Con el silencio de quienes apagaron los cañones hace tiempo. Viendo pasar los últimos años con la nostalgia de los tiempos vividos. Así se fue ayer uno de los últimos grandes maestros de la pirotecnia valenciana, la de otra época: Juan José Brunchú Alonso,. Tenía 77 años. Perteneciente no sólo a una saga familiar, sino a una de las dinastías que, sin llegar a la consaguinidad, tradujeron en fama internacional las ramificaciones familiares. No en vano, este apellido y el de Caballer forman parte de unos mismos troncos genealógicos.

Juan José «Juanjo» Brunchú forma parte de una generación de pirotécnicos en la que padres e hijos se confunden en el tiempo. En 2004 falleció su hermano, Luis; en 2008 fue Ricardo Caballer y en 2009, Miguel Zamorano. Sobreviven como contemporáneos Vicente Caballer y Ricardo Caballer II. Anteriormente habían pasado a la inmortalidad Vicente Caballer «padre» y Josefina Caballer, la madre de Zamorano. Nombres históricos, nombres antológicos de un arte que vive sus momentos más delicados y que en la firma Brunchú tiene, posiblemente, un ejemplo doloroso.

Creador de Piroval

La historia de Juan José Brunchú va íntimamente ligada a la de su hermano Luis. Porque eran un equipo complementario. Luis fue el artista, el que, con el puro y el sombrero, vivía el disparo desde abajo, embadurnándose de mezclas y sensaciones. El saludaba desde el centro de la plaza. Juan José fue siempre el hombre de despacho, el comercial que se encargaba de buscar y encontrar clientes y el que, cuando las cosas venían mal dadas en materia de legislación, se peleaba con el delegado de gobierno de turno. También fue el muñidor de Piroval, lo más parecido a una asociación profesional en un ramo donde la competencia es libre y donde aunar esfuerzos y voces no siempre es fácil. Eran los nietos de la abuela Leonor, la iniciadora de esta rama, porque el abuelo era carpintero. Brunchú superó los tiempos prehistóricos y también la Guerra Civil, donde fabricaban artificios para señales luminosas y la aviación franquista buscaba las casetas con avidez. El padre de ambos, Luis, les dio el testigo posteriormente. La pirotecnia era «Brunchú», sin distinción de hermanos. Fueron los dominadores de la pirotecnia durante largos periodos, en los que también compitieron con los Caballer, todos los cuales, juntos o por separado, dieron fama internacional a la pirotecnia valenciana. Y una fama especialmente en Godella, porque, a pesar de los avatares geográficos, la empresa acabó por tener ese apellido: «Brunchú de Godella». Allí es donde el viejo patriarca abandonó el mundo ayer.

Se dice que los pirotécnicos viven dos veces: antes del alba en la fábrica y durante el día disparando. Y que el cuerpo lo resiente con el paso de los años. Juanjo, asociado tantas y tantas veces a los dolores de espalda, y a quien el corazón le dolió sobre todo cuando perdió a su esposa Tere, falleció ayer, simplemente, por ley de vida.

«Luis y Juanjo eran la pareja perfecta y gracias a eso fueron los números uno mucho tiempo» recordaba ayer Gregorio Juan «Gori» después de haber pasado por el tanatorio. «Juanjo era el que se veía con los alcaldes, con los clientes, y Luis era el creador». El veterano pirotécnico de Mislata recuerda como, siendo un jovencito, Luis se lo llevó a Guinea Ecuatorial para ayudarle a disparar los fuegos que se hicieron cuando Macías subió al poder. «Les llamaban de todas partes y eran el referente». Luego llegaría el despegue internacional de Vicente Caballer y el de Ricardo para convertir la pirotecnia en un asunto familiar, con sus correspondientes piques entre familias.

La cuesta abajo fue en Soneja

El negocio fue tan bien que se hizo una apuesta fuerte, trasladando las instalaciones a Soneja. Pero las cosas estaban cambiando en el mundo y la imposibilidad de adaptarse a los nuevos tiempos supuso la paulatina cuesta abajo. Una empresa dedicada a la fabricación propia y a la exportación se encontró con la competencia imposible del gigante chino. «Soneja fue la gran ilusión de ellos y también el gran problema. Aquello era enorme y la verdad es que confluyeron muchos factores y todos en contra. Yo recuerdo la ilusión de Luis por el busto de su padre que pusieron a la entrada». Llegaba, además, en el momento del relevo generacional. Brunchú no consiguió superar la exigencia. Su momento más triste llegó cuando, en el año 2002, se veían imposibilitados de disparar la Nit de Foc y la mascletà del 19 de marzo al retenérsele el material, que procedía de Italia, en la frontera. La empresa ya no remontó y, después, echaba el cierre.

El propio Juan José justificaba la desaparición en una vídeo-entrevista en el portal de Amigos de la Pirotecnia: «el dicho advierte que no hay ninguna empresa que llegue a la cuarta generación. Como mucho, a la tercera, porque cuando llegan los primos, no se entienden y va todo por el aire. Y eso es lo que pasó en la Pirotecnia Brunchú. Mientras estuvo la tercera generación „en alusión a él mismo y su hermano Luis„, la cosa funcionó, pero cuando por enfermedad y jubilación nos apartamos, el tema ya no fue adelante». Juanjo acabó los últimos años tranquilamente, en su casa, disfrutando de la jubilación.

«Quedamos ya muy pocos de mi quinta en el mundo pirotécnico. Los de mi edad hemos sido los que hemos vivido la pirotecnia más antigua y los que hemos visto nacer la nueva con esas maravillas digitales que permiten hacer cosas impensables años atrás. Pero también, en cierta manera, se han perdido otras muchas cosas del oficio que aprendimos de nuestros mayores» recordaba el propio Juan José en 2011, en Piroart.com. Padre de cuatro hijos, su funeral tendrá lugar hoy, a las 13 horas, en parroquia de San Bartolomé de Godella, en cuyo cementerio será enterrado.