Los honorarios que cobró Santiago Calatrava por el anteproyecto y el proyecto de las torres que debían acompañar al complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias han pasado a formar parte de la casilla de «deudas» de Cacsa. Hasta ahora, los 15,2 millones de euros que cobró el arquitecto valenciano por diseñar los rascacielos que finalmente no tocaron más cielo que el de algún almacén al que fueron a parar las maquetas, se contemplaban en la partida de activos y no contabilizaban oficialmente como agujero en las cuentas.

El ajuste en los presupuestos se produce ahora, casi dos años después de que una auditoría externa detectara que la entidad mantenía los 15 millones dentro del epígrafe «Inmovilizado en curso y anticipos en el Inmovilizado material». Es decir, como si fuera una inversión dentro del activo, a la espera de poder venderle el proyecto a algún interesado.

Así lo mantuvo también en su día la entonces portavoz del Gobierno valenciano Lola Johnson, después de que tuviera que ser la fiscalía de Valencia la que sacara a la luz el verdadero coste del proyecto tras una denuncia de Esquerra Unida. La consellera sostenía en 2011 que era un «activo propiedad de la Generalitat» que podía ejecutarse o venderse en «cualquier momento».

Todavía en los presupuesto de 2014 este espacio figura como bien enajenable y se estima ingresar con él 191 millones de euros. Una cantidad significativamente inferior a lo que se esperaba en años anteriores. De hecho, en 2011 se llegó a valorar esta parcela a un precio de 416 millones de euros y un año más tarde, por 289 millones.

Idea «inviable»

Sin embargo, en esa comparecencia de Johnson habían pasado ya más de cinco años desde la presentación a bombo y platillo de la supuesta edificación de las tres torres enroscadas. Fue en 2004 cuando Francisco Camps y Rita Barberá dieron una rueda de prensa para anunciarlo.

No obstante, y al contrario de lo que pueda indicar la astronómica cifra de 15 millones de euros, el proyecto de levantar construcciones de ??, ?? y ?? plantas para oficinas y pisos de lujo contaba desde el primer minuto con varios escollos que hacían prever que era inviable. En primer lugar, existían problemas con el anterior propietario del solar al que expropiaron, donde incluso había una empresa en pleno funcionamiento.

Además, la zona donde se debían construir los rascacielos, la parcela M3 junto a l´Oceanogràfic, se encuentra en la senda de aproximación del aeropuerto de Manises, por lo que su viabilidad era más que dudosa.