Vicent Guillot, Luis Vilar, Miguel Ángel Adorno, Pablo Rodríguez, José Manuel Sempere y Ferran Giner, historia viva del Valencia Club de Fútbol de los años, 60,70, 80 y 90, hacen acto de presencia en el Centro de Día en Benicalap de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Valencia. La primera reacción de los pacientes es la de una tímida mirada expectante, sin decidirse a actuar, hasta que la trabajadora social Sonia Sánchez da la primera pista y, casi sin pretenderlo „«que se levanten aquellos a los que le guste el fútbol»„, se asiste a un pequeño milagro, se rompe un dique del que emanan torrencialmente los recuerdos.

Francisco Vintimilla no se incorpora de la silla de ruedas pero traslada toda una enérgica declaración: «Me gusta el fútbol y soy del Valencia ¡El Valencia es el mejor equipo de España, de Europa y del mundo!». Con la ayuda de Giner, de inmediato reconoce entusiasmado, entre todos los asistentes, a Guillot. Al delantero que idolatró en aquel Valencia de vocación europea de los años 60. Mientras el exjugador de Aldaia se acerca para saludarle, Vintimilla recita de memoria a los integrantes de la delantera eléctrica de la década de los 40: «Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza». Otros pacientes identifican a Giner y rescatan incluso las alocadas carreras al ataque del central de Alboraia, que tanto sorprendían a rivales e incluso a compañeros.

En la devastadora destrucción de la memoria provocada por el alzhéimer, las emociones y los momentos de felicidad vividos a largo plazo perduran como un bastión rebelde. Un estímulo que se manifiesta con toda su pureza original cuando es el fútbol el que reivindica los recuerdos. Levante-EMV propuso a la Asociación de Futbolistas del Valencia participar en una terapia de reminiscencia para comprobar que la memoria ligada al balompié no sólo persiste sino que es capaz de evocar imágenes tan profundas que mejora la autoestima y la atención del paciente.

Pascual Carrascosa, Manuel Monasterio, Ramón Cervera, Manuel Salvador y Antonio Olivo, devotos aficionados al fútbol en una fase inicial de la enfermedad, revisan de la mano de los exjugadores toda clase de fotografías antiguas y recientes del Valencia, así como banderines de distintos equipos. El ejercicio consiste en reconocer a los futbolistas, las finales y los títulos que aparecen en las imágenes.

Carrascosa lleva la voz cantante. Es el más extrovertido y resuelto de todos. En una súbita conexión emocional se lleva las manos a la cabeza con cada imagen, identificando con esfuerzo a los protagonistas: «¡Djukic!», «¡Fernando!», «¡Kily!», «¡Kempes!». Su afán es tal que sin quererlo relega a un discreto segundo plano al resto de pacientes, que le consuelan cuando se entristece al no recordar de primeras a Gaizka Mendieta.

Con un balón de por medio, durante una hora de tertulia la memoria se erige vencedora sobre la demencia, empequeñecida a golpe de recuerdo de infancia. Manuel Monasterio, de 65 años, muestra a Giner su pase de socio del Valencia y recuerda sus inicios futbolísticos en el Patronato de la Juventud Obrera, su posterior carrera en el hockey sobre patines y el momento en el que se decantó por el club de Mestalla en lugar del Levante UD: «Tenía un padrino y un tío. Mi padrino era del Levante UD, porque somos del Cabanyal, y me pagaba el pase para ir al Levante UD. Pero mi otro tío me ofrecía otro pase para ir al Valencia. Iba a los dos, pero me decidí por el Valencia porque ir al Levante UD en aquella época era malo para un chaval pequeño como yo» ¿Se refería a la diferencia de divisiones o de palmarés entre los dos equipos? «No, no iba porque en Vallejo se decían muchas palabrotas», susurra con una sonrisa pícara.

Por su parte, Antonio Olivo, de 64 años, lleva nueve de terapia desde que notara sus primeros síntomas como piloto de helicóptero de la Guardia Civil, actividad a la que se dedicó durante 25 años. Reconocido seguidor del Atlético de Madrid, sus recuerdos brotan con cierta desconexión: «El fútbol mueve pasiones. Voy desde los 6 años y tengo 64. Mi primer recuerdo es la Copa que el Atlético le ganó al Madrid hace muchísimos años. También recuerdo a Marito Kempes, argentino por cierto. Cómo corría y jugaba. Era un crack. También recuerdo al portero (pausa...) cómo se llamaba, el rubio, que vivía en mi pueblo...». Sonia le echa una mano: «Cañizares». «Sí, Cañizares. Era un crack. Lo que quiero ya que vivo en esta ciudad es que gane el Valencia».

Pascual Carrascosa, de 61 años, reflexiona con una abrumadora lucidez sobre el acto al que acaba de asistir y que lo mantiene embargado de emoción: «Ha sido como recordar mi etapa anterior de la vida, que me ha dado tantas ilusiones y alegrías. Ha sido algo muy grande porque revivir tantos recuerdos de mi juventud del Valencia que he visto y vivido ha sido lo mejor que me ha podido pasar hoy en día. Mi vida va camino de otros destinos pero estoy feliz con lo que tengo y vivir cada día me supone un reto más para seguir luchando».

Con el alzhéimer ganando poco a poco terreno, Carrascosa ve en su militancia valencianista toda una inspiración vital, agarrada con fuerza a los sueños de infancia. «El Valencia representa una ilusión, unas ganas de vivir y una fuerza moral viendo cómo se esforzaban y se esfuerzan los jugadores. Es lo más bonito que se puede tener: recuerdos que me llevan a mi infancia, en la cual yo disfrutaba con ellos».

«Ver su emoción es increíble»

El encuentro con los pacientes también ha conmovido a los invitados, que en otra lucha contra el olvido rechazan la etiqueta de «exjugadores» o «veteranos». «Nunca se deja de ser futbolista», afirman. «Es emocionante ver que personas con este deterioro cognitivo recuerdan como si fuese el día de hoy un partido de hace 30 ó 40 años. Ver sus caras de emoción es algo increíble», destaca Giner, que durante 14 años fue central del Valencia. «Desgraciadamente es una enfermedad incurable, pero cuando ves esto se hace más agradable. Compartir con ellos esas imágenes ha sido para nosotros volver a cuando nuestros padres nos llevaban al fútbol», añade. Haber sido futbolista, insiste Giner, obliga a que sean capaces «de devolver a la sociedad lo que ella nos ha dado durante nuestra etapa como profesionales. Ahora debemos convivir con los que en su día nos aplaudieron y que hoy tienen este problema. Si les conseguimos aunque solo sea un minuto de felicidad habrá valido la pena».

Por su parte José Manuel Sempere, portero del Valencia entre 1980 y 1995, resaltaba que como aficionados «han vivido experiencias muy intensas y las recuerdan como si fuesen del presente. Es como rebobinar un poco y activar la zona del cerebro que se ha quedado adormecida. Me ha sorprendido la precisión de los recuerdos que llegan a tener», reconocía. Sempere destaca la función social, no suficientemente aprovechada, que tiene el fútbol: «Hasta que ves estas reacciones no eres consciente de cómo cala el fútbol en la gente. Es impresionante. Si los que hemos jugado al fútbol reparásemos en esa grandeza, colaboraríamos mucho más, porque lo que se puede conseguir es muy positivo».

El argentino Adorno, valencianista entre 1971 y 1978, se sintió «maravillado» por la «entereza» con la que los pacientes plantan cara «a esta horrible enfermedad» y elevó las virtudes del deporte «para la educación y para dar alegría a la gente».

La cita, reconocían las leyendas valencianistas, les había servido en cierta manera también de terapia: «Ver estas fotografías me ha ayudado incluso para recordar de qué color eran nuestros segundos equipajes. O cuando empecé a jugar de niño en los Salesianos», relataba Guillot. Una imagen bucólica parecida a la evocada por Pablo Rodríguez, extremo del Valencia entre 1977 y 1984: «De niños salíamos con el bocadillo de casa y nos juntábamos 15 contra 15. Jugando en la calle teníamos más técnica, más picardía, en campos de tierra, los niños de 8 años nos enfrentábamos a los de 14...». La memoria eterna del fútbol de siempre.