Hay relatos y relatos y los de estos cinco hombres no tienen desperdicio. Sus historias resultan imprescindibles para conocer qué siente el ser humano antes de tocar literalmente el cielo y, en algunos casos, de desafiar cara a cara a la misma muerte. De hasta dónde uno es capaz de arriesgar su vida, a 40 bajo cero y el aliento helado, por cumplir un sueño. Levante-EMV ha reunido a los cinco montañeros valencianos que han pisado la cumbre del Everest, el techo del mundo (8.848 metros). Son cinco, pero representan a más de una docena de alpinistas que les acompañaron, pero que aquel día se quedaron a poca distancia de la cumbre vete tú ahora a explicar por qué. Ellos tuvieron la dicha de culminar el éxito de sus respectivas expediciones: Rafa Vidaurre y Coque Pérez, en 1991; Carlos Pitarch, en 1998; Jorge Verdeguer, en 2001 y José Antonio Alejo, en 2011, pueden contar lo que siente un hombre sentado en el punto más alto de la Tierra.

«La nuestra es una historia bonita. Tenemos la suerte de poder contarlo con una sonrisa en la cara». La voz es de Rafa Vidaurre, el más veterano de los cinco. El recuerdo de la tragedia de aquella expedición americana en 1996, relatada en la película Everest que triunfa estos días en los cines, es inevitable. Murieron 8 alpinistas cuando una tormenta les sorprendió en el descenso. «El jefe de la expedición, posiblemente, se confío y se le hizo tarde», coinciden.

El encuentro

Rafa y Coque Pérez fueron los primeros valencianos en conquistar el Everest, cuando las previsiones meteorológicas en la montaña ofrecían muy pocas garantías. «Sales del campamento IV y dices: 'hoy hace un buen día, vamos allá», dice Rafa. No bromea. «Hoy uno sabe, con bastante precisión, si se va a formar una tormenta, aunque allí arriba nada es seguro», responde el ilicitano José Antonio Alejo, que permaneció una hora en la cima, saboreando el momento.

El encuentro se produce en las Torres de Quart, donde superada labroma del fotógrafo „ «a ver si alguno va a tener vértigo y se nos va a marear»„, la conversación fluye de inmediato pese a que algunos se ven por primera vez. Tienen muchas historias de montañas que intercambiar, muchos amigos comunes a los que recordar. Entre ellos no hablan de épica. No son gente de presumir los montañeros. Es el periodista, por defecto de profesión, el que va al grano del reportaje. Las narraciones le ponen los pelos de punta.

Los primeros (1991)

Pérdida de vista y dedos congelados

«Recuerdo el día de la cumbre con mucho miedo. Empecé a perder la vista por efecto de la altitud. Llegué a la cima, pero me dio un auténtico pavor pensar en todo lo que quedaba por bajar sin apenas visión: el escalón Hillary (donde muere el protagonista de Everest), el corredor Lamber... Todo salió bien»·, recuerda Rafa.

Aquel 4 octubre, en pleno «postmonzón», Coque le seguía unos metros detrás. «Yo recuerdo muy poco, sólo muchas nubes como si estuviese desde un avión y la zona del Tíbet a lo lejos. Llevaba mucho cansancio porque me falló la botella de oxígeno. Cuando llegué arriba noté un golpe en la espalda y una voz que me dijo: ´va, para abajo´ .. Daba cuatro pasos y las manos se me congelaban. A medida que bajé me fui encontrando mejor», recuerda. La congelación le quitó aquel día tres falanges de los dedos de un pie. «Me costó volver a aprender a andar con estabilidad, pero se aprende otra vez», explica Coque.

Una gran decisión (1998)

Pitarch: «Si me doy la vuelta, nunca me lo perdonaré»

El castellonense Carlos Pitarch fue el siguiente. Subió en 1998, justo dos años después de la tragedia de Rob Hall y compañía.. Pitarch también tiene una «herida de guerra». Perdió parte de un dedo de la mano. Una ridiculez ante el tamaño de su logro. Con la voz calmada, pero los ojos brillantes, recuerda el momento más trascendental de su vida. «Hubiera dado dos dedos antes de subir. Recuerdo aquel 15 de octubre del 98 cada día de mi vida. Subía con el compañero Juan Corró y dos sherpas, pero al final me quedé solo junto a un japonés. Vio una nube y le entró la psicosis de la tragedia del 96 y se dio la vuelta. Quedaban 300 metros y me autoanalicé. 'Me encuentro bien y si bajo no me lo perdonaré en la vida', me dije. Perseguía un sueño y lo logré», afirma emocionado mientras se mira el dedo fraccionado por aquella congelación con orgullo.

Los más jóvenes (2001)

Los primeros en atacar la cumbre por la cara norte

David Rosa, Jorge Verdeguer y Endika Urtaran eran tres veinteañeros postuniversitarios cuando tomaron el avión, rumbo al Nepal, en 2001. Montañeros en efervescencia auspiciados por la Universidad Politécnica de Valencia que dejaron muy alto el pabellón. Fueron los primeros valencianos en abordar la cima por la cara norte. El 24 de mayo Verdeguer tocó «mare» después de días muy intensos, en los que los tres tuvieron que socorrer a una expedición colombiana.

«El día que atacamos la cumbre Endika, con mareos, tuvo que quedarse en el campamento III. Subíamos David y yo, íbamos muy bien. Pero al llegar al segundo escalón, al cambiar la botella de oxígeno David vio que estaba casi vacía. Tomó la decisión correcta: darse la vuelta y no jugarse la vida. Me quedó la ausencia de mis dos amigos en la cumbre, por eso cuando llegué arriba me hice una foto extendiendo los brazos, como abrazándolos. Recuerdo compartir la experiencia con ellos con el «walkie», viendo la llanura tibetana y las nubes y en pensar en dar rápidamente la vuelta», recuerda Verdeguer, de entonces solo 27 años. Un año más tarde, los tres se convirtieron en los primeros valencianos en llegar al Polo Norte Geográfico.

Una hora en la cima (2011)

Alejo: «Es como terminar un libro y reflexionar»

Diez años después, desde Elche hasta Katmandú viajó José Antonio Alejo, el único alicantino en conquistar la cima del mundo. Desprende la misma energía positiva que el resto. «Recuerdo que hacía un día estupendo. Cuando llegué arriba vi las banderas y me quedé a disfrutar de la cumbre. Estuve una hora porque tenía tiempo y vi que no corría peligro. Me dio tiempo para todo, sin descuidar el reloj para que no pase demasiado tiempo. Me acordé de los amigos que no pudieron venir, de la familia... Es como cuando terminar un libro y reflexionas sobre él», memoriza Alejo, otra alma tranquila.