«Con el ordenador hago el trabajo de clase, los cuadernillos Rubio y copio las letras de las canciones que me gustan». La voz robotizada de Íñigo cuenta su día a día con detalle. Este joven valenciano de 15 años sufrió una lesión cerebral al nacer que le impide moverse y articular palabra, pero no es un obstáculo para ver, escuchar, comprender y compartir lo que ocurre a su alrededor, porque gracias a una tablet sujeta a la silla con un brazo articulado, un programa y un conmutador, también puede comunicarse.

El empeño de sus padres tiene ahora reconocimiento. La Fundación Rubio ha premiado a Vicente Pérez, redactor jefe de Cierre de Levante-EMV y padre de Íñigo, por «la labor para mejorar la calidad de vida de su hijo» mediante un sistema de comunicación alternativa, un premio que recoge en nombre de todos aquellos padres y profesionales anónimos que se esfuerzan cada día por conseguir algo tan simple, pero tan costoso, como los recursos necesarios para que niños con capacidades diferentes puedan comunicarse, explica.

«La tecnología en materia de comunicación no llega a los colegios de educación especial porque a fecha de hoy la administración pública cree que es tirar el dinero», critica Pérez. Una tecnología que consiguió para Íñigo en 2010 tras gestionar una ayuda europea, cansado de la falta de respuesta de la Conselleria de Educación. El curso pasado y tras diez años de espera llegaron dos tabletas adaptadas al centro y un brazo articulado para sujetarlas a la silla.

La aplicación de la tecnología ha permitido a su hijo dejar los engorrosos cuadernos de comunicación con pictogramas plastificados para comunicarse a través del ordenador, con un programa con barrido automático, denominado The Grid 2, y un conmutador de selección que activa con la cabeza. El resultado se escucha mediante una voz artificial amplicada por un altavoz. El sistema es parecido al que usa el físico Stephen Hawking. Con esta herramienta puede enviar emails, entrar en internet o realizar funciones de control de entorno, como encender la TV o cambiar de canal.

«La tableta puede costar unos 1.000 euros, el conmutador unos 70 y la licencia del programa 400. Pero eso es lo de menos. Da igual lo que cueste, estamos hablando del derecho de estas personas a comunicarse, un derecho básico», relata Pérez. Con este material, «mi hijo me pregunta qué hay de cenar o si voy a trabajar. Me cuenta lo que le gusta o le preocupa. Lo que antes eran miradas cómplices y comunicación intuitiva, ahora son frases perfectamente construidas y complejas. Ahora tiene la autoestima por las nubes porque sabe que está rompiendo barreras», explica.