Jonás Carmona, de 27 años, baraja plantarse en el festival Marenostrum con una gran pancarta que rece: «Timonostrum». Él se gastó 67 euros en comprar las entradas para los tres días de festival, adquirir un pase para poder alojarse en la zona de acampada y reservar el cuño para poder salir y entrar del recinto tantas veces como quisiera. De momento, cuenta, la entrada para el jueves ya la ha perdido porque él trabaja ese día. La acampada también la ha perdido; se la canjearán por consumiciones. La parte proporcional de los cuños, indica, también hay que anotarla en el balance de pérdidas. Tampoco el cartel de los pinchadiscos es el mismo que le atrajo a acudir a este festival de música electrónica. «Me he quedado con un producto que en su día no compré. Es absurdo. Y lo considero una estafa», protesta.

También critica que no ha recibido una comunicación expresa por parte de la empresa de que el festival se suspendía. «Ni un SMS ni un correo electrónico. Sólo lo han comunicado por Facebook», lamenta Jonás. «¿Con qué humor voy a bailar y a darles mi dinero?», pregunta, y asegura que si para él, que vive en Valencia, ha sido una molestia y un contratiempo, mucho más lo será para los asistentes de fuera.