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Investigación

El Gran Hermano inquisidor vigila a los judíos conversos

Un libro rescata y analiza el censo que el Santo Oficio realizó en 1506 para «fichar» a todos los judeoconversos valencianos y así controlar quiénes eran, de qué vivían o cuál era el pasado de las «ovejas» más sospechosas del nuevo rebaño cristiano

«Beatriu Boneta, alias la viuda Gomiça, muller de Leonart Gómiz, que fue preso por este Santo Oficio y desesperose estando en la cárçel y está en el infierno con los diablos. (...) Es abjurada. Confesó dos vezes. Tiene dos hijos». La descripción sigue, pero ahí está la esencia de lo que buscaba la Inquisición valenciana en 1506: identificar a todos los judeoconversos que vivían en la ciudad de Valencia, recabar la información detallada de su familia, averiguar si habían confesado anteriormente crímenes contra la fe, si se habían acogido a los tiempos de gracia o habían sufrido condena. Aquella obsesión por tener vigiladas a las ovejas más sospechosas del rebaño cristiano llevó al Santo Oficio a crear un censo inquisitorial cuyo análisis detallado ve ahora la luz en el libro Conversos de la ciudad de Valencia. El censo inquisitorial de 1506, escrito por los historiadores José María Cruselles, Enrique Cruselles y José Bordes y publicado por la Institució Alfons el Magnànim.

La investigación, de 607 páginas, transcribe y analiza todas las declaraciones de aquel censo que custodia el Archivo Histórico Nacional. En concreto: 560 declaraciones de cabezas de familia conservadas en las que se mencionan 4.286 personas: 2.918 vivas y 1.368 muertas. Todos ellos judíos conversos.

Una década y media después de la expulsión general de los judíos decretada en 1492 por los Reyes Católicos, la confección del censo partía de dos ideas ampliamente extendidas. Una: la herejía era consustancial a los conversos, por lo que «todos eran sospechosos y debían ser vigilados». Dos: la esencia del converso se vinculaba a la sangre „al parentesco„ y por tanto se consideraba un rasgo hereditario. Había que estar alerta.

Según subrayan los autores del estudio, tras más de veinte años de persecución estaban desdibujándose los contornos del grupo de conversos. «Muchas familias habían desaparecido, con sus miembros quemados en la hoguera o fugitivos, confiscados los patrimonios, rotas las estrategias de reproducción familiar. Otras habían sobrevivido, más o menos maltratadas por el encarcelamiento, las ´penitencias´ físicas y pecuniarias, las abjuraciones y ´reconciliaciones´, composiciones, multas y demás modalidades del saqueo legalizado al que habían sido sometidas», explican.

En ese momento, una nueva generación tomaba el relevo de aquellos perseguidos. Una generación que descendía de los judíos convertidos al cristianismo tras el progromo de 1391 o de los que prefirieron cambiar de fe antes que plegarse al exilio en la expulsión general de 1492. A todos había que tenerlos fichados. A ellos y a los recién llegados a la Valencia del XVI, una gran urbe que atraía a gentes del medio rural valenciano, de Aragón y Castilla. Empezaba, en palabras de los autores, «una tarea de identificación más concienzuda y sistemática».

Un paso más en la represión

Con estos parámetros fue concebido el censo, que cita a inquisidores valencianos de la época como Gálvez, Épila, Cigales, Macià Mercader, Pedro Sanz de la Calancha, Diego Magdaleno, Juan de Monasterio o Juan de Loaysa. Eran los brazos ejecutores de la maquinaria represiva de un Santo Oficio que, con este registro de conversos „en el que también fichaban a sus padres, hijos, hermanos, cónyuges y suegros con independencia de cuál fuera su historial previo de abjuraciones y condenas„, daba un paso más en la represión y en su modus operandi: «Condicionaba la sospecha a la mácula genealógica, es decir, a la ´impureza de la sangre´, y no al particular comportamiento de las personas (...). Es la expresión palmaria de otra vuelta de tuerca en la ideología inquisitorial: todos los conversos, en tanto que descendientes de judíos, eran ´judíos secretos´», concluyen los hermanos Cruselles Gómez y José Bordes García.

El estudio desmenuza edades, oficios, sexos, tamaño de los hogares y otros indicadores que ayudan a radiografiar la población judeoconversa de la Valencia del XVI. Toda aquella información la manejaba en tiempo real la Inquisición. Lo querían saber todo de todos los conversos. Un Gran Hermano de la fe.

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