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Maltratador

El yihadista se volvió agresivo unos años después de asentarse en Alzira

Los vecinos recuerdan a Chiakhi como una persona religiosa, aunque afirman que no dio muestras de radicalismo - «Los hijos le tenían pánico y la mujer era muy sumisa», relatan

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«Al principio era la amabilidad en persona, pero luego se convirtió en una mala bestia». Muchos vecinos de la calle Doctor Ferran de Alzira se quedaron el lunes helados al ver en televisión la imagen de A. Chiakhi, el yihadista detenido en la prisión de Segovia por captar y adoctrinar internos para el Estado Islámico. Aunque «algo más grueso», era el mismo al que durante años vieron pasar casi a diario por delante de sus casas y al que incluso habían ayudado. Le perdieron la pista tras su ingreso en prisión por maltratar a su mujer y volvían a saber de él tras una nueva detención por su vinculación con el terrorismo yihadista. «Nos hemos quedado de piedra, me puse primero blanca y después de todos los colores», relataba ayer una vecina para mostrar su sorpresa. La casa donde esta familia de origen marroquí vivía de alquiler está ahora desocupada. Una vecina relató que la mujer y los hijos del yihadista regresaron a ella en 2012 tras pasar por un centro de acogida y, finalmente, tras alquilar otra vivienda en Alzira, se marcharon al sur de Andalucía.

Diferentes testimonios coincidieron en señalar que conocían que Chiakhi era una persona muy religiosa, ya que en ocasiones se podían escuchar rezos en la casa, e incluso hay quien asegura que intentó hacer proselitismo -«vino a engatusarme pero yo le dije que no quería saber nada de su religión», comentó un vecino-, pero nadie entonces pensó que pudiera ser un radical. «A veces daba que pensar, pero no estaba el asunto tan de moda», comentó uno de los residentes. No obstante, todos coinciden en afirmar que durante su larga estancia en Alzira sufrió una transformación radical. Su carácter cambió y la amabilidad inicial se transformó en malos modos, arrebatos de ira en la casa que se traducían en golpes, muebles o televisores rotos y agresiones a su mujer e incluso a los hijos, indicaron algunos testimonios. «No sé qué cable se le cruzaba, pero lo rompía todo, tiraba muebles a la calle y luego la mujer y los hijos lo llevaban al contenedor», indicó una vecina. «Los niños le tenían pánico y la mujer era muy sumisa», relataban algunas fuentes, mientras otras apostillan que, pese a todo, «a los vecinos nunca nos dejó de saludar». No obstante, fueron los propios vecinos los que fueron marcando distancias al conocer el trato que dispensaba a su esposa.

Nadie conoce qué provocó ese cambio de actitud en aquel joven marroquí que llegó a Alzira en los años noventa, que se afeitaba habitualmente -con posterioridad se dejó barba y aseguran que en algún momento también vistió con una túnica-, y que convivía en un principio con un amigo en la vivienda. «No sabemos si fue el accidente laboral o cuando vino su mujer, pero a la pobre la ha llevado por la calle de la amargura», relataba un residente, que indicó que ofreció ayuda a la mujer al conocer los malos tratos, aunque ésta la rechazó. «Siempre la estaba vigilando», recordaban.

Silla de rueda «aunque andaba»

Chiakhi se desplazaba en sillas de ruedas a raíz, según explicó a todos los vecinos, de un accidente laboral en la obra que le provocó una lesión en la espalda. Todos recuerdan que «siempre» llevaba unas pipetas supuestamente de opio en la boca para calmar los dolores y que la puerta de la casa estaba llena de palitos de esta medicación. No obstante, hay quien cuestiona incluso que la lesión fuera real ya que aseguran que «iba a pie» por el interior de la casa y que incluso también le habían visto salir andando a la calle para tirar la basura por la noche.

Los vecinos aseguran que su esposa llegó mucho tiempo después que él y que tres de los cuatro hijos de la pareja nacieron en Alzira. Fue a las pocas semanas de nacer la última niña cuando, en septiembre de 2011, se produjo una brutal agresión que provocó su detención. Una vecina relató que había golpeado a su mujer con una manguera y que ésta llevaba toda la espalda y las piernas marcadas. Otro joven recordaba los gritos del maltratador acusando de racistas a los agentes, que tuvieron que forcejar con él para detenerle.

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