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Análisis

El cardenal mandarín

Cuando más débil estaba, Cañizares ha visto la ocasión de recibir un baño de masas y emerger como líder de la Iglesia tras Rouco

El cardenal mandarín

No por repetido deja de ilustrar: la palabra «crisis» en chino se compone de dos caracteres: uno significa «peligro»; el otro, «oportunidad». Y el cardenal Antonio Cañizares lo ha tenido muy presente en sus horas más difíciles desde que llegó a Valencia como arzobispo. Acorralado como estaba por las autoridades políticas, la opinión pública y hasta con dos frentes judiciales abiertos por sus declaraciones sobre el «imperio gay» y los refugiados „en la Fiscalía y en un juzgado de lo penal„, el purpurado de Utiel ha sabido emerger de entre las cenizas mediáticas con una iniciativa extraordinaria.

El baño de masas que ayer concitó el acto de desagravio no sólo repara el honor de la Virgen. De un modo directo sirve para arropar a quien, personalmente, había convocado el acto: Antonio Cañizares Llovera.

La comparación es rotunda: después de que Lambda denunciara a Cañizares, un grupo de bicinudistas se fotografió desnudo ante el palacio arzobispal. Eran menos de veinte. Sí: hubo muchas declaraciones, debates en las Corts, reacciones tras el pleno del Consell, infinidad de tuits, memes y apariciones sarcásticas en televisión. Cañizares en la diana. Pero a la hora de sacar gente a la calle, menos de veinte se significaron.

La lección de ayer enseña una vez más el poder de convocatoria de la Iglesia oficial. La capilaridad de sus ramificaciones sociales, desde los falleros hasta los colegios católicos, es inescrutable. Sus métodos „por anacrónicos que algunos los quieran ver en la era del Periscope, el Snapchat o el Twitter„ siguen siendo eficaces. El rosario tiene sus orígenes en el siglo IX y se popularizó en el XIII. La misa arranca en la Última Cena. Ni Tim Cook ni Mark Zuckerberg desarrollarán ningún artilugio que dure tantos siglos vigente y con semejante poder de atracción como las «herramientas» que el cardenal desplegó para satisfacer su deseo, aunque sin renunciar al Youtube y el streaming para el agitprop.

¿Y cuál era su deseo? Aparte de poner Valencia a los pies de la Virgen, ha querido aprovechar el cartel de un grupo más marginal que la palabra minoritario para desatar una marea nueva en esta Valencia de Fukuyama en la que parece haberse agotado la Historia con la izquierda en las instituciones. Cañizares instituyó ayer la marea católica. El pretexto era el beso entre la Geperudeta y la Moreneta. El fondo era la libertad religiosa que, según él la entiende, está en peligro. Y, de paso, poner en valor que el pastor no está solo. Que hay miles de feligreses dispuestos a significarse junto a él.

Y no sólo feligreses. En un momento en que Roma sopla vientos de apertura, la postura y las formas de Cañizares que nadie identifica con Francisco han encontrado un apoyo sin fisuras en la Iglesia española. Todos los obispos de la provincia valentina han secundado a Cañizares de forma explícita. La Conferencia Episcopal le ha trasladado todo su apoyo en un comunicado. Y ha ocurrido un hecho que no puede pasar desapercibido. Después de que el cardenal Rouco Varela saliera de escena en 2014 como jefe de los obispos españoles, había un vacío simbólico. Faltaba una cara „Blázquez u Osoro no pasan de perfil„ que representara a la Iglesia española.

Ayer nació esa cara. Parece un mandarín: lleva gorro oficial, una túnica y sabe leer chino: en plena crisis y asediado por mil peligros, Cañizares ha visto su oportunidad en un cartel residual que tocaba una tecla delicada: la Geperudeta. Ahora ya es la cara más visible de la Iglesia española y ha creado su marea.

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