Asustada, dolorida y en estado de shock. Pocos pudieron ayer conciliar el sueño en París ante la avalancha de pólvora y sangre vertida en la peor ola de atentados en Europa occidental desde el 11M de 2004 en Madrid. Al momento de escribir estas líneas son más de 120 los muertos en los tiroteos y explosiones en las cercanías del Estadio de Francia, en varios restaurantes y en la emblemática sala de fiestas Bataclan, donde las víctimas se cuentan por decenas y situada a escasos 550 metros de la sede del semanario satírico Charlie Hebdo, atacado el pasado enero por los hermanos Kouachi con un saldo de 12 muertos. Aquel ataque fue seguido por el asalto a un comercio judío por Amedy Coulibaly.

Ahora, el terror vuelve a golpear Francia. El Gobierno galo había advertido de que la probabilidad de un nuevo atentado era muy alta. De hecho, ya el pasado agosto se logró evitar un complot para atentar en una sala de fiestas. Sin embargo, la magnitud del ataque que sembró el pánico el viernes en el centro de la capital francesa ha desbordado a la sociedad gala.

Para muestra un botón. Las calles de la ciudad estaban anoche vacías. La ciudadanía hizo caso a las autoridades y se encerró en sus casas mientras reinaba la confusión y se empezaban a desplegar los militares ante la posibilidad de que hubiera más comandos listos para actuar. Este redactor pudo hablar con algunos parisinos que paseaban de madrugada, ajenos al drama, y pudo comprobar cómo la noticia de la masacre les demudaba el rostro y les hacía acelerar el paso para llegar a sus coches y domicilios. La incredulidad daba paso al temor. El temor a la desconfianza.

Tal vez ese fuera uno de los objetivos de los terroristas. Mientras se ultiman estas líneas, ningún grupo se ha atribuido la matanza, pero el modus operandi apunta hacia una inspiración yihadista extremista. De hecho, la agencia France Presse sostenía que uno de los atacantes de la sala Bataclan habría invocado la participación francesa en Siria contra el Estado Islámico mientras vaciaba el cargador de su Kalashnikov. De confirmarse esta hipótesis, se certifica una vez más la amenaza del radicalismo que enfrenta Francia -uno de los países europeos de donde parten más militantes radicales para unirse a las filas de grupos extremistas en Siria e Irak- y Europa.

La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, desde los alrededores de la martirizada Bataclan, y muy emocionada, declaraba que la ciudad, pese a la tragedia, "seguía viva", así como su "alegría de vivir". Una "joie de vivre" que desgraciadamente se truncó ayer bajo las ráfagas de los fusiles Kalashnikov.