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Abriendo foco

Globales y aldeanos

Se acaba la fiesta esta noche. El Consell debe ponerse a gobernar y el PPCV a gestionar su pesadilla

Globales y aldeanos

La izquierda a duras penas domina sus instintos a la hora de gestionar algunos complejos. Por ejemplo con la fiesta. A primera vista hay poca diferencia entre las Fallas de Félix Crespo y las de Pere Fuset. La ciudad quedará esta noche con la misma porquería de siempre y la historia contada no diferirá de otros años. Enmendando algún error el flamante concejal de fiestas nos ha convencido a todos de que no era para tanto, que se puede ser fallero y progre y no estar loco.

Será que la Fallas son como los trasvases, que gustan más cuando se pilla despacho. A riesgo de que los que votaron este gobierno claudiquen en la idea de que «gobernar desde la izquierda era esto» este Consell gobierna poco. Gobernar -en definitiva- no es sólo poner falda a los semáforos, retirar el saludo a los vicentinos, cortar el centro todos los días o poner maceteros en la Lonja. Gobernar tampoco es encender hogueras donde no hacía falta, como en el embrollo taurino. Aunque menos mal que nos queda Portugal.

Coincidencia. Nos quedan Portugal y los viejos rockeros. Justo en el día que Esteban González Pons publicaba su columna sobre el oprobio de quienes ven trascender en la plaza pública una conversación privada -citaba sin hacerlo el europarlamentario a la reina Letizia y su «compiyogui»- se levantó el secreto de sumario de la Operación Taula para desnudar las vergüenzas del régimen. No parece una coincidencia. Pons defendía a sus compañeros de partido, reincidentes en el pecado, por ahora, de la imprudencia. Nadie -independientemente de su ideología- soportaría el juicio público por una transcripción telefónica. Ahora bien, las sensaciones tras las conversaciones que han trascendido son, cuando menos sonrojantes.

Comparecencia. Rita Barberá volvió a comparecer en modo «global» a lo Mc Luhan, acaparando el satélite en toda España y defendiéndose «urbi et orbe» para mantenerse inasequible el ademán y negar la mayor. La gran duda que albergamos es cuanta presión mediática, política y judicial puede llegar a aguantar la exalcaldesa y si habrá enroque de los concejales populares.

Presumimos que la respuesta tendrá que esperar habida cuenta de los últimos episodios, dignos de una mascletà de esas en las que cuando parece que todo ha acabado, todavía queda el cénit final.

La anomalía valenciana ¿Es justo que la corrupción tenga denominación de origen? La última película que he visto -la prescindible «100 años de perdón» de Calparsoro- es el más claro reflejo del estigma valenciano. La particularidad no radica tanto en la trama como en la escenografía. El filme que protagonizan Luis Tosar y José Coronado se desarrolla en Valencia y pese a tratarse de una cinta alargada impunemente, su atractivo radica en lo reconocible del escenario. La metáfora sobre la mala práctica política- bancaria-policial que nos muestra el director no tiene a la Ferrusola de «prota» viajando a Andorra, ni a Chaves y Griñán amañando los ERE. No. La película tiene los cielos de Valencia, su skyline y el metro de Plaza Espanya como escenario, con su presidenta, su tesorero y su canesú.

Esclavo del pasado. El PP parece inhabilitado para escapar de su Tangentopoli, ese estado imaginario en el que se distinguen de nuevo los dos «pepés». Por una parte «los de fuera», con Isabel Bonig al frente y Fabra como apoyo moral. Por otra Rita y los suyos que, aunque desafectos, siguen siendo suyos. Esta situación condena al partido a la desaparición y este es otro de los rasgos de la anomalía valenciana.

La demoscopia reciente sugiere que la voluntad de los españoles se mueve de cara al inevitable 26 de junio electoral. Se mueve poco, todo sea dicho. Las encuestas nos hacen un poco más de derechas. Pero insistimos, poco. La leve inclinación de la balanza hacia la diestra obedecería a la oxidación ambiental de los gobiernos periféricos -mayormente de izquierdas-, un fenómeno de la que no es ajena la falla de «Posemos». Así parece estar la cosa en el tablero general, pero no aquí.

Izquierda-derecha. Pese a la aparición de nuevos actores, todo se ventila en torno a la fricción izquierda-derecha. En ese trajín de apoyos que reciben la diestra o la siniestra Valencia está ausente. ¿Qué está pasando? Pues pasa que la falla está muy bien sostenida por el déficit reputacional de lo valenciano y ese es un lastre que condena al PPCV sin solución de continuidad. Es precisamente la identificación de Valencia con la corrupción lo que blinda al bi-tripartito.

El Consell -pese a los errores y la inacción- logra mantener incólumes sus expectativas por incomparecencia del contrario. Pero también por su habilidad para diseñar un diabólico calendario parlamentario-jurídico que va a mantener a un rival sonado en el ring.

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