«No existen amigos ni hermanos en momentos de necesidad. Todos desaparecen». La amarga frase queda inscrita por una mano anónima en uno de los pilares de caravista que sostienen el Centro de Ayuda al Refugiado (CAR) de Mislata. A su alrededor asoma la inscripción -a lápiz, tiza o rotulador- de nombres extranjeros: Radwan, Mohamed, George, Sama, Kadira, Sajel, Butek, Ruslavl, Abdallah, Cyka, Abde. Cada uno encierra una historia que se presume dura, a veces trágica.

Es aquí donde llegaron ayer por la tarde ocho refugiados sirios procedentes de Líbano. Han escapado de la guerra que se libra en su país desde 2011. De esa guerra que a Yazan le ha quitado un hermano. De esa guerra que a R. D., viuda y con una hija, le ha infundido el miedo justo como para no dar más que sus iniciales y que le ha destrozado la casa con una bomba y dañado el oído izquierdo por las explosiones.

Ellos dos forman parte de la expedición que ayer desembarcó en Valencia, la segunda remesa de refugiados sirios que llega a la Comunitat Valenciana en virtud del programa europeo de reubicación. El grupo lo forman un matrimonio con tres hijos de 12, 11 y un años; una madre en la cuarentena con su hija de 17; y un chico de 21 años que, tras beber agua y sin llegar siquiera a la habitación de la que será su nueva «casa», accede a resumir la huida que lleva a sus espaldas desde finales de 2012.

Fue entonces cuando Yazan salió de Damasco, la capital siria. «Un hermano mío murió en la guerra. Yo no veía la seguridad garantizada y quería seguir estudiando. Y me marché a Líbano», explica. En España espera encontrar «una nueva oportunidad» y poder seguir con sus estudios de bachillerato. ¿Afincarse aquí? «¿Qué quieres que te diga? -responde- ¿Dónde va a estar uno mejor que en su país? Yo espero volver y estar allí cuando todo acabe», responde el joven.

Más difícil tendrá la vuelta la mujer de las iniciales. Es de Alepo, quizá el mayor símbolo de la catástrofe humana del conflicto sirio. «Hace dos años y medio bombardearon mi casa. La bomba cayó en el dormitorio y dañó los alrededores», cuenta. Estaba viuda y había levantado esa casa con mucho esfuerzo. Era toda su vida. Y la guerra se la quitó.

«Alepo ha sufrido mucho por los bombardeos del Estado Islámico y del régimen sirio», incide. Salió con su hija, tiene un hijo en Alemania y otro en Alepo que quiere salir hacia Líbano. De Líbano, de donde procede, guarda mal recuerdo. «Allí nos sentimos humillados. No nos recibieron bien, fuimos explotados. Aquí sólo queremos vivir con dignidad», suspira cerca del montón de maletas apiladas todavía en el vestíbulo.

En el CAR de Mislata -donde conviven 120 refugiados- pasarán de 9 a 12 meses, cuenta su director. Ahora, los niños harán actividades lúdicas: piscina, playa, cuentacuentos, excursiones. En septiembre, al colegio. Los mayores aprenderán castellano. Tendrán un bonometro para viajar por Valencia. Ahora empieza su nuevo reto: la integración.