Franz Kafka no milita en la izquierda valenciana, pero sobre ella proyecta su sombra. Tres candidatos a asociarse políticamente se sientan un martes en una mesa para sellar un pacto de despegues y supervivencias, con apenas 72 horas de margen. Los consejeros delegados de dos de esos interlocutores„Pablo Iglesias, de Podemos, y Alberto Garzón, de Unidad Popular, el maquillaje electoral de IU„habían roto en Madrid porque uno quiere que el otro muera de inanición. El de en medio, Compromís, pasó por un divorcio traumático con EU, un desgarro que dejó cicatriz. Pero el accionista mayoritario de ese Compromís, el Bloc, necesita incorporar a Esquerra Unida que viene a ser el álmax para que las bases nacionalistas digieran a Podemos. Mes y medio después de que sus afiliados dijeran «no» se les convoca de nuevo para que digan «sí» porque ya no es un acuerdo con un partido «español» „en realidad será con dos, aunque EU tiene autonomía de mando„ y en formato gran plataforma valencianista.

Una marea «taronja» a la gallega que acaba mareando a la propia dirección del Bloc. Porque el sí quiero arrasa (75,6%) cuando el pretendiente ha huido o lo han espantado, según versión. En los dos días siguientes no hay reconciliación. Compromís y Podemos sellan el pacto, que augura gran rentabilidad electoral y amenaza al PSOE, sin pasar por la junta general de accionistas (Consell General). Y EU rechaza la oferta que le permitiría mantener a su diputado y asume el riesgo de bailar al borde del precipicio.