«Mirado a cierta distancia, se parece a un navío unido a la tierra por su popa». Al viajero Cavanilles, también le gustaba atisbar. El efecto que hoy le causaría el Penyal d'Ifac, «peñón enorme y casi aislado», no distaría mucho de la descripción que hizo a finales del XVIII.

Otra cosa es cuando habla de Calp. «La población está sobre una loma a 200 varas del mar. Los edificios muestran la pobreza de sus moradores, poco aplicados a la agricultura, y casi privados de propiedad, que pertenece a varios de Benissa». La actual urbe turística, observada desde lejos, ha borrado todo signo de miseria. Las torres de apartamentos le hacen cosquilla en los talones al Penyal. En el pueblo, los edificios, que se apiñan sin aparente orden, se han tragado el casco antiguo, del que solo asoma, asediada, la torre de la iglesia de la Mare de Déu de les Neus. Y no hace falta irse siglos atrás para vislumbrar la transformación de este pueblo de la Marina Alta, el de perfil más desfigurado por el urbanismo. La metamorfosis de las últimas décadas ha sido brutal. Al menos le queda ese ancla inmutable que es Ifac. La mole de piedra ve pasar el tiempo sin despeinarse.

Los pueblos de la comarca, claro está, han mudado su silueta. Esta ruta anima al viajero a detenerse antes de entrar en las calles, a aprovechar la accidentada orografía y echar un vistazo desde un punto elevado. La primera impresión es la que cuenta. Cela, en su magnífico Viaje a la Alcarria, atrapaba desde lejos y a vuelapluma el espíritu de un pueblo. Luego ya se atrevía a cruzar el umbral (siempre de día, que de noche trae mala suerte; Cela era supersticioso) y descubría con más pausa todo lo que antes había atisbado.

Ese ejercicio es muy recomendable cuando se quiere desentrañar el alma de la Marina Alta.

La traza medieval todavía salta a la vista en Teulada y Xàbia. El casco histórico del primer municipio, de estilo gótico, está declarado Bien de Interés Cultural. Sin embargo, el auditorio inaugurado hace cuatro años y obra del prestigioso arquitecto Patxi Mangado se ha hecho hueco con fuerza en un perfil urbano antes dominado por el campanario de Santa Caterina y la cúpula de azul vidriado de Sant Vicent Ferrer. El auditorio, cuya fachada mira al mar y a Moraira, casi parece que dé la espalda a Teulada.

Mientras, en Xàbia, sobresalen el campanario gótico de la iglesia de Sant Bertomeu y las torres de la Casa Arnauda y dels Bolufer, construidas para que los burgueses que hicieron fortuna con el comercio de la pasa vieran llegar a puerto sus barcos. Caprichos de rico.

Municipios más pequeños como El Poble Nou de Benitatxell han salvado sin apenas cambios sus perfiles. Las iglesias emergen varios cuerpos por encima de las casas de toda la vida. El tiempo se ha detenido. El urbanismo es aquí más disperso. No quiere saber nada de los pueblos.

La silueta de Dénia es otro cantar. La imagen de abajo, tomada desde el promontorio de Sant Nicolau, revela los contrastes de la ciudad más cosmopolita de la comarca. El castillo y ese puerto que ahora se reinventa (se ha lanzado al negocio de la náutica deportiva y del ocio) reinan en la escena urbana. El campanario y la cúpula de l'Assumpció se ven casi insignificante entre tanta finca.

Destaca también la pantalla de edificios levantada sin tino en los 70 en la primera línea del puerto. Con todo, Dénia todavía compone una figura hermosa y poderosa.