«Mi hijo un día nos dijo que era ateo porque todas las noches cuando se acostaba le pedía a Dios que al día siguiente, al levantarse tuviera un cuerpo de chico, que es como él se siente y el que desea; nos dijo que se lo había pedido muchas veces y que como al despertarse y mirarse veía que tenía el mismo, ya no creía en Dios». Esta confidencia, que su hijo Dylan le expresó desde la espontaneidad de los once años, fue lo que más impactó a Justo García, un conductor de autobús que junto a su esposa, Eva Salvador, apoyan sin fisura a su hijo, tras reconocer que «no es lo mismo ver a tu hija chicote, que ver a un chico», y que aunque el comportamiento ya era así (masculino), «no estamos preparados „admite Justo„ para estas cosas; mi mujer lo supo encajar mejor».
Después de siete años de largo calvario en una vida de solo once, y de haber pasado por médicos que le diagnosticaron de todo (déficit de atención e hiperactividad, bipolar, depresión...), sin saber ver que lo que el niño tenía no era una enfermedad sino una cuestión de identidad sexual, Dylan ahora afirma que es feliz. Su familia (más allá de sus padres), sus compañeros de colegio y sus profesores ya le reconocen por su nombre y que es un chico, aunque no le gusten sus piernas porque dice que son «un poco gordas, como de chica», y no tan delgadas como las de sus compañeros.
El caso de este niño biológicamente niña que a los cuatro años empezó a darse cuenta de que aquella personita que los demás veían e identificaban como niña no era quien él realmente se sentía, no es el único ni un caso entre unos pocos de transexualidad infantil en España. Dylan es uno de los 32 menores que en estos momentos están bajo la supervisión, y con tratamiento hormonal con buen resultado, del doctor Marcelino Gómez Balaguer, responsable de la Unidad de Identidad de Género del hospital Doctor Peset de Valencia, de referencia en la Comunitat Valenciana.
«Son procesos que se están haciendo cada vez más visibles; yo creo „explica el especialista„ que por la concienciación de los padres que son más tolerantes, están mejor informados y cuando detectan ciertas conductas y formas de actuar en sus hijos, en vez de reprimirlos y redireccionarlos, que es lo que se hacía antes, lo viven con otra perspectiva y más normalidad».
La Unidad de Identidad de Género ha tratado desde su creación, en 2008, a 300 adultos. El caso de más edad fue el de un hombre de 75 años, casado y con hijos, que decidió dar el paso a mujer transexual cuando se quedó viudo.
Discordancia de género
Gómez Balaguer explica que lo que se produce es «una discordancia de género», y que hay que hacer un diagnóstico diferenciador del género sentido por cada persona.
En el caso de Dylan, su madre a los tres años ya observó que no le gustaba la ropa típica de niña y que jugaba más con niños. Los primeros años fueron muy difíciles.
«Al principio „relata Eva„ empezó con mucha frustración, golpeándose, autoagrediéndose, portándose mal en el cole, relacionándose mal con los niños..., no sabía». A los cinco años pidió que empezaran a llamarle con un nombre de chico, «pero no le dimos importancia hasta que se hizo más persistente y fuimos al pediatra, que se quitó las pulgas y lo derivó a la Unidad de Psiquiatría Médica Infantil por un problema de conducta y comportamiento», refiere Eva.
«Después de cuatro años de tratarle con fármacos para hiperactividad, nos dimos cuenta que no sabían lo que le pasaba, llamé a la psicóloga de la guardería y en un par de sesiones le dijo que tenía cuerpo de niña pero su sexo sentido y su mente eran de niño».
Fue el psicólogo de la Unidad de Transexualidad del centro Fuente de San Luis, Felipe Hurtado, quien les indicó que eran necesarias visitas continuadas para ver si había problemas añadidos. Y tras comprobar con diferentes pruebas que había iniciado su pubertad, aceleró las visitas y el informe y lo remitió al endocrino para empezar a darle bloqueadores hormonales. Aunque a los 9 años tuvo su primera regla, en el segundo pinchazo, desapareció y se normalizó.
Las consecuencias del silencio
El especialista sabe que cuando estos menores no son debidamente atendidos pueden sufrir cuadros de ansiedad y de depresión que a veces son severos e incluso protagonizar intentos de suicidio. También se han detectado episodios de anorexias nerviosas y bulimias y hay una clara pérdida de rendimiento escolar, acosos y bulling. En muchas ocasiones viven con temor al relacionarse con el exterior, se recluyen en casa y desarrollan fobia social.
El tratamiento hormonal del bloqueo puberal, que se trata de inyecciones mensuales y reversibles, comienza a darse a los 12-13 años. Es lo que indican los consensos internacionales en ausencia de legislación específica. «Aplicamos el sentido común y las guías internacionales con el conocimiento y la autorización de los padres», apunta Gómez Balaguer que indica que, en alguna ocasión, cuando ha existido disconformidad con alguno de los padres o se trataba de un caso dudoso en el que no estaba claro el apoyo familiar, „«si no está claro, no se empieza ningún tratamiento»„ han consultado a la Fiscalía de Menores.
«Siempre he tenido ese miedo»
«Lo que no quiero que me vuelva a pasar „asevera Dylan„ es que se comente, que se largue por ahí como si fuera algo raro; mi familia me ha aceptado bien y mis compañeros también, he tenido suerte». El chico confiesa que decidirse entre decirlo u ocultarlo fue un poco difícil: «Siempre he tenido ese miedo, pero un día lo dije y por fin vieron lo que soy y quien soy; yo desde pequeñito lo sabía y me he sentido chico».
«El paso lo dio „precisa la madre„ cuando el psicólogo le dijo en marzo lo que le pasaba y supo utilizar las palabras que nosotros no encontrábamos».
