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Causa general

Las líneas rojas han acabado estrangulando a sus delineantes en un giro del guion que obliga a una reflexión generalizada

Causa general

Aconseja Benedetti que se eviten los círculos viciosos, los triángulos amorosos y las mentes cuadradas. Y las líneas rojas móviles, añadiríamos. Abundando en la geometría moral, Jorge Rodríguez „presidente de la Diputación de Valencia„ y los partidos afectados por la fisión nuclear provocada por la UCO han apartado de la gestión a los altos cargos investigados por enchufismo, zombis y otros asuntos de Imelsa.

Rapidez. Cerciorarse de la hipocresía que supone aducir supercherías de toda índole para no tomar las medidas que suelen exigir cuando las cosas suceden al revés es el camino más corto a la coherencia. No obstante se ha actuado a medias: los afectados ora mantienen los cargos, ora los escaños. La verdad es que esa trama tan viscosa lleva camino de llevarse por delante a toda una generación de políticos, «más de 150 imputados veremos», en un proceso que tiene todos los tintes de una causa general. La misma portavoz de justicia del PPCV, María José Ferrer San Segundo „coincidiendo incluso con los socialistas„, ha sugerido que no se participe del linchamiento generalizado de la política.

Incoherencia. Llegados a este punto no se trata ahora de denunciar las actitudes que se van observando ni la ley del embudo tan consolidada en este país. Es habitual echar pelillos a la mar por determinados hechos y pedir la pena capital por lo mismo si lo hace el rival. Cualquier observador avispado ve que el juicio „político e incluso periodístico„ difiere en función de la persona juzgada. Un imputado pasa a ser simplemente «citado» en función de la cabecera que informe; un escrache no es justicia universal en función de quien sea el «escrachado» y pasa a convertirse en una incitación al odio.

Asimetrías. Más que reflexionar sobre asimetrías morales, deberíamos poner el foco sobre lo diabólico del contexto. Durante los últimos lustros el ejercicio de la oposición ha derivado en una ostensible judicialización de la política. Pese a las tropelías cometidas, la enmienda a la totalidad sobre cualquier asunto que rozara un juzgado, el agigantamiento en la calificación de los casos y la petición de responsabilidades políticas ad infinitum ha quebrantado por completo cualquier intento de establecer unas mínimas reglas del juego que hicieran viable el entendimiento. El abaratamiento del umbral ético ha impedido la política sosegada, eficaz.

La ética. La ética „que es un intangible„ se mide hoy con reglas menguantes. El suelo de la responsabilidad política es tan frágil que todo vale. Se ha frivolizado en tal medida con el grado de sospecha que vemos corrupción donde solo hay pesquisa. Así, por costumbre adquirida, el gen corrupto afectaría a todo el arco parlamentario. ¿O no es así? ¿Son los representantes de la izquierda ahora señalados menos corruptos que sus homólogos de la derecha porque el presunto delito es de perfil bajo? ¿O son menos corruptos sus partidos porque los casos son escasos y los del PPCV son legión?

Valores. La escala de valores implantada hace que un solo caso, un ticket del Burger King de nueve euros, el viaje a unas jornadas en Pontevedra, un billete de AVE comprado contra la caja del Congreso para acudir a un Comité Federal o un café no justificado puede llevar a cualquiera a la imputación. Una mediación, un flirteo con el nepotismo „del enchufismo no se salva ni el Tato„, es causa flagrante de dimisión. Es el catón impuesto. Nadie puede llamarse a andana ahora.

Apartados. La reciente imputación de un edecán del presidente de la Generalitat, un vice de la Dipu y quien destapó las escuchas del yonqui del dinero evoca la figura del cazador cazado, sobre todo después de oír las excusas. Durante los últimos años se ha exigido responsabilidad política por encima de las posibilidades del sistema. ¿Ha de dejar su cargo quien se apodera de dinero público ya sea para financiar el partido o para provecho propio? Sin duda. ¿Ha de hacerlo aquél responsable que en horario de trabajo invite a un café a un amigo, o que puntualmente haya utilizado el coche oficial para fines discutibles? ¿Merecen ambos casos el mismo oprobio? Los extremos a la hora de exigir honradez se han superado con creces y si antes se pedían los papeles cuando se abría juicio oral, hoy se aceleran los pasos: una mirada de soslayo de un gendarme es suficiente para pedir el cadalso. ¿Y si después se archiva el caso? ¿Y si la denuncia es falsa? ¿Quién devuelve la reputación tras la pena de telediario?

Los de a pie. ¿Y la ciudadanía? ¿Es lícito exigir al político la nívea pureza de la Inmaculada Concepción cuando la corrupción al por menor está instalada entre los ciudadanos? ¿No se debería exigir a los empresarios „la CEV lo hizo ayer„, los sindicatos y los contribuyentes en general la misma honradez que exigimos a nuestros representantes? ¿Cuántas veces se corrompe usted, aunque sea en la intimidad, cada semana?

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