. Ahora la historia se repite. «Lo único que pueden hacer es huir», explica.