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Gisela Schmitz-Roth

La pintora que no pudo romper los hilos del acoso

Gisela se sentía culpable de haber sobrevivido en las Maldivas al maremoto de 2004; se volcó en ayudar a las víctimas

La pintora que no pudo romper los hilos del acoso

En ese lienzo, titulado Dejad bailar a las muñecas, Gisela expresó lo que nadie sabía. Se ve a una mujer arrodillada, desesperada, que alza la cabeza para implorar compasión al hombre que la sojuzga. Esa mujer es un títere. Sus hilos los mueve un hombre gigante, del que solo se ven sus piernas. Un hombre sin rostro.

Gisela siempre quiso exorcizar sus demonios con el arte. La pintura le ayudó a superar el trauma del tsunami de 2004, al que sobrevivió en las devastadas islas Maldivas. Pero hay demonios que prefieren matar antes que aflojar los hilos del acoso.

La Guardia Civil encontró el cadáver de esta mujer alemana de 69 años, vitalista y encantadora, según los pocos vecinos de Orba con los que tuvo trato, el pasado 18 de enero. Los agentes acudieron al chalé de la urbanización El Capsó que un año antes Gisela y su marido, Arnold B., 16 años más joven que ella, habían comprado. La Interpol avisó a la Guardia Civil de que allí podía estar el cuerpo sin vida de la mujer. Su esposo, tras bajar de un avión en el aeropuerto de Berlín-Tegel, se entregó a la policía alemana y confesó el crimen. Afirmó que no había querido huir, que estaba arrepentido, y que si cogió un avión en Alicante para viajar a Alemania (quería ir a Colonia, pero perdió ese vuelo) fue porque le aterraba acabar en una cárcel española. Tras matar a su esposa, vivió con el cadáver tres días antes de viajar en coche al aeropuerto de Alicante y escapar a Alemania. En el automóvil, dejó las llaves de la casa de Orba.

La Guardia Civil de Calp confirmó poco después que la confesión de Arnold era del todo verídica. Había acabado con la vida de su esposa asfixiándola «por estrangulación y/o sofocación», según estableció la autopsia.

Se le juzgará en Alemania

Arnold, de 53 años, se salió con la suya y esquivó cumplir condena en España. La Audiencia de Alicante autorizó en septiembre que por primera vez un crimen machista ocurrido en la provincia se juzgara fuera del país. Las autoridades alemanas habían denegado la extradición a España del asesino, que está encarcelado en su país a la espera de que se le juzgue.

Gisela y Arnold se habían casado en marzo de 2010. La diferencia de edad no fue un impedimento. De hecho, ella era, según los testimonios de los vecinos de Orba que los llegaron a conocer, más vitalista y activa que él. De puertas para fuera, parecía que ella tiraba de la relación. En el hogar, según se ha sabido luego, todo era distinto. Arnold era dominante. Su mujer no interpuso denuncias previas por maltrato. No constan agresiones. El yugo era más sutil, más psicológico. Además, el genio del hombre al parecer se agrió en Orba, donde ninguno de los dos llegó a encajar. Nada más llegar, dieron una fiesta e invitaron a otros vecinos de la urbanización. Pero luego se volvieron más esquivos. Dejaron de relacionarse.

Gisela, eso sí, seguía pintando. Acudía de tanto en tanto a las sesiones de un grupo de pintura del vecino pueblo de Benidoleig. Pero ya no tenía la chispa de Colonia, donde hasta 2005 regentó la academia de pintura en la que conoció a Arnold, quien hizo sus pinitos como artista de acuarelas.

Además de la pasión por la pintura, ambos compartían el amor por su ciudad y por los colores de su equipo de fútbol, el C. F. Colonia.

Ella, además, adoraba el carnaval de Colonia, que es uno de los más importantes y coloristas del mundo y tiene un cierto aire veneciano. En su perfil de facebook, Gisella aparece aún disfrazada con atuendos del XVIII y una elegante y brillante máscara (la foto que se reproduce). El disfraz era otro grito interno. La máscara desnudaba el alma.

Este carnaval comienza con el Weiberfastnacht, el día en el que las mujeres son dueñas de la ciudad. Gisela, como en su lienzo de la marioneta, dejaba pistas de ese deseo interno de romper los hilos que la ataban a un maltratador.

El matrimonio se mudó a España en busca del sol y la felicidad. En busca de un retiro dorado. Pero encontraron soledad. Gisela se sintió desamparada cuando más necesitaba abrirse y comunicarse, hacer frente a la opresión de un marido que la había convencido para vender por unos 400.000 euros, según desveló la prensa alemana, el estudio de pintura de Colonia. La arrastró muy lejos con la promesa de que en el soleado litoral de la Marina Alta encontrarían el paraíso.

Eso sí, optaron por comprarse un chalé a unos kilómetros de distancia del mar. Gisela también se había refugiado en su arte para conjurar el trauma del tsunami. Ella sobrevivió al maremoto de 2004 en las islas Maldivas, que quedaron desfiguradas, arrasadas. Allí murieron decenas de personas.

A Gisela, aquella traumática experiencia le generó un gran sentimiento de culpa. Se volcó en ayudar a los supervivientes y sus familias. Ya en Alemania, participó en grupos de apoyo, de terapia. Pero no llegaba a exorcizar sus miedos internos. A sus amistades, les confesaba que se sentía culpable de haber sobrevivido.

Una vez más, su obra desnuda su alma. Sus cuadros de entonces son acuáticos. El mar, sin embargo, no aparece enfurecido, sino calmado. La pintora insinuaba la fuerza oculta, brutal, del agua.

En el chalé de Orba, que se asoma a un precioso valle, el mar, el agua, quedaban lejos. Ese miedo no estaba presente. Sin embargo, la pesadilla diaria del acoso, de vivir bajo el yugo de un marido dominante y poderoso, sí seguían allí. Gisela no pudo romper esos hilos a tiempo.

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