La inminente imputación del presidente del PP de la provincia de Valencia, Vicente Betoret, en el caso Taula sería un sacudida de gran alcance para el nuevo PP que quiere liderar Isabel Bonig, un terremoto esta vez con epicentro en la mismísima calle Quart. Desde que Betoret asumió la jefatura de la provincia tras la expulsión de Rus, ha tratado de conjugar los verbos en futuro, ser protagonista de la refundación a la que aspira la cúpula regional para salir de la ciénaga de los casos de corrupción y encarar con cierto optimismo las próximas elecciones autonómicas.

En este tiempo, Betoret ha centrado sus esfuerzos en matar al padre, en romper lazos con quien fue su principal mentor y a quien estuvo ligado prácticamente toda su carrera política. La situación de Betoret era y sigue siendo endiablada. Despreciado por los rusistas al considerarlo un traidor y puesto en cuarenta por quienes siempre fueron críticos con el otrora todopoderoso barón provincial. En su gesta, Betoret ha contado con el apoyo de Bonig. La lideresa, necesitada también de sostenes, le dejó ponerse, junto a José Císcar y Javier Moliner, en la foto de la renovación de ese PP que quiere romper con el pasado.

Pero, como dice el refranero español, el pasado siempre vuelve. Y, en este caso, de la mano de la pesadilla Taula. Si finalmente el juez convierte a Betoret en investigado (es aforado por lo que antes tendrá que dirigirse formalmente a las Corts), sus opciones de salir airoso son mínimas. Bonig (ella lo sabe y ya lo ha comentado en privado a los suyos) no tendrá otro remedio que aplicarle la misma vara de medir que al resto de investigados en Taula. Es decir, pedirle el cargo orgánico y, con la apertura del sumario, el acta. Sería, llegado el caso, el segundo presidente del PP de la provincia que cae en menos de un año.

La situación sería dramática. Primero, a nivel interno. La pelea (ahora soterrada) por el control de la provincia podría desatarse, pero lo peor para el equipo que dirige Bonig es que daría armas a quienes opinan que la ruptura con el pasado debe ser total y debe incluir a los actuales dirigentes con gestión a sus espaldas, es decir, prácticamente a todos los que estaban en esa foto de la renovación, con Bonig como principal pieza.

Con el PP a nivel nacional a punto de convertirse en una jaula de grillos, el escenario para Bonig es aún más adverso. La lideresa, que fue en su día bendecida por la actual cúpula nacional, ha perdido ya el apoyo de la exalcaldesa Rita Barberá, también salpicada. Sin Betoret, el control de una de las principales provincias se complica. Cabe recordar que Betoret no llegó a tocar la estructura directiva más allá de echar a los rusistas y situar a Vicente Ferrer como número dos. El exsenador es una persona de su confianza, un veterano ya sin aspiraciones en la política, que tras años en el Senado, podría convertirse de la noche a la mañana en el hombre que dirija la transición en el partido si finalmente Betoret es apartado.