El anecdotario sobre Carlos Fabra es inagotable. Su incontinencia verbal le llevó a contar vivencias singulares que, de manera más o menos fiel, se propagaron en forma de leyenda urbana por los círculos políticos de Castelló.

El libro de Esther Pallardó «A solas. De la vida, de la política» ensalza la vis cómica y melódica del ex presidente provincial, quien cumple en la actualidad condena en la cárcel de Aranjuez. Relata cómo remataba las veladas arrancándose, micro en mano, con clásicos de la canción italiana o la gracia con la que contaba los chistes. Respecto a la faceta de humorista, Pallardó reseña el que Fabra denominaba el «chiste de José María Aznar» o el «chiste de don Tono». «Su entorno más próximo lo conoce bien porque lo ha contado en multitud de ocasiones y en numerosos círculos. En los últimos años lo descartó de su repertorio, salvo cuando alguien le pedía „encarecidamente„ que lo volviese a contar. Era muy largo y farragoso pero él tenía garantizado el aplauso del auditorio».

El chiste en cuestión lo contó en una de las veladas con José María Aznar cuando éste veraneaba en Playetas de Bellver, en Orpesa. Al parecer, Aznar «no puso especial atención en el "chiste de don Tono", que fue el que triunfó esa noche y suscitó la risa incontenida de todos los presentes». Al día siguiente, el presidente nacional telefoneó a Fabra para que le volviese a contar el chiste «porque le había gustado mucho, pero era muy largo y no lo recordaba bien».

El entonces presidente de la diputación «se lo contó tantas veces como hizo falta». «Para contentar al líder del partido y entonces amigo, se las ingenió para grabarle el chiste en una cinta de casete „con risas de fondo incluidas„ y mandársela al Palacio de la Moncloa». Según explica Pallardó, Fabra tuvo que avisar previamente al equipo de seguridad del contenido de tan singular paquete. «Solo Carlos era capaz de algo así...»

Otra anécdota que recoge el libro es un encuentro de Carlos Fabra con el rey Juan Carlos en el parador de turismo Luis Vives de El Saler. «Cuando formó la fila de autoridades para recibir el saludo del rey, el monarca fue extendiendo protocolariamente la mano, uno a uno, y cuando llegó a Carlos „en un gesto más bien rápido„ le quitó las gafas, a modo de broma, preguntando „al tiempo„ por qué siempre las llevaba. Carlos le sonrió sin inmutarse y le contestó: "Su Majestad, porque soy tuerto" y el Rey se las volvió a poner pidiéndole disculpas».

La exvicepresidenta de la diputación recuerda la primera vez que Carlos Fabra se quitó ante ella las gafas. «En un momento de una conversación que era intrascendente, se quitó las gafas y clavó su mirada en la mía. Tragué saliva. Nunca había percibido su mirada si no era detrás de aquellas lentes oscuras y he de confesar que me impactó».