Vacaciones no siempre son sinónimo de relax, bienestar y descanso. Para algunas personas el cambio de hábitos o las actividades que se suelen realizar en verano pueden ser motivo de estrés. La «obligación» de abandonar temporalmente el domicilio habitual, realizar largos trayectos, acondicionar segundas viviendas, o preparar grandes planes genera, en algunos casos, nerviosismo y malestar.

Intereses y gustos se ven reflejados en los destinos o en las decisiones que se toman de cómo pasar los días libres, pero además de estas filias, las fobias también pueden aparecer durante los periodos de descanso.

Ángel Pozo, especialista en psicología clínica, afirma que estos temores angustiosos e incontrolables que sufren ciertas personas en diferentes situaciones o contextos pueden ser «relativamente frecuentes». Entre los que se pueden manifestar en verano, se encuentran: el temor a alejarse de casa o a conducir por túneles o autovías, donde no se puede parar; los miedos a desplazarse en medios de transporte de los que no se tiene el control; y los relacionados con los cambios en el entorno, las pautas de alimentación o los horarios habituales.

También hay quienes sufren solo con pensar en bañarse en piscinas o el mar, quienes no pueden sumergir la cabeza bajo el agua o aquellos a los que les horrorizan las picaduras de insectos.

En estas situaciones se pueden sufrir «cuadros de pánico, alteraciones en el sistema nervioso y dificultades en el funcionamiento gastrointestinal», asegura el psicólogo. Para no caer en ninguno de estos casos, Pozo aconseja enfrentarse poco a poco a la situación fóbica. «Evitarla, perpetua el miedo», asegura y añade que las fobias «hay que trabajarlas cuando crean problemas e impiden vivir con normalidad a quienes las padecen».

Por otro lado, el verano también lleva aparejado un aumento de los trastornos del sueño. Entre los factores que influyen, está la exposición a la luz solar. «En verano estamos más horas expuestos y más cerca de la noche, lo que dificulta que conciliemos el sueño», explica la neurofisióloga Shaila Picorelli. Mantener horarios fijos para comer ayuda a conciliar el sueño.

Ansiedad y tiempo libre

Ángel Pozo afirma que quienes están acostumbrados a niveles de estrés muy elevados durante todo el año, «en vacaciones no tienen bienestar ni se relajan». «Sufren ataques de ansiedad y cuadros depresivos, y eso es síntoma de haber estado sometido a un estrés prolongado durante muchos meses», asevera. El calor y el sudor suelen agobiar, por lo que tampoco ayudan, añade.

La típica expresión de «no puedo estar sin hacer nada» o «no sé desconectar» también puede esconder situaciones de ansiedad. «Es muy común», asegura el psicólogo. «La gente aprende a llevar la ansiedad cuando está ocupada y tiene la mente en otra cosa. Es una forma involuntaria de canalizarla, como una actividad ansiolítica, que hace que nos volquemos en algo compulsivamente para no pensar».

Aunque socialmente es lo que «se vende», viajar en verano no está obligado «por decreto ley», recuerda Ángel Pozo. «No hay que obligarse a hacer cosas que generan un alto nivel de saturación o que creen incomodidad. Hay que buscar la calma y realizar actividades a un ritmo pausado y tranquilo para no sufrir un estrés innecesario».

Temas pendientes

Para José Antonio López, vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada, la clave está en el tipo de vacaciones que organicemos. «Hay personas que llenan su agenda en verano de obligaciones, por lo que cambian el 'tengo que...' del trabajo por el 'tengo que...' de las vacaciones» . Llevar el coche al taller, ir al dentista, hacer una reforma en casa... en demasiadas ocasiones la época de descanso se convierte en el momento de hacer todo lo que se relega el resto del año, lo que tampoco es aconsejable, según los expertos. Tampoco es una época fácil para algunos abuelos, que cuidan a los nietos mientras los padres siguen trabajando.

En verano también crecen los problemas de convivencia en algunas familias. «Hay parejas que no se llevan muy bien y que durante el año apenas se ven porque están en sus respectivos trabajos y los niños en los colegios. Pero de repente llega el mes de vacaciones y, de apenas verse, pasan a estar juntos las 24 horas del día, por lo que surgen las tensiones», argumenta López.