Son ya doce los años que las calles de Valencia son tomadas por comparsas moras y cristianas el día que toca. O sea, el de la fiesta grande de la reconquista. Hay otras manifestaciones, como las que tienen lugar en el Marítimo o en fallas.

Pero la atracción que supone el centro de la ciudad ha ido marcando la tarde del día 9 como una cita para la curiosidad, el componente lúdico y divertido del día, complementado con su espectacular mercado medieval en las Torres de Serranos. Pero ayer, los organizadores se frotaban los ojos. ¿De donde había salido tanta gente? Cuatro, cinco u ocho filas de público en las calles, desde el Parterre hasta la plaza del Ayuntamiento, para ver moros, cristianos, bestias y carrozas. Seguramente, la ejecución técnica dejaba que desear si la comparamos con las grandes escuelas de este difícil arte. Pero el objetivo principal se cumple de sobra: entretener. Y en eso, los protagonistas son expertos, porque gran parte de los desfilantes son falleros, esos que son capaces de mover todas las montañas festivas que se pongan a tiro. Con la ayuda de algunos grupos procedentes, estos sí, de poblaciones conocedoras del terreno que pisan.

Y tal como sucede en la «dansà», quienes más aplausos y más fotos recibían eran las falleras. En este caso, las que desfilan son las que dejaron el cargo hace doce meses. Es decir, Carmen Sancho de Rosa y su corte de honor, ejerciendo la primera como madrina. Cerraron el cortejo junto a la comparsa autodenominada de falleros. Faltaría más.