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Desarrollo del interior valenciano: de la confusión a la realidad territorial

Una alcaldesa de una comarca del interior valenciano nos reclamaba recientemente qué podía (o debía) hacer para alcanzar las cotas de crecimiento económico deseables para su pueblo, para sus vecinos. Tal vez el objetivo más evidente sea para ella la creación de empleo. La pregunta de la munícipe, extensible a las inquietudes de los centenares de municipios rurales de nuestra Comunitat Valenciana, no tiene una respuesta sencilla. ¿Desarrollar el turismo rural? ¿Atraer empresas industriales? ¿Explotar recursos naturales como los geológicos o los biológicos? ¿Poner en valor los recursos forestales? ¿O aprovechar los otros territorios, rurales o urbanos, y sus procesos de desarrollo?

El escenario de partida, que ha perdurado durante tantos años, no es alentador. Se trata de territorios con escasa población (las comarcas del Rincón de Ademuz, la Meseta de Requena-Utiel, la Serranía, el Valle de Ayora-Cofrentes y la Canal de Navarrés apenas suman el 4% de la población de la provincia), sin apenas núcleos considerados como urbanos, es decir, que superen los 10.000 habitantes, y con un proceso de envejecimiento demográfico continuo e imparable, consecuencia del éxodo rural, la emigración del campo a la ciudad. Son territorios con una debilidad de la actividad emprendedora y unas escasas alternativas de crecimiento económico. De la misma manera, destaca el protagonismo de la superficie forestal en sus términos municipales. En la Comunitat Valenciana hay 111 municipios en los cuales al menos el 15% de su superficie municipal es forestal (59 superan el 25%). Todos ellos se localizan en las principales unidades de relieve valencianas, del dominio ibérico (Maestrazgo, Sierra de Espadán, Javalambre-Serra Calderona, Sierra de Utiel), del dominio bético (Serra Grossa, sierras alicantinas, como Mariola, Aitana€), y del Macizo del Caroig. De hecho, en líneas generales los rasgos físicos han contribuido a esa situación desfavorecida, pues han dificultado la accesibilidad y las oportunidades de desarrollo.

Y con todo, en las últimas décadas han aumentado las diferencias entre el campo y la ciudad, entre los espacios rurales y los espacios urbanos. La concentración de la actividad económica, los procesos espaciales que han condicionado la distribución desigual de la población, o la consolidación del sistema urbano valenciano, distante a un deseable equilibrio territorial. En definitiva, hallamos una realidad geográfica definida por la dualidad territorial valenciana: un litoral poblado urbanizado y un interior despoblado con un dominio absoluto de núcleos de reducido tamaño. Una dualidad territorial que ha sido sistemáticamente aludida cuando se abordan estudios sobre la realidad geográfica valenciana.

El desarrollo de los espacios rurales valencianos depende de la evolución de las relaciones entre ellos y los urbanos. Tradicionalmente imperó una función subsidiaria, caracterizada por el suministro de recursos energéticos, alimentos, materias primas o población a los espacios urbanos. Y recientemente, además, servicios residenciales, medioambientales o de ocio y esparcimiento, de manera que los sistemas económicos locales rurales se caracterizan por una pluriactividad interna así como una ampliada multifuncionalidad externa.

En resumen, un escenario complicado, con una estructura socioeconómica débil y unas relaciones subsidiarias entre los espacios urbanos y rurales. ¿Qué responder entonces a la insistente alcaldesa de un municipio del interior valenciano que pretende desarrollar su municipio? Una primera opción es la conformidad, la aceptación de la situación. Más de lo mismo. O en cambio, rebelarse y buscar alternativas reales en las bases de un nuevo modelo económico específico de las áreas rurales.

Durante los últimos años se han ido desarrollando en algunos de estos espacios actividades y procesos que están facilitando el crecimiento socioeconómico. Y hacen pensar que es posible un «nuevo» modelo económico de los espacios rurales. Nos referimos a actividades a resultas de las nuevas funciones económicas que pueden desempeñar los espacios rurales (en el contexto de la componente local del desarrollo, la globalización de la economía, y la estrecha vinculación con el territorio y la geografía más inmediatos, más próximos); las plataformas empresariales, relacionadas con la producción y la transformación industriales, frecuentemente ligadas a la producción agroindustrial (nos referimos a los clusters territoriales, en los cuales concurren las empresas, los equipamientos o los gobiernos locales); la revalorización del patrimonio cultural, considerado como un recurso local con posibilidades de su puesta en valor (la ligazón entre el turismo rural y el cultural está muy arraigada, hasta el punto que más del 75% de los visitantes del interior «buscan consumir» patrimonio cultural); la disponibilidad de suelo constituye un aliciente para la atracción de empresas y nuevos residentes, con criterios de sostenibilidad; la percepción del valor de territorio y de ruralidad, activos de gran valor para colectivos específicos (reivindican un «orgullo del territorio» estrechamente vinculado con los paisajes culturales y con aspectos de corte sociológico que pueden identificarse con las pautas del modo de vida rural); el compromiso y la atención de la administración pública al hecho rural, a su situación de partida definida por sus deficiencias económicas y sociales (los programas europeos como Leader, Proder y Feader, son una muestra de dicho interés y compromiso institucionales); y los mecanismos de compensación territorial, que deberían facilitar y corregir los desequilibrios económicos generados en el mundo rural por los servicios que presta en beneficio del ámbito urbano (el principio de discriminación positiva debería prevalecer, en tanto en cuanto que los espacios rurales prestan diversos servicios cuyos beneficiarios son en particular los residentes en las ciudades valencianas, como los de conservación y preservación ambiental o servicios de abastecimiento de recursos naturales, biológicos, patrimonio cultural y espacios de ocio).

En definitiva, los municipios del interior, los territorios rurales valencianos, pueden contar con algunas oportunidades de desarrollo reales, pero no dejan de hallarse en un escenario de dificultades y problemas, como se apuntaba al principio (éxodo rural, falta de emprendedores, envejecimiento, escasa población€). Los centenares de alcaldes y alcaldesas, y miembros de equipos de gobierno, deben ser conscientes de esos inconvenientes y que el camino del desarrollo rural no es fácil. Precisamente es fundamental identificar esas dificultades para facilitar alguna respuesta «con fundamento» a la cuestión inicial, ¿qué se puede hacer si pretendemos el desarrollo de un municipio rural valenciano?

Sirvan estas sugerencias para aclarar qué pasos se deben seguir: ¿qué recursos territoriales disponemos y cuáles de ellos constituyen posibles motores de impulso económico? ¿qué actores activos se identifican en el municipio? ¿hay emprendedores y futuros empresarios? ¿qué estrategia basada en la participación se debe llevar a cabo? ¿cuál es el papel que tienen que realizar los diferentes agentes y colectivos locales? ¿están definidos los roles de cada uno: alcalde, equipo de gobierno municipal, empresarios y sociedad local? ¿se cuentan con apoyos institucionales de otras administraciones públicas?

Alcaldesa, si las respuestas son satisfactorias, inicia el proceso, lidéralo, facilítalo, compártelo y disfrútalo. Nuestra consideración a ti y a cuantos alcaldes y alcaldesas, y concejales, que trabajan y viven por su municipio, por sus vecinos, por su territorio. ¡Cuánto compromiso!

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