El 24 de enero de este año, Levante-EMV contó su historia, la de un niño de 10 años que sufría acoso escolar. Había intentado suicidarse. Para él, ir al colegio era un tormento diario, una vejación constante. Cuatro días después de la publicación del reportaje, el menor sufrió una paliza por parte de tres compañeros. Lo rodearon y lo agredieron dentro del centro educativo. Era la práctica habitual. Sin embargo, hubo un antes y un después de esta agresión.

En el reportaje del 24 de enero, a la «madre coraje» del menor acosado la llamamos Irene. Cuando la mujer vio las heridas de su hijo decidió iniciar los trámites que hicieran falta para cambiar a su hijo de centro educativo. Con parte de lesiones y tratamiento psicológico incluido, el protocolo de la Conselleria de Educación se puso en marcha y el 14 de marzo, el protagonista de esta historia entró en su nuevo colegio. En un municipio diferente, con unos compañeros distintos, con unos profesores atentos. Y sin embargo, le temblaban las piernas.

«La verdad es que iba super contento al nuevo colegio y me contó que todo fue bien hasta que salió al patio. Los compañeros lo rodearon para presentarse y conocerle... pero mi hijo se asustó y salió corriendo a encerrarse en los baños. Estaba convencido de que le iban a pegar», explica Irene quien sabe que, a su hijo, superar los traumas le va acostar tiempo. No es para menos. El pequeño ha pasado horas encerrado en un armario; ha sido, durante años, el inútil, el burro, el desgraciado del patio. Le han pegado, le han humillado. Si huía, le perseguían. Lo mejor que le podía pasar era que nadie le hablara. Si alguien le prestaba algo de atención, los acosadores volvían. Y mientras esto pasaba, el colegio entero, callaba.

Por eso, el pequeño ha pasado sus primeros días de clase en tensión. Todos eran amables con él, pero el pequeño desconfiaba. Esperaba que, en cualquier momento, se produjera la agresión. Ayer, estalló. «Le dio un ataque de ansiedad y le dijo a sus compañeros que, si le tenían que pegar que lo hicieran ya, que él ya estaba acostumbrado... Temía confiarse y que, entonces, no viera ni venir el golpe», afirma la madre. A partir de ahí, y tras hablar con la tutora el plan a seguir está claro: sociabilización y autoestima. Ahí se deben centrar los esfuerzos del centro educativo y de la familia, porque el daño ya está hecho y es demasiado para un niño de 10 años.

El pequeño ya está tranquilo. Pasan los días, juega en el patio, habla con sus compañeros. El infierno ya pasó. Ahora queda cuidar las heridas hasta que sanen. «Estoy muy contento en mi nuevo colegio. Se portan muy bien conmigo, aunque yo pensaba que me iban a pegar. Pero aquí no pasa eso. Este colegio es muy raro... pero me gusta», afirma el pequeño. Su madre, recalca: «Lo primero que me preguntó mi hijo sobre su nuevo colegio fue si las normas eran las mismas que en el otro. ¿Qué normas? Le pregunté. Lo del silencio... me dijo. Y es que en el otro centro los alumnos tenían orden de no contar nada de lo que allí ocurría. Vergonzoso», explica Irene.

Irene no ha estado sola en esta guerra. La Asociación Valenciana Contra el Acoso Escolar (Avalcae) ha estado a su lado en todo momento y lamentan que el caso de este niño sea «una excepción», y no la regla.

«Lamentablemente, una vez está iniciado el curso es difícil que el menor cambie de centro por acoso. El trámite dura mucho menos por cualquier otro motivo (traslado del trabajo de los padres, dificultades en los horarios...). Una cosa diferente es que ya existan parte de lesiones o informes psiquiátricos „como en este caso„ pero lo cierto es que solo un tercio de los niños que solicitan el cambio de colegio lo consigue», explica el secretario de la entidad, Francisco Sorolla. Fuentes de Educación, sin embargo, aseguraron que «todo menor que solicita un cambio por ser víctima de acoso lo consigue. Es prioridad de este nuevo Consell. El protocolo lo establece así y se cumple a rajatabla».