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Abriendo foco

¿Quién le escribe al president?

El gran evento es un relato ganador y no parece la mejor elección lo de negociar el canon en la víspera del Gran Premio de la Comunitat Valenciana

¿Quién le escribe al president?

Miren la foto. Reunión Rajoy-Puig. El Molt Honorable mira a una estatua de cera. Se diría que el gallego no está allí, en la escalinata de La Moncloa. Arrancó la semana con la cita ansiada y se cierra con un gran evento. Lo primero trascendió sin pena ni gloria. Por lo segundo el mundo nos mira. Ha querido el destino -y Rossi y Márquez- que Valencia sea mañana el centro del orbe. Por eso no se entiende que se haya elegido la víspera para airear el cambalache del canon. Nos imaginamos Valencia sin la Copa América, el Open de tenis o la Fórmula 1, grandes ideas con epílogos diversos -singularmente cavernoso lo tercero-. Pero nadie contempla un adiós al GP del Ricardo Tormo. El evento es un relato de éxito. ¿Tiene relato Ximo Puig?

Los artistas. En 1999 el Papa Juan Pablo II escribió su «Carta a los artistas». Preocupado por la decadente creación religiosa del siglo XX, el bueno de Woytila rogaba a los pintores y escultores una nueva epifanía de la belleza espiritual, una demostración de talento, que fueran en definitiva tan prolíficos como los protagonistas del arte sacro del renacimiento y de otras épocas pasadas. Nadie como el Vaticano -de nuevo perdido en un argumento de Dan Brown- entiende mejor el marketing y se demandaba a los artistas la clave del pathos, el manejo de los sentimientos para afectar al juicio humano. En definitiva, en esa epístola se les pedía que «contaran historias» como antes.

Arquitectos. El relevo de los pintores y escultores lo tomaron en el siglo XX a duras penas los arquitectos y desde Gaudí a Oteiza los diseñadores del espacio pensaron grandes templos con el objeto de cautivar conciencias. Quizás algún día una catedral de Calatrava o Norman Foster. La épica de las ideas ha de ser contada, con grandes o pequeñas historias. El relato es la clave de bóveda del éxito político. El Papa Francisco es de otro palo, su mercadotecnia pasa por jubilar a los obispos que no huelan a oveja. Pero fichó a un fotógrafo mejor que el de Obama cuando ascendió al trono mundial. Es su relato.

Huérfano. La gestión del mensaje es clave. El Consell -o su presidente más exactamente- no carecen de relato. O no del todo. Sino de megafonía. El Molt Honorable no tiene quien le escriba, quien cuente su historia. Su perfil de bonhomía y moderación no son suficientes para desbordar determinadas barreras, internas y externas. Desde los faraones a los estadistas europeos de la modernidad los gobernantes requieren de contadores de historias, de hacedores del hoy llamado -no sin cierta coentor- «storytelling». El relato es el riego sanguíneo de la gestión. El president tiene algunos problemas en este sentido. Empezando porque la portavoz de Ximo Puig es portavoz de sí misma, el president se halla huérfano de abrigo comunicacional. Hay quien piensa que el discreto éxito de la visita que Puig giró a la Moncloa el lunes pasado es sólo producto de un contexto diabólico. Lo cierto es que quiso el destino, la fontanería monclovita y -como decimos- su orfandad mediática, que coincidiera la tan ansiada entrevista póstuma -quizás- con la tormenta perfecta catalana.

La foto. Puig erró cuando alimentó el debate catalán en su anterior visita a Madrid y le han asignado desde entonces el papel de barón apostillador en «el procés». Por lo demás parece perdido en las intrigas palaciegas en las que sólo faltaba el dicharachero Revilla -presidente cántabro- de telonero y la Cifuentes -presidenta madrileña- como contrafuerte. Ni Puig regala anchoas ni tiene una coleta rubia. Y por si fuera poco, la presidenta del distrito federal usó el ataque preventivo destacando que los gobernantes autonómicos no están para crear «nuevos problemas», como crítica velada a la estrategia para visibilizar el «problema valenciano». Puig, en suma, anda falto del reflejo -catódico mayormente-. A Puig no lo convierte en caricatura Paco Ibáñez en el nuevo Mortadelo y Filemón como a Rita Barberá; no le llaman de El Hormiguero y Pablo Motos sentará antes en el plató a su «portavoza» tras el éxito con Pablo Iglesias; ni le sube Calleja en un bólido como hizo con Albert Rivera, ni en un globo -con susto incluido para Soraya Sáenz de Santamaría-

Visibilidad. Los encargados del negociado deberían pensar otra fórmula para dar visibilidad al problema valenciano, el conflicto que Madrid -y España- ignoran. Los gobiernos del PP en la CV pusieron una pica en la meseta a su manera, a través del mecenazgo. Se patrocinó a periodistas de allí que contaban su historia, construían su relato. Sucedía que estos «prescriptores» elaboraban su discurso en aras a promocionar a los populares valencianos o a sus líderes ocasionales dentro de la orla de Génova, no para posicionar la agenda valenciana en la capital. Aquellos relatores «visibilizaban» a sus patrocinadores que estaban más pendientes de subir la piedra como Sísifo que de enfocar los agravios financieros valencianos, ya por entonces flagrantes. Y hasta hoy.

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