Con tal título expresaba Charles Nodier, bibliotecario del Arsenal de París desde 1824 la pasión que sentía por los libros, que compartió en tertulias y debates con intelectuales de la talla de Víctor Hugo, Dumas, Gautier, y Nerval, entre otros.

La vida del Dr. Barberá tenía mucho que ver con la de aquel lúcido apasionado de los libros y las ediciones curiosas. Una pasión irrefrenable de la que tuve el privilegio de ser testigo durante los años en los que tuve el placer de compartir inquietudes con él en la Real Sociedad Económica de Amigos del País . Desde el primer momento nuestro nexo de unión fueron los libros, y quiso desde el principio que conociera de cerca su Biblioteca, de la que me hablaba con el mismo entusiasmo como si se tratara de sus hijos. Y es que la Biblioteca era su reino como diría Montaigne. Allí el tiempo se desvanecía para él.

Entre aquellos anaqueles conocí la sabiduría de un maestro de la medicina, de la endocrinología, con más de sesenta años dedicados a la sanidad pública valenciana, pero sobre todo a un hombre honesto, íntegro, y comprometido con su tiempo. Y es que el Dr. Barberá, como así le gustaba que le llamaran, supo poner siempre su conocimiento al servicio de todos los ciudadanos, como miembro de instituciones como el Instituto Médico Valenciano, del que era Presidente de honor, o de la mencionada «Económica». Siempre me repetía la frase de su maestro el Dr. Gregorio Marañón, «Como médico hay que curar siempre que puedas, aliviar cuando no puedas curar y consolar, siempre».

Y los libros de su biblioteca fueron el mejor consuelo y soporte para construir una sanidad más cercana a los pacientes, y luchar por el progreso social y cultural, que decía era tan necesario en este país. Anhelos que compartía, mientras me enseñaba con enorme frenesí las ediciones más escogidas de su biblioteca, como sus ejemplares del Quijote, los libros completos de la editorial Ruedo Ibérico, las obras completas de su admirado Blasco Ibáñez, o el magnífico ejemplar de la Constitución de la II República Española, que cogía con el peso de aquel que sabe el valor histórico que aquella obra destilaba.

Libros y palabras se sucedían. Y es allí, donde José Luis me narraba sus primeros años como médico en el Hospital Militar, su formación con Marañón, hasta su compromiso político con los ideales de la República y posteriormente del socialismo, y en definitiva de la democracia. Entre aquellos venerables libros conocí de primera mano uno de sus mayores tesoros, y de los que siempre me hablaba, su relación epistolar con otro grande, José Luis Aranguren.

Al igual que Marañón, fue un médico humanista. Un galeno que igual hablaba de Filosofía, Historia, Literatura, y Poesía, con una pasión que te desbordaba, y siempre acompañado por un libro en la mano.

La última vez que lo vi me dijo ya no puedo trabajar como antes, pero aún puedo leer, y mi biblioteca, mis amigos inmutables, los libros, siguen ahí. Así es, y como me decía en tu despedida tu maravillosa mujer Gloria, quisiste pasar tus últimos días en la Biblioteca, pues allí se encontraba parte de tu alma.

Amigo José Luis, gracias por haberme hecho partícipe de tus vivencias y de tus tesoros bibliográficos. No dudo que tu huella estará siempre presente entre aquellos libros, ahora tristes, pero satisfechos por haberse sentido leídos y apreciados por una persona irrepetible. Descansa en paz entre aquellos autores que como Don Quijote al hablar de su Biblioteca fueron el deleite de tu alma y el entretenimiento de tu vida.