Esther Cañizares, estudiante de administración y dirección de empresas (ADE), es un modelo de todos esos jovenes valencianos que con miles de sueños en la maleta decidieron emprender un viaje para cambiar su situación. Sin embargo, fue una iniciativa poco meditada que no tuvo el efecto esperado. En el momento en que la idea pasó por su cabeza ella estaba en 2º curso y no se sentía a gusto con lo que hacía. La presión de los estudios y la desmotivación de su vida en España la llevaron a buscar otra salida.

Gracias a una amiga consiguió un trabajo y un techo donde vivir en una cadena hotelera de Bristol, en la que se dedicaba a atender el bar, así como, a ejercer de camarera de piso. El sueldo era bajo pero mejor que en España, además le permitía vivir decentemente y ahorrar.

Tenía claro que volvería para finalizar los estudios en un año, pero ese año se convirtió en seis meses. En 2014 volvió a Valencia por motivos personales. «Te encuentras mal, triste, echas de menos a tu gente. Allí si saben que no conoces bien su idioma no se esfuerzan por ayudarte a integrarte», expresa.

Como no tenía ningún trabajo fijo, ya que su contrato era por horas, decidió que no hacía nada allí. Ahora está en 4º curso y no se arrepiente de haber emigrado, de hecho considera como salida laboral volver a hacerlo en un futuro. Su error, indica, fue no pensar bien las cosas antes de irse.