La Cova del Bolomor, ubicada en la falda norte del macizo del Mondúber, en término municipal de Tavernes de la Valldigna, necesita poca presentación. Es una de las joyas prehistóricas de la península ibérica. Si ya era toda una experiencia pisar ese espacio que fue refugio de los primeros pobladores mediante las visitas guiadas organizadas por el ayuntamiento vallero, la puesta en valor de su entorno, y más concretamente de la senda que conduce hasta ella, la ha convertido en un espacio inigualable.

A partir de ahora, llegar hasta uno de los espacios donde el ser humano experimentó por primera vez con el fuego, supondrá una fiesta completa para los sentidos. A través del taller ocupacional y dentro de la especialidad de recuperación de espacios forestales, se ha adecuado la senda que arranca desde el camino a Gandia, en Tavernes, sacando a la luz las singulares especies de plantas, algunas de las cuales solo habitan en esa zona. Estas han sido estudiadas y catalogadas y, a lo largo de todo el itinerario, se han instalado carteles en los que se explican, incluso, el uso que le daba a esta vegetación por parte de los habitantes más mayores de la Valldigna.

Entre las plantas que se puede encontrar quien realice el llamado «Itinerario etnobotánico del Bolomor» se ha descubierto la presencia del llamado «Conillet blanc». Esta especie es un endemismo, es decir, una planta que no se puede ver en ninguna otra parte del mundo. Además de en la senda del Bolomor, el «Conillet blanc» se halla en el Mondúber y en la Serra de Corbera.

«En general, lo que hemos encontrado a partir de los trabajos de recuperación de este sendero es vegetación de umbría», es decir aquella que habita en lugares donde no da el sol, explica Ángela Gimeno, monitora del equipo y quien ha coordinado los trabajos de recuperación de la zona. Además, ha sido la encargada de diseñar la ruta.

A lo largo de todo el recorrido se ha catalogado también, entre otros, «marfull», «murta», «arbocer» o el «rusc». «Hay otras como la 'falaguera' que se conservan muy bien en espacio sombríos como el de la ruta que lleva a la cueva del Bolomor, explica Ángela Gimeno.

Además de poner en valor las especies ya existentes, los trabajadores del taller ocupacional han plantado otras que «bien por la mano del hombre, o bien por evolución de la vegetación habían desaparecido pero que tenemos constancia de que habían estado aquí antes», apuntó Ángela Gimeno. Entre estas están la carrasca, la «surera» el laurel o el «roure valencià».

A lo largo del recorrido, los visitantes podrán hallar un total de 19 carteles que se distribuyen de manera coincidente por todo el camino de ascenso a la cueva. Se encuentran junto a las especies vegetales y en ellos explican las características de la misma y, además, el uso que históricamente se le solía dar. «Es por eso que se llama etnobotánica, porque va más allá de la explicación científica de la especie».

El diseño de los carteles, explica la coordinadora, está pensado para que se mimeticen con el entorno. Su impacto visual es mínimo «y se integran de manera armónica en el entorno natural».

Cuando hace unos años se abrió el camino para hacer visitable la cueva del Bolomor, lo que se hizo fue retirar toda la maleza y dejarla a ambos lados de la senda, sin más. El trabajo de los alumnos del taller ocupacional ha consistido en desbrozar la zona. «Cuando lo limpiamos descubrimos debajo de toda la maleza bancales del siglo XVIII y es entonces cuando apostamos por una intervención forestal para darle valor añadido al entorno de la cavidad», apunta Gimeno. Añade que, por otra parte, se ha pretendido poner en valor los trabajos forestales «de limpieza, poda, desbroce y acondicionamiento de la zona».