­«Nuestras maletas maltrechas estaban apiladas en la acera nuevamente ; tenemos mucho por recorrer. Pero no importa, el camino es la vida». Las palabras del escritor estadounidense Jack Kerouac, pionero de la Generación Beat, han agitado durante décadas almas nómadas y espíritus viajeros y han reflejado, y reflejan todavía, la vida de cientos de miles de inmigrantes que tienen que recorrer kilómetros y fronteras para hallar una vida mejor.

Hace 35 años, cientos de valencianos del «cap i casal» y de la comarca de l´Horta empaquetaban maletas, mantas y paellas para cruzar en tren la frontera con Francia en la tradicional campaña de la vendimia. Unos ojos, los del fotógrafo gerundense Jordi Mestre, les captó inquietos y curiosos en la Estación del Norte y con ellos viajó noche y día, como un temporero más de los años 80 camino al Midi francés.

Fruto de ese proyecto, nace ahora La vendimia de los 80. Una emigración civilizada, la exposición que se puede ver estos días en la Casa de la Cultura de Girona y que compila 80 fotografias que recogen el largo viaje desde las localidades de l'Horta, hasta la llegada a las viñas y también los trabajos de recolección.

Estas fotografías, en gran parte inéditas, han adquirido en estos treinta años un valor documental extraordinario y dan testigo de un fenómeno que, a pesar de que se ha reducido notablemente, todavía se produce.

Según el autor, el subtítulo «Una emigración civilizada» surje para evidenciar y denunciar lo que está sucediendo en la actualidad con migraciones «que dejan una estela de muerte en el Mediterráneo». En opinión de Mestre, sin sacar mérito a las duras condiciones laborales de los años 80, aquellos veremadors tenían contrato laboral y el tren de ida pagado, y en ningún caso tenían que prostituirse cómo pasa ahora con las noietes en las carreteras. Hemos dado marcha atrás, aquella era una migración mucho más civilizada», dice el fotógrafo.

Durante las décadas de los 60, de los 70 o de los 80 del siglo pasado, centenares de miles de personas, entre las cuales había familias enteras y pueblos en masa, cruzaban la frontera para ir a hacer la vendimia en la Cataluña norteña y a poblaciones de Occitania, en el sur del Estado francés. La mayoría procedían de la C. Valenciana, viajaban en tren y se añadían a la gente de l'Empordà que desde los años 20 cruzaba la frontera para veremar.

Muchos de estos temporeros valencianos acudían al norte después de trabajar en verano en la costa en locales de hostelería para, después de la uva, hacer la campaña de la oliva en Jaén o la del espárrago en Logroño. En todo caso, ir a vendimiar a Francia representaba un alivio económico importando para familias que estaban muchos meses al año sin trabajo. «Suponía equilibrar el presupuesto familiar anual», explicó Mestre.

A pesar de que en los 80 las condiciones del viaje mejoraron porque el Estado español entendió que la actividad suponía una importante entrada de divisas „aunque sólo fueran algunas semanas,„ no pasó lo mismo con las condiciones de trabajo de unos temporeros que, a pesar de hacer jornadas de más de 10 horas en unas condiciones muy precarias, no levantaban la voz por miedo a no ser contratados en posteriores campañas.

Ir a vendimiar al sur francés, tradición ya centenaria, no parece que vaya que finalizar. De las 65.000 personas que, oficialmente, cruzaron la frontera con los papeles en regla en 1983 se ha pasado a 15.000 en 2015.